Nombre del Inmueble
San Francisco y Capilla de la Tercera Orden
Clave del estudio monográfico
MX-SC-DGSMPC-EM-000050
Estado, Municipio, Localidad
Guanajuato > San Miguel de Allende > San Miguel de Allende (110030001)
Estudio Monográfico
Clave del estudio monográfico
MX-SC-DGSMPC-EM-000050
Contenidos
1.-EMPLAZAMIENTO
El conjunto que forman el templo de San Francisco, la Capilla de la Tercera Orden y sus anexos se localiza en la parte oriente de la ciudad de San Miguel de Allende, a una cuadra de distancia de su plaza principal. Las pequeñas irregularidades, quiebres y discontinuidades que caracterizan a la traza ortogonal de este asentamiento aparecen claramente ejemplificadas en el contexto urbano en torno al conjunto de San Francisco. Mientras las calles de San Francisco y Mesones, orientadas de oriente a poniente, pasan de largo al frente y por la parte posterior del conjunto, las de Josefa Ortíz de Domínguez y Benito Juárez siguen cortos trayectos. La primera desemboca justo frente al atrio de San Francisco, mientras que la segunda pasa a su lado, quebrando ligeramente su curso. Más al norte, a una cuadra de distancia, se encuentra el prestigioso conjunto del Oratorio de San Felipe Neri, la Santa Casa de Loreto y el templo de la Salud, frente a los que se instala el tianguis. Por esta razón, el barrio cuenta con muchos establecimientos artesanales sobre las calles de Mesones y Benito Juárez. Las casas donde se localizan estos talleres son casi todas de un nivel, mientras que en las calles de San Francisco y Josefa Ortiz predominan las viejas casonas de dos pisos, con pintorescos balcones y cornisas. Muchas de esas mansiones se utilizan ahora para alojar en ellas oficinas o bancos.
El atrio o jardín de San Francisco es en realidad una rinconada, formada por los paramentos del templo de San Francisco y de la Capilla de la Tercera Orden, perpendiculares entre sí. El atrio está dividido en cuadrantes jardinados, y en su centro hay una fuente que substituye a otra, más grande y antigua, que existió hasta hace pocos lustros. El perímetro del área jardinada está ocupado por una hilera de laureles cuidadosamente podados, rasgo característico de la arquitectura del paisaje urbano en el Bajío.
2.-HISTORIA DEL EDIFICIO
A principios del siglo XVII se inició la edificación del convento de San Antonio y de la iglesia del mismo nombre, luego llamada de la Tercera Orden, que posteriormente compartiría su atrio con la de San Francisco. 62 La construcción se detuvo en 1638, quedando inconcluso el segundo patio del convento, que sólo tiene un piso. Parte de la erección de la Capilla de la Tercera Orden se costeó con un legado de don Miguel Urtusuástegui, quien en su testamento dejó 500 pesos para ese fin. La dedicación tuvo lugar el 28 de julio de 1713.
La iglesia de San Francisco comenzó a construirse en 1779, disponiéndose para tal efecto de 27,734 pesos. Se sabe que 2,000 de ellos se ganaron con un billete de la Real Lotería, 63 el resto se obtuvo de diversas donaciones. En 1786 estaban trabajando un maestro y nueve oficiales de cantero, diez sacadores de cantero, un oficial de faya, cinco arrieros, siete peones y un albañil. Ese año se gastaron 28,916 pesos en salarios y material lo que provocó en 1787 la suspensión de la obra por falta de fondos. 64 Durante esta época el administrador de la obra fue el comerciante Manuel de la Fuente, que al morir dejó el cargo a su sobrino, don Manuel Marcelino de la Fuente, también comerciante. La iglesia se abrió al culto el 13 de abril de 1799.
No se sabe quién fue el autor del convento, ni quién hizo la portada churrigueresca de San Francisco, semejante a la de Dolores. De la Maza cree probable que la torre del campanario sea obra de Tresguerras.
