Nombre del Inmueble
San Felipe Neri (La Concordia)
Clave del estudio monográfico
MX-SC-DGSMPC-EM-000406
Estado, Municipio, Localidad
Estudio Monográfico
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Contenidos
1.-CONTEXTO URBANO
El conjunto de La Concordia comparte el mismo contexto urbano con Santa Clara, ya que se encuentra frente a la plazuela en forma de rinconada donde se ubica el antiguo templo de las monjas dominicas, con su fuente octogonal de cantera labrada, provista de copa lobulada sobre pedestal abalaustrado, y sus frondosos árboles.
El templo felipense ocupa ahora la esquina de 3 Sur y 9 Poniente, pero el conjunto abarcaba anteriormente más de la mitad de la manzana, por lo que sus partes subsistentes aún forman un contexto armónico con el templo. No solo esta manzana, sino también las circunvecinas muestran cierta homogeneidad, con predominio de arquitectura doméstica tradicional poblana de los siglos XVIII y XIX, y relativamente pocos edificios contemporáneos discordantes.
2.-ANTECEDENTES E HISTORIA
El arribo de órdenes religiosas a la Nueva España durante el siglo que transcurrió después de la conquista, fué siempre resultado de iniciativas o gestiones previas en las altas esferas de las administraciones real y pontificia. Casi todas las agrupaciones regulares, además, comenzaban por establecer su primera fundación en la ciudad de México, desde donde proseguían a otras plazas o territorios. En cambio, el advenimiento de la Congregación del Oratorio de San Felipe Neri en México lo propiciaron sus propios integrantes en la segunda ciudad del virreinato: la Puebla de los Angeles.
La Congregacion del Oratorio había había cristalizado en Roma, en 1575, luego de interesantes experiencias de Felipe Neri con la participación de laicos en distintas obras de caridad y asistencia a pobres, peregrinos y convalecientes. Un grupo de presbíteros seculares se había unido al santo para diseminar sus ideas, profesando la práctica de la oración, de los sacramentos y de la prédica sin el vínculo de votos y sin los rigores de las reglas de las órdenes mendicantes. Estas características, y otras como su relativa autonomía local y su vinculación a problemas de asistencia social en las ciudades, eran innovadoras y más acordes con la modernidad barroca. La aprobación papal de los oratorianos se llevó a cabo en 1612.
Casi cuatro décadas más tarde, a principios de 1651, un grupo de seculares comenzó a reunirse en el colegio de San Juan en Puebla para delinear las características de una institución que siguiera el modelo felipense. Pronto concluyeron su tarea, pues el 16 de abril de ese mismo año redactaron la solicitud para que la diócesis -encabezada en aquella época por Juan de Palaforx y Mendoza- autorizara la fundación de una hermandad a la que se denominó Concordia de Caridad Ecleciástica. La respuesta favorable se dió el 9 de agosto siguiente.
El día 28 del mismo mes, los interesados se reunieron nuevamente en el citado colegio, con el fin de redactar las constituciones, mismas que retomaban el programa de San Felipe Neri en lo esencial, lo que respondía muy bien a las necesidades de una vigorosa dinámica de poblamiento como la que se dió en ese siglo en Puebla.
Con esas bases, se procedió, el 10 de noviembre de 1652, al nombramiento del primer prepósito, máxima autoridad de la institución, cargo que quedó en manos de don Andrés Saenz de la Peña.1 Logrado esto, en 1654 decidieron iniciar los trámites para que la autoridad pontificia aprobara la fundación, cosa que se detuvo hasta 1671 por lo que se relata adelante.