Ya en nuestro siglo y debido a las leyes liberales, el convento fue ocupado judicialmente el 23 de noviembre de 1926, recibiéndolo en nombre de la Nación el jefe de la Oficina Federal de Hacienda local. La nacionalización se acreditó en León, en 1935, y en el Registro Público de la Propiedad, en 1938. En 1939, los edificios que nos ocupan se entregaron a un encargado eclesiástico que se comprometió a su reparación y conservación. Para esta época, el convento estaba rodeado por edificios de construcción reciente, por lo que el encargado planeó circundarlo con una barda del estilo colonial, cosa que por fortuna no ocurrió. Sin embargo, en 1971 se informó que el territorio del templo y el ex-convento estaba siendo invadido por un particular, que lo usaba como estacionamiento y establecimiento comercial. En la actualidad, esta situación no ha sido remediada. 65
3.-DESCRIPCIÓN ARQUITECTÓNICA
El conjunto que forman Templo de San Francisco, la Capilla de la Tercera Orden, el convento y su atrio, ocupa una superficie de aproximadamente 7,500 metros cuadrados en la cabecera de manzana delimitada por las calles de San Francisco, al sur; Benito Juárez al oriente, y Mesones, al norte. En el exterior del templo de San Francisco, en su portada, se concentran los signos del barroco mexicano. Su diseño muestra dos cuerpos y tres calles delimitadas por pilastras estípite. Pero las calles laterales prácticamente desaparecen, ya que llevan interestípites o pilastras-nicho con las mismas proporciones de las pilastras estípite, de modo que a primera vista cuentan visualmente lo mismo tanto unas como otras. El efecto se acentúa al llevar cada una plintos, capiteles, entablamento y cornisas con resaltos. Lo que es notable, en todo caso, es que en esta portada se dejaron franjas lisas entre los estípites y los interestípites, lo que enfatiza su esbeltez y su apariencia ascendente.
En el primer cuerpo, la entrecalle central contiene el vano de la puerta formado por jambas lisas con canaladuras y sencillos capiteles de los que parte un arco orlado por el extradós, con ocho cabezas de ángeles y un pequeño medallón en la clave. Este rasgo podría indicar la presencia del mismo alarife que ejecutó la portada de San Diego de Alcalá, en Guanajuato, donde también hay un arco orlado con cabezas, y por cierto, también entrecalles lisas entre los estípites y los interestípites. Encima de la puerta, como elemento de transición entre el primero y el segundo cuerpo, hay un medallón flanqueado por figuras de ángeles, con una notable figura en relieve de la Inmaculada Concepción en su interior.
En el segundo cuerpo, el motivo central lo constituye la ventana rectangular del coro y su intrincado jambaje, sobre los que se levanta un Calvario de excelente factura, que guarda similitud con otro en la portada de la parroquia de Dolores Hidalgo. Las pilastras estípite y las pilastras-nicho en el segundo cuerpo son similares a las del primero. Coronan el imafronte dos pares de jarrones labrados que flanquean la figura de bulto del Santo de Asís, que ocupa el sitio central.
La portada de San Francisco se considera entre las mejores del período churrigueresco. Sus principales características se emparentan con las portadas de Dolores Hidalgo, Rayas y Cata, lo que hace suponer a Tovar y De Teresa que todas ellas podrían deberse Ureña, o cuando menos, a su influencia. Su claridad y su riqueza se comparan favorablemente también con la portada del Sagrario Metropolitano, en la Ciudad de México, de Lorenzo Rodríguez, y con otras de calidad semejante.
En cuanto a la torre de tres cuerpos atribuida a Tresguerras, acusa una influencia tardía del último barroco italiano, donde arquitectos como Borromini combinaban formas cóncavas y convexas en los desplantes de fachadas, torres e incluso en linternillas, y de este modo imprimían movimiento a la volumetría de sus edificios. Tresguerras obtuvo efectos similares sin necesidad de recurrir a desplantes curvos. Le bastó disponer entrantes y salientes con cambios de dirección a 45 grados en las esquinas del primero y el segundo cuerpo del campanario, donde hay columnas de fuste liso y capiteles toscanos y jónicos respectivamente. Figuras de bulto prolongan en el tercer cuerpo el trayecto de las columnas del segundo. Aunque en este cuerpo el desplante adopta la base octogonal, los vigorosos resaltos del entablamento y sus cornisas sobre las semicolumnas corintias de los vértices, así como los jarrones labrados que las rematan, continúan la sensación de movimiento que se prolonga hasta el cupulín, rematado a su vez por un ovo, de donde surge la cruz de hierro forjado.
El templo de San Francisco está dispuesto en forma de cruz latina orientada de sur a norte, de 60 metros de longitud, y 27 entre los extremos de los brazos, las primera cuatro secciones de la nave y los brazos del transepto, así como el presbiterio, van cubiertos por bóvedas de cañón semicilíndrico con lunetos. También el sotocoro en el primer tramo lleva un entrepiso con este tipo de bóveda, pero su perfil es escarzano, y muestra dos alas en voladizo sobre los muros de la nave, construidas con estructura y barandal de madera.