Durante sus primeros ocho años de existancia, la sede del nuevo organismo siguió siendo el colegio de San Juan, pero era necesario que el instituto contara con un templo donde poder realizar sus devociones y ejercicios religiosos. Así, el obispo de Puebla, don Diego de Osorio, decidió, el primero de septiembre de 1659, donar a la Concordia el templo de la Santa Veracruz.2
Esa iglesia tuvo sus orígenes hacia 1535, cuando Cristóbal Martín Camacho y Juan de Yepes, mayordomos de la cofradía de la Santa Veracruz, también conocida como Archicofradía de los Caballeros, solicitaron al Cabildo una merced de dos solares, los cuales fueron concedidos. Diez años después, la misma cofradía pidió licencia para levantar ahí una casa hospital con el título de la Santa Veracruz. En ese año (1545), el Cabildo les autorizó la erección del templo, que tuvo rango de parroquia e incluso fue utilizado como sede catedralicia en tres momentos: 1556, 1580- 81 y 1587-1588, mientras se reparaba la catedral vieja. Sin embargo, para 1619 la iglesia de la Veracruz se encontraba en malas condiciones. Por ese motivo, los mayordomos y diputados de la Archicofradía de los Caballeros demandaron que los capitulares pidieran limosnas para su reedificación,3 desconociéndose si ésta se llevó a cabo. En todo caso, fué ese el templo que recibieron los sacerdotes de la Concordia en 1659. El 12 de diciembre de 1660, siendo prepósito el padre Florián Pérez y Sarmiento, se colocó la imagen de San Felipe Neri en el altar principal. Pero como seguían haciendo uso del templo algunas cofradías, incluyendo la fundadora, que no estaban muy de acuerdo en que el edificio perteneciera a la Concordia, impidieron que se hicieran las reparaciones que requería el inmueble. Nuevamente, el obispo tuvo que intervenir, logrando la conciliación a través de un pacto que contenía veintitres condiciones para proseguir la construcción, entre ellas: debía conservar el nombre de la Veracruz, las cofradías no serían desalojadas, y estas asociaciones piadosas nombrarían al capellán, quien se encargaría del cuidado de la iglesia sin permitir que intervinieran los miembros de la congregación. Para 1668, existía una mejor relación entre la Concordía y las cofradías, de modo que se nombró al primer capellán, se cercaron los solares que rodeaban el templo y se construyó una vivienda para el capellán y los sacristanes.
Al año siguiente -1669-, el obispo Osorio realizó gestiones para que la organización sacerdotal fuera formalmente incorporada a la Congregación del Oratorio de San Felipe Neri. Con el fin de promover una actitud favorable del Sumo Pontífice, con la carta que solicitaba la agregación se envió un crucifijo de marfil con la cruz de ébano y los remates de plata, que aparentemente es el mismo que se ha venerado en el altar mayor del templo oratoriano en Roma.4
Mientras llegaba la respuesta del Papa, se demolió el templo antiguo, y el 3 de junio de 1670 se puso la primera piedra de una nueva iglesia cuya obra fue encomendada, administrativamente, al canónigo Reynoso y Sarmiento. El arquitecto Carlos García Durango fue encargado de la construcción, y dirigió la obra sin percibir salario.5
El 16 de abril de 1671, el Papa Clemente X expidió su bula Ex quo Divina Maiestas... por la que se implantó el Oratorio de San Felipe Neri en la ciudad de Puebla, el primero de esta orden en la Nueva España. Luego, en 1674, se procedió a elegir, al primer prepósito del Oratorio poblano, recayendo el cargo en el canónigo Juan García de Palacios. Además, la aprobación pontificia permitió que aumentaran los privilegios, gracias e indulgencias del recinto, y que se multiplicaran las limosnas para proseguir con su fabricación.
La iglesia se concluyó finalmente y se bendijo en 1676, con la doble advocación de la Santa Cruz y San Felipe Neri. Sin embargo, no llegaba, como ahora, hasta la actual calle 3 Norte, sino que dejaba libre el atrio entre las dos capillas de Guadalupe y de la Consolación, que servían desde fines del siglo XVI o inicios del XVII a las cofradías de chinos y de pardos6 que acudían al conjunto de la Vera Cruz. Desde 1675, un año antes de que Garcia Durango concluyera su obra, los padres felipenses habían tomado la decisión de alargar la nave, pero les tomó varios años conseguir la anuencia de las cofradías, cosa que al fin lograron con la ayuda del obispo Fernández de Santa Cruz. La ampliación, con la portada actual, se concl uyó hasta 1699, y no se sabe si también fué proyecto de García Durango, quien había muerto diez años antes.7
El templo felipense se decoró con altares barrocos, la mayoría fabricados en las últimas décadas del siglo XVII, entre los cuales se hallaban los colocados en el altar mayor u en los altares de los cruceros. Algunos retablos fueron quitados por el prepósito Lucas Yánez de Vera para abrir unas grandes ventanas que iluminaran el interior. Hubo otros retablos que se conservaron hasta el siglo XIX, entre ellos: el que ejecutaron en 1677 el ensamblador Miguel de la Vega y el dorador Antonio Pérez, que tenía la advocación del 'Cristo del Escarnio'; otro, realizado en 1680 por el escultor Miguel de la Vega, el pintor Antonio de la Piedra y el dorador Sebastián Ramírez; el de la Congregación de Nuestra Señora de los Dolores, costeado con una donación del capitán Diego de León Beltrán y contratado por el ensamblador Diego de los Santos, el dorador Mateo de la Cruz, el platero Nicolás Ruiz y el vidrieron Juan de Armijo Villalobos, el año de 1695. Estos retablos no se conservan en la actualidad.