El crucero lleva cúpula gallonada con linternilla, y se desplanta sobre un tambor octogonal, que a su vez descansa en los cuatro arcos torales de medio punto que, al elevarse, van dejando los cuatro espacios donde se ubican otras tantas pechinas.
Iglesias dispuestas en cruz latina con estos mismos rasgos fueron muy frecuentes en la Nueva España durante el siglo XVIII. Aunque en menor número, también se hicieron en el siglo XVII. En cambio, en el siglo XVI, cuando la Orden Franciscana jugó un destacado papel, predominaban las austeras plantas de una sola nave sin crucero, orientadas de poniente a oriente, donde la proporción entre el ancho y la longitud del espacio basilical era de 1 a 5. La planta en cruz latina, en cambio, agregaba la utilidad al simbolismo además de una mayor complejidad espacial y estructural. Esto era lo que representaban el cruce entre la nave y el transepto, la ascensión del espacio en el crucero, la posibilidad de congregar mayor número de fieles en las cercanías del presbiterio y los problemas constructivos que de ahí se derivaban.
Para muchos, estos rasgos son suficientes como para señalar la presencia del barroco en el espacio arquitectónico. Sin embargo, precisamente templos como el que se comenta plantean la siguiente paradoja: a pesar de su disposición cruciforme, son espacios interiores claros y previsibles, cuya serenidad pareciera contradecir el movimiento, la vibración que suele atribuirse al barroco. La proporción canónica que se encuentra en los segmentos del espacio y la estructura de San Francisco es notable. No sólo eso: la forma en que se subrayan esas proporciones, dejando expuestas las pilastras y los arcos fajones de piedra oscura finamente labrada, se acercan más a ciertos interiores renacentistas como el de Sta. María del Calcinaio, cerca de Cortona, de Francesco Di Giorgio, cuya planta, por cierto, también está dispuesta en forma de cruz latina.
Lo que ocurre es que la evolución de la arquitectura y sus estilos se da con frecuentes contradicciones, y precisamente en el último tercio del siglo XVIII, cuando fue concluido este templo, se estaba en los umbrales del tránsito a una nueva época en la que el regreso a los signos clásicos coincidía con la efervescencia de las aspiraciones criollas que luego desembocarían en el movimiento independentista. Es justamente la época en que el churrigueresco parecería haber alcanzado su máximo desarrollo (y la portada de San Francisco lo demuestra) pero no sin llevar en sí el germen, a veces muy desarrollado, de los nuevos estilos que se avecinaban.
Por eso San Francisco no cuenta y posiblemente no contó nunca con retablos churriguerescos en su interior. Los que tiene so n neoclásicos, y como se ha visto, algunos están ahí casi desde el principio, pues se atribuyen a Tresguerras. Por esto mismo, el tratamiento interior del tambor es también neoclásico, a base de ocho grupos de tres pilastras, que coinciden con los vértices del octágono y acusan con ello el cambio de dirección en su cara, y sendas semicolumnas con capitel jónico que flanquean las jambas de los vanos. El entablamento y la cornisa con resaltos sobre las pilastras están cuidadosamente labrados, y refuerzan el clasicismo de esta solución.
La fachada de la capilla de la Tercera Orden es muy sencilla, y muestra una portada con tres elementos superpuestos: el vano de acceso, de medio punto, con jambas y pilastras muy sencillas; la ventana del coro, que surge de un frontón quebrado apenas insinuado, y una hornacina con la figura del santo patrón. El volumen del campanario está a medio camino entre la torre y la espadaña, ya que se forma con la escuadra de dos muros perforados por vanos sobre los que se levanta un remate ochavado con hornacina. Esta parte del edificio parece ser la consecuencia de varias decisiones pragmáticas, algunas de las cuales tuvieron como propósito reforzar la estructura, como es el caso del voluminoso contrafuerte en la esquina bajo el campanario.
Resulta más interesante, sin duda, la pequeña portada del convento. Aunque los arcos laterales de la portería están cegados, la portada conserva intactos sus componentes. Elegantes columnas de fuste liso y capitel corintio flanquean los vanos en el primero y segundo cuerpos y contribuyen a ordenar el juego de ornamentos labrados que el alarife parece haber practicado en el resto de las superficies, mostrando ya alguna influencia del rococó.