En las paredes se dispusieron pinturas, entre las que se destacaban la serie referente a la vida de San Felipe Neri, firmada por el pintor Miguel Jerónimo Zendejas, que todavía se conserva, y el lienzo de la Santa Cruz de Huatulco, copiado hacia 1652 por el maestro Gaspar Conrado del original que se encontraba en el convento del Carmen. Esta obra fue contratada por la archicofradía de la Santa Veracruz.8
Además, el templo contó con cuatro capillas. Las dos inmediatas a la puerta estaban dedicadas a Nuestra Señora de Guadalupe, del lado del Evangelio, y a Nuestra Señora de la Consolación, del lado de la Epístola, y estaban al cuidado de las cofradías mencionadas anteriormente.
La capilla de Guadalupe contó, hasta 1777, con un retablo fabricado en 1680 por Lázaro García, maestro ensamblador, y complementado con pinturas de José Millán. El dorado de esta obra se realizó hasta 1690, por el maestro Mateo de la Cruz, por la cantidad de 450 pesos. Este retablo fue sustituido por otro moderno de 1777, en el que primero se colocó como imagen central a la Virgen de Guadalupe. Cuando fue renovado, la escultura de la Guadalupana se trasladó al segundo cuerpo para poner en el espacio central a San Juan Nepomuceno.
Por su parte, la capilla de la Consolación tenía su retablo barroco con esta advocación, mismo que en el siglo XIX fue sustituido por otro de estilo neoclásico, dedicado a San Felipe Neri, igual que la capilla.
Antes del transepto se encontraban las otras dos capillas. La ubicada del lado del Evangelio fue iniciada por el licenciado Félix Pérez Delgado, quien solicitó permiso para hacer una capilla dedicada a San Miguel. Como Pérez Delgado no cumplió sus compromisos de costear, al menos parcialmente, la obra, los religiosos la terminaron dedicándola a San Cayetano. Sus bóvedas fueron decoradas con relieves de argamasa y los muros cubiertos con pinturas de la vida del santo. También tenía su retablo dorado con la figura de San Cayetano en escultura. Esta ornamentación no se conserva en la actualidad. Hacia el costado de la Epístola se encontraba la capilla de Jesús Nazareno, edificada por la cofradía del mismo nombre. El pequeño recinto se terminó en 1692, gracias al apoyo económico del cófrade don Luis de Perea. El retablo principal poseía una imagen de bulto de Jesús Nazareno, pero, en la segunda mitad del siglo XVIII fue puesta en uno de los retablos del crucero. Actualmente, la capilla está dedicada a la Sagrada Familia.
En las postrimerías del siglo XVII, el obispo Manuel Fernández de Santa Cruz mandó construir la vivienda de los padres de la Concordia. Se sabe que en su edificación intervino el arquitecto Diego de la Sierra9 por lo que podría ser él mismo quien tuvo a su cargo la ampliación de la nave mencionada antes, junto con la portada.
Casi un siglo después, el 3 de enero de 1793, el entonces prepósito del Oratorio, don Cayetano Medina, pidió licencia al Cabildo para la edificación de la Casa de Ejercicios en parte del terreno que ocupaban las habitaciones y un solar propiedad de la congragación. La licencia les fue otorgada y, con el apoyo económico del virrey Bucareli y Ursúa y del obispo Salvador Beimpica y Sotomayor lograron realizar la obra. En los primero años del siglo XIX, el edificio, dedicado a Nuestra Señora de la Luz, comenzó a prestar sus servicios religiosos exclusivamente a varones, pero en 1808 se hizo extensiva la participación a las mujeres.