La capilla tercerista también es de planta cruciforme y sigue una dirección de oriente a poniente. La nave tiene cinco tramos, incluyendo el crucero, de donde salen los dos brazos que completan el transepto. El coro y el sotocoro, el segundo y tercer tramo de la nave, y el presbiterio llevan bóvedas de arista, mientras que los brazos del transepto están cubiertos por cañones con lunetos. El crucero se resolvió con una bóveda vaída directamente apoyada sobre los arcos torales. Este tipo de bóvedas, también llamado de pañuelo, no fue muy empleado en la arquitectura virreinal, excepto en Oaxaca, donde mostró sus ventajas en casos de sismo. En algunos templos oaxaqueños, algunos tan importantes como Santo Domingo, se llegó a emplear incluso en el crucero, como en la capilla tercerista que aquí se comenta.
Desde la tercera sección de la nave, y desde el brazo sur del transepto, se ingresa a la pequeña capilla de La Inmaculada Concepción, que está cubierta por dos tramos de cañón corrido con lunetos y que completa el conjunto arquitectónico.
4.-OBRAS DE ARTE
En este conjunto se encuentran pocas piezas de excepcional calidad No obstante, hay un buen número de objeto dignos de atención. Se han identificado setenta en el templo de San Francisco, veintitrés en la capilla de la Tercera Orden, y cinco en el convento.
La puerta principal del templo carece de sus hojas originales. En su lugar hay una muy sencilla, de tablero liso. En cambio, el cancel que vestibula el ingreso al sotocoro muestra un buen trabajo de carpintería a base de una trama de círculos y diagonales de madera labrada.
Ya en el interior, flanqueando el acceso, hay dos óleos del siglo XVIII con temas de la Sagrada Familia. Uno representa la Huída a Egipto, con un paisaje interesantísimo, y el otro el Taller de Nazareth.
Los dos altares en el sotocoro son muy sencillos. El de la derecha, es el del Calvario, y muestra un crucifijo y dos figuras, todo del siglo XIX. Enfrente hay otro, algo más elaborado, dedicado a San Antonio de Padua. El altar y el banco muestran relieves con entrelazos, rosetones y róleos que flanquean el nicho donde aparece de bruces el Señor de las tres Caídas. Arriba está la vitrina con el santo de Padua, con marco labrado a base de estrías y flanqueado por seis columnas toscanas. El entablamento, de angosta arquitrabe, tiene resaltos y recesos, friso con triglifos, y rosetones en las metopas, así como una cornisa muy pronunciada y dos jarrones de remate. En esta misma zona hay dos pilas de agua bendita, de cantera labrada, y más arriba, en el coro alto, hay un vitral de principios de siglo donde aparece el santo titular del templo.
Sobre las paredes de la nave está dispuesta una serie de óleos con las escenas del Viacrucis, pintados el siglo pasado por Barragán. Algo del romanticismo decimonónico, matizado con cierta ingenuidad, se asoma en estas pinturas de regulares dimensiones.
Los cuatro retablos sobre los muros del tercer y cuarto tramos de la nave son de cantera labrada cuyo color y textura armonizan con los de las pilastras y los arcos fajones de la estructura del edificio. Todos son de un solo cuerpo, tres calles y remate. Los del tercer tramo, que son los más sencillos, están dedicados a Santa Teresita y San Benito de Palermo. Muestras un solo par de columnas jónicas exentas que flanquean la caja central, y dos pilastras de escaso relieve en los extremos, así como un entablamento con friso decorado y remate. Este último está compuesto a base de festones, jarrones, y un medallón central con inscripción.
En cambio, en los retablos del cuarto tramo, las imágenes centrales de San Francisco y Santa Clara de Asís no van en caja, como en los anteriores, sino sólo están flanqueadas por cuatro columnas de fuste liso con festones labrados y capitel jónico. Encima de la figuras de los titulares se interrumpe el entablamento, pero sus cornisas sí se prolongan formando arcos sobre los que surgen jarrones con remates más elaborados y más altos.
Vale la pena observar, bajo la imagen de Santa Clara, un pequeño óleo de Nuestra Señora del Refugio cuya elaboración fue encomendada por el Teniente Coronel Don Juan de Lanzagorta, muy probablemente emparentado con el insurgente.
Los retablos en los brazos del transepto son más grandes que los anteriormente descritos, pero también menos atractivos, ya que fueron construidos a base de obra de albañilería, estucados y pintados de blanco. En el brazo oriente está el de Santo Domingo de Guzmán, de dos cuerpos. El primero de ellos está dividido en tres c alles, y el segundo muestra sólo la calle central, donde está precisamente un óleo con la imagen del titular.
A la izquierda del retablo de Santo Domingo está ubicado otro bajo la advocación del Sagrado Corazón de Jesús. Es más atractivo porque en su volumetría se emplearon columnas exentas y entablamento con resaltos muy acusados en el primer cuerpo, y frontón doblemente quebrado en el remate del segundo cuerpo.
Los retablos del brazo poniente del transepto son prácticamente idénticos a los del extremo opuesto, y están dedicados a San José y la Inmaculada Concepción. En el primero vale la pena observar el óleo central con el tema de la Crucifixión, posiblemente del siglo XVIII.
El retablo del presbiterio es el más reciente de todos. Por lo menos algunas de sus partes, especialmente el banco o predella, ostentan relieves de ciudades santas ejecutados durante el presente siglo. Al centro, sobre el ciprés con el crucifijo, se levanta un baldaquino de caprichosa planta octagonal, soportado por cuatro pares de columnitas estriadas de capitel jónico. Dos pares de altas columnas jónicas y exentas flanquean a su vez al baldaquino. Apoyan un entablamento resaltado, el cual se prolonga con menor relieve hacia los extremos, dejando en cambio libre el centro, lo que contribuye a enmarcar visualmente el remate del baldaquino. Más arriba, ya en el medio punto con que termina el paramento del ábside, hay curiosos detalles donde se muestra una escena arquitectónica simulando efectos de perspectiva.
La sacristía y la antesacristía contienen muchos cuadros valiosos. En ésta última son dignos de mencionarse las representaciones de la Iglesia Romana y de Nuestra Señora de los Desamparados, de autor anónimo del siglo XVIII, que combinan interesantísimos detalles en las vestimentas con cierto hieratismo en la representación. Son interesantes también las efigies de San Luis, Rey de Francia, y la de Santa Catalina de Alejandría, pintados en la misma época. Otra pintura en la antesacristía que vale la pena observar con detenimientos es la escena el bautismo en el siglo XVIII, de posible significación histórica, que se comenta en el Catálogo anexo a esta monografía. Hay en este local otras pinturas interesantes, como dos arcángeles (desgraciadamente repintados), un retrato de San Juan, una Muerte de San Francisco, y un San Jerónimo. Pero el que indudablemente refleja el espíritu y la ideología en que transcurría el último barroco novohispano es la gran alegoría de la Virgen Apocalíptica, presente aquí también, como las parroquias de Dolores y San Miguel. En este caso se trata de una representación menos dramática, pero a cambio de ello encierra muchos símbolos de carácter enigmático. San Francisco y San Antonio son los personajes elegidos por el pintor anónimo para acompañar a la Virgen.
Las pinturas de la sacristía son de calidad semejante. Hay más arcángeles repintados que originalmente formaban parte de una serie debida al pincel de Juan Correa. Afortunadamente un par de ellos alcanzó a salvarse y muestran, algo deteriorados, su trazo y su colorido original. Otro cuadro de singular belleza es el Sueño de San José, de autor anónimo.
Como en San Rafael, en la Tercera Orden predominan las interpretaciones populares a los mismos temas que aparecen en los templos a los que ambas capillas están supeditadas. Así, en el sotocoro hay un mural alegórico con el tema de los cuadros de ánimas, en el que incluso aparecen dignatarios eclesiásticos en el P urgatorio, mientras la Virgen, auxiliada por frailes franciscanos, se dedica a salvar las almas.
Entre las llamadas figuras de bulto que han sobrevivido hasta nuestros días está también una muy hermosa de San Antonio de Padua. El juego de los pliegues del hábito, y la posición ligeramente flexionada del cuerpo confieren a la imagen un aire inequívocamente barroco, que no tiene nada que ver con el retablo neoclásico donde hoy se ubica.
Otra pintura de interés en esta capilla es la de la Virgen de la Luz, de muy buena calidad. En ella, la Virgen aparece rescatando a un joven de las garras del demonio.
Por último, cabe mencionar algunos murales en el interior del convento, a pesar de su deterioro. Destaca uno con el martirio de San Felipe de Jesús, así como otro, pintado al óleo directamente sobre el muro, que representa al Gólgota. Otras alegorías son más recientes, de hechura más tosca. Bajo la que se encuentra en el cubo de la escalera principal se aprecian todavía restos de otra decoración mural anterior.
Elaboró: Arq. González Lazo
1985
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San Francisco y Capilla de la Tercera Orden