En 1816, fue electo como prepósito de la Concordia el padre Joaquín Furlong, miembro de una de las familias más importantes de la ciudad. La agitación provocado por el movimiento independentista provoco una profunda crisis, que el padre Furlong pretendió superar reorganizando la congregación. Hacia 1830, la relativa estabilidad le permitió renovar la iglesia, incluyendo la substitución de varios retablos barrocos por altares neoclasicos. Luego, en 1838, construyó un panteón que fue prácticamente destruido en 1856, durante el asalto de Comonfort a la ciudad. Las acciones militares de ese año dejaron convertidos en ruinas al templo, el claustro y la casa de ejercicios. Luego, en 1857, el gobierno expropió parte del inmueble, y los clérigos tuvieron que habitar en las bodegas de la iglesia. Entonces, el general Cosme Furlong, acompañado por miembros de algunas de las cofradías, hizo trámites ante Manuel Miramón y la casa de ejercicios les fue devuelta. Pero, desgraciadamente, las construcciones sufrieron nuevos daños durante el terremoto de 1862. El templo de la Concordia fue desocupado hasta 1868. Luego, casi veinte años después, se iniciaron las reparaciones del conjunto.
Las instalaciones oratorianas fueron nuevamente intervenidas por el gobierno en 1914. Tanto el templo, como lo que quedaba de la vivienda, fueron saqueados. Al terminar los enfrentamientos armados de la Revolución, la iglesia fue devuelta a los padres oratorianos. Entonces, el padre Sedeño la renovó cambiando la decoración interior. El 2 de mayo de 1936, la casa de ejercicios fue declarada monumento nacional, y hacia 1954 se tramitó lo propio para la iglesia.
Actualmente, el templo sigue en manos de la Congregación del Oratorio, y en ella se sigue ejerciendo el culto católico. Lo que queda del clausto se ha convertido en el Colegio Gabino Barreda. De la casa de ejercicios únicamente se conserva el patio, con su fuente recubierta de cerámica.
1 García Islas, Guión histórico de la congregación de San Felipe Neri, p.13.
2 F. de E. y Veytia, Historia de la fundación..., t. II, p. 416-417.
3 Ibid., t. II, p. 129 y 420.
4 Manuel Toussaint, Arte colonial..., p. 201.
5 García Islas, op. cit., p. 26-27.
6 En el complicado sistema de castas novohispano, los chinos eran mezcla de sangre india y negra, mientras que los pardos eran mezcla racial negra y mulata.
7 J.J. García Islas, Guión histórico de la Congreg ación del Oratorio..., pp. 38-39
8 F. de E. y Veytia, op. cit., t. II, p. 421-422.
9 Ibid., t. II, p. 422-423.
3.-DESCRIPCION ARQUITECTONICA
Debido a la ampliación que se hizo entre 1676 y 1699, la nave del templo de La Santa Veracruz y San Felipe Neri emerge, sin atrio frontal, hasta la acera de la calle 3 Sur. A cambio, cuenta con un pequeño atrio lateral provisto de su correspondiente portada atrial, misma que se eleva por encima del pretil y las rejas de hierro forjado que la flanquean. Se trata de un robusto elemento de mampostería y argamasa donde el vano de entrada está delimitado por jambas, arco de medio punto y enjutas lisas a los lados. Lo anterior está enmarcado por sendas pilastras toscanas, traspilastras, entablamento con friso estriado sobre las pilastras y la clave del arco, cornisa y frontón quebrado del que emerge el remate. Este último consiste en un nicho central de medio punto con la imagen de bulto del Patrocinio de San José, enjutas decoradas, sendas pilastras, entablamento y otro frontón quebrado del que surge un pináculo en forma de corazón. A los lados se forma un perfil mixtilíneo que desciende gradual y escalonadamente hasta las mochetas, y que incluye un par de flameros lisos a manera de pináculos y sendos róleos. Hay que decir que la reja del ingreso es de buena factura, así como el par de farolas que se proyectan interiormente de las mochetas hacia el atrio, en cuyo centro hay una cruz labrada, reciente pero no exenta de calidad decorativa.
La planimetría del templo asume la forma de una cruz latina, con la nave principal dispuesta de poniente a oriente a lo largo de ocho tramos. La proporción extremadamente alargada de la nave entre los pies de la iglesia y el transepto sólo se explica por la ampliación hecha a fines del siglo XVII. Esta abarca precisamente los primeros dos tramos actuales, cubiertos por bóvedas de arista, donde ahora se encuentran el coro y al sotocoro. Por cierto que en la planta se aprecian, entre el segundo y tercer tramos, los cubos primitivos de las torres.
Luego vienen cuatro tramos más, del tercero al sexto, cubiertos por bóvedas de cañón con lunetos, con la entrada lateral de ingreso a la altura del cuarto tramo. En el séptimo tramo está el crucero, donde los cuatro arcos torales y las pechinas entre ellos soportan un tambor octogonal con ventanas de la misma forma y una cúpula hemisférica provista de linternilla. A los lados, los brazos del transepto están cubiertos por cañones con lunetos. Finalmente, el octavo tramo, ya sobre el presbiterio, repite la cubierta de cañón con lunetos.
Todos los elementos soportantes de estaestructura: pilastras, entablamento corrido en los muros laterales, arcos fajones y arcos torales muestran su cantera labrada, con buena molduración. Tanto las caras de las pilastras como los intrados de los arcos tienen canaladuras perimetrales con aplicaciones doradas, lo que le atenúa la severidad del acabado. El mismo procedimiento se siguió en el sotocoro, de elegante perfil escarzano.
El templo cuenta con cuatro capillas anexas, dos a los pies de la iglesia y otro par contiguo a los brazos del transepto. A las dos primeras se ingresa por el primer tramo del sotocoro, y cuentan con el mismo tipo de portada de ingreso: un par de severas jambas de capitel toscano soportan el arco de medio punto con anagramas de María en la clave. Tanto las jambas como el arco muestran canaladuras en el perímetro, y podrían haber sido parte de las portadas exteriores que tuvieron originalmente estas capillas. La del lado del Evangelio es ahora la de San Juan Nepomuceno; consta de tres tramos, dos en los ext remos de cañón con lunetos y uno al centro con cúpula de casquete hemisférico sobre pechinas. La del lado de la Epístola está dedicada a San Felipe Neri, con un esquema similar, pero con la cúpula octogonal gallonada, mucho más peraltada y provista de cuatro lucarnas.
Las otras dos capillas contiguas al transepto también ostentan portadas de ingreso labradas en cantera, con un diseño más elaborado en el que se reconoce la impronta decorativa de García Durango: los fustes de las jambas de capitel toscano muestran cinco cuadros, cada uno con un elegante rosetón; por su parte, las dovelas del arco de medio punto se decoraron como hojas de acanto, destacando más el relieve en la clave; en las enjutas hay rosetas de las que parte decoración fitoforme; finalmente, el entablamento sin arquitrabe sólo muestra un friso decorado discretamente y una cornisa bien proporcionada.
Sin embargo, el espacio y la estructura interna de estas capillas es diferente: la del lado del Evangelio, dedicada actualmente a la Sagrada Familia, miniaturiza la disposición en cruz latina del templo, con la nave y los bracitos del transepto a base de cañones con lunetos, mientras que en el crucero, sobre los arcos torales y las pechinas, se levanta un corto tambor octogonal, provisto de cuatro vanos de medio punto, encima del cual se alza la cúpula. Como los claros de este espacio son cortos, el arquitecto se ahorró las pilastras, por lo que los arcos fajones y torales descargan sobre impostas a la altura del entablamento perimetral que recorre los muros de la nave. Los róleos de forma vegetal en la base de estos elementos, así como los ángeles en las pechinas de la cúpula, son los únicos elementos de yesería de buena factura que se conservan en La Concordia. Del lado opuesto a esta capilla está la de San Cayetano, que ahora sirve como Sagrario. Es mucho más sencilla y baja, y consta únicamente de dos tramos de cañón con lunetos.
Finalmente, detrás del presbiterio se encuentra la sacristía del templo. Se trata de un noble espacio cubierto por tres bóvedas de arista, y es interesante conocerlo por el magnifico labavo que ahí se encuentra, con pileta y surtidores labrados de tecali, incorporado a un nicho decorado con yeserías y una placa conmemorativa.
La percepción externa del templo y sus capillas es algo heterogénea. Desde la plazuela de Santa Clara es prácticamente imposible apreciar el conjunto de los cuerpos edificados. Los volúmenes de las capillas que flanquean al imafronte del templo le confieren una dominante horizontal, poco dramática, a toda esta fachada, pero a cambio enfatizan la importancia de la portada.
Esta es muy singular,flanqueada por sendos cubos desprovistos de torres, con angostas troneras, elegantes gárgolas y sendos chapiteles de remate. Evidentemente, no se quiso dejar sin diseño a estos sencillos cuerpos. Así, la portada labrada en cantera gris oscura, de dos cuerpos y tres calles, ocupa todo el imafronte. En el primer cuerpo destaca el vano central cerrado por un portón entablerado de magnífica factura, que parece ser el original, con relieves tallados de San José y del Arcángel Gabriel en los postigos. El vano está delimitado por un par de jambas toscanas con canaladuras en los fustes y arco de medio punto, mismo que perfila las enjutas, decoradas con motivos florales y fitoformes. Un par de plintos divididos en tres tableros lisos soporta pares de pilastras de capitel toscano y fuste tritóstilo: el primero tercio con contraestrías y lo restante estriado normal. Las entrecalles llevan nichos de medio punto, orlados, con las esculturas de los Apóstoles Pedro y Pablo, labradas en cantera blanca de Villerías. Sobre cada nicho hay tramos almohadillados. El entablamentotiene resaltos y decoraciones en el friso sumamente discretos, apenas perceptibles.
El segundo cuerpo sigue la misma disposición. Tanto los plintos resaltados, como los tableros de las entrecalles muestran canaladuras perimetrales. La calle central del banco ostenta los relieves de una mitra episcopal y dos tocados, sobre los que se grabaron las palabras de la divisa felipense: PARAISO, PARAISO QUIERO. Encima del banco, en la calle central, se encuentra la ventana del coro, con fino marco decorado y profundo derrame, que la hace actuar, de hecho, como un nicho, ya que en el repisón del marco descansa una figura de bulto del Santo titular. Flanquean la calle central pares de pilastras jónicas, de fuste estriado, que a su vez definen las entrecalles laterales, donde hay sendos escudos con nichos encima de ellos, de curioso perfil de concha invertida. Uno está vacío, mientras que el otro aún conserva la estatua de una Santa. El entablamento que remata este segundo cuerpo muestra friso almohadillado, quebrado al centro, donde surge el nicho de perfil semioctogonal con la imagen de bulto de la Virgen de los Remedios. Una esbelta cruz labrada pone término a la composición.
La severidad de esta portada cuadrangular, y su atribución casi unánime a Carlos García Durango han propiciado una serie de equívocos que es necesario aclarar: parece anteceder a otras portadas más atrevidas, incluso del mismo García, pero en realidad es de las postrimerías del siglo XVII. Se terminó cuando otro ilustre arquitecto español, Diego de la Sierra, hacía obras en el claustro de los felipenses, por lo que hemos aventurado la suposición de que la ampliación del templo y su portada también podrían deberse al mismo autor sevillano. No hay o no se ha encontrado, desgraciadamente, evidencia documental al respecto, sin embargo, la portada misma de La Concordia es un testimonio que puede leerse, sobre todo si se la compara con la portada norte de la Catedral poblana, en la que intervinieron sucesivamente García Durango y De la Sierra. Al parecer, fué este último el que le dió su fisonomía definitiva a la portada catedralicia10, de modo que es imposible no fijarse en diversas analogías entre ambas portadas: su organización básica; el gusto por los altos plintos y bancos; la combinación de nichos con escudos en las calles laterales del segundo cuerpo; las pilastras jónicas y sobre todo, el curioso perfil de concha invertida en los nichos del segundo cuerpo. Como De la Sierra terminó la portada norte de la catedral en 1689, es lógico aventurar que trasladó el mismo esquema a La Concordia, concluída diez años más tarde. A esa influencia herreriana tardía debe su severidad la portada felipense.
La percepción de las partes exteriores del templo situadas detrás de las capillas que flanquean la portada es totalmente distinta.El volumen de la nave y su crucero aparecen claramente delineados, así como los contrafuertes, rematados elegantemente por chapiteles rematados en flores de argamasa. Se aprecia, incluso, el cubo de lo que iba a ser una de las torres de la primera obra de García Durango, rematado ahora por una espadaña. El tambor con sus vanos octogonales y la cúpula revestida de ladrillo, con su robusta linternilla, sobresalen airosam ente en lo más alto de la edificación.
En todo este contexto, la portada lateral, que parece más reciente, es en realidad más antigua. Ocupa todo el espacio entre dos contrafuertes, es de dos cuerpos, una sola calle y se construyó a base de mampostería y argamasa. El vano central del primer cuerpo está delimitado por jambas y arco, con enjutas decoradas con motivo vegetal. Un par de pilastras toscanas soporta el entablamento con discretas decoraciones en el friso. En el segundo cuerpo, la calle está ocupada por varios elementos: un nicho abajo, con otra estatua de San Felipe, flanqueado por sendos escudos, mientras que arriba se encuentra la ventana del coro con marco acodado y almohadillado. Sendos pares de pilastras jónicas, muy similares a las de la fachada principal, flanquean este conjunto, encima del cual pasa el entablamento, con frontón quebrado al centro, en el que alcanza a distinguirse una fecha, posiblemente la de la terminación de esta portada: 1684.
Vale la pena visitar lo que queda de las antiguas dependencias del conjunto oratoriano. La más importante es la escuela pública que ahora ocupa el claustro de los felipenses, conservando sus arcadas de dos niveles sobre robustas columnas toscanas, de acusado gálibo. En las esquinas se forman machones esquineros con pares de las mismas columnas. Además, la vista hacia el templo desde el claustro es una experiencia vivificante.
10 M. Fernández, Artificios del Barroco, pp. 134-135.
4.-OBRAS DE ARTE
Las transformaciones y destrucciones del siglo XIX dejaron a La Concordia con pocas obras del período virreinal. Todos los retablos son neoclásicos, si bien algunos están adornados por pinturas o figuras antiguas.
El retablo mayor es de tres calles, con el espacio central ocupado por un templete circular, con imágenes distintas en su interior, según la época del año. Sobre la cúpula del templete se alza la imagen de yeso del Santo titular. A los lados, sendos pares de columnas corintias con figuras de santos entre ellas soportan tramos de entablamento sobre los que se alzan frontones curvos, quebrados, de cuyo centro surgen jarrones. En el remate, un fanal emerge del nicho de medio punto.
Los retablos del transepto siguen un esquema parecido, pero sin el tímpano de remate. El espacio central es otra vitrina flanqueada por columnas que soportan un entablamento decorado y una balaustrada. La figura central del retablo del lado del Evangelio también varía con la época del año, mientras que del lado de la Epístola se trata del Sagrado Corazón de Jesús. A los lados hay peanas con nichos y doseles, en los que se muestran otras figuras de santos.
Por cierto, en la vecindad de éste último retablo se encuentran el púlpito octogonal de tecali y su tornavoz torneado de madera. Son elementos subsistentes de la obra original.
Además, hay seis lienzos de Miguel Jeronimo Zendejas, pintor de las postrimerías del siglo XVIII, en los muros de la nave. Todos se refieren a episodios de la vida de San Felipe Neri. En el interior de los demás locales hay más óleos: dos más de Zendejas en la capilla de San Juan Nepomuceno, también con escenas de la vida de San Felipe; otras cinco, tres en el retablo y dos en los muros, en la capilla de San Felipe; en la sacristía hay otras dos escenas de la vida de San Felipe, así como otra en la que aparecen el virrey Bucareli y un prelado.
El órgano tubular que se encuentra en el coro alto es de principios de siglo. Al parecer es bueno, pero le faltan algunos elementos por lo que no funciona.
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