Nombre del Inmueble
Nuestra Señora de Guadalupe
Clave del estudio monográfico
MX-SC-DGSMPC-EM-000438
Estado, Municipio, Localidad
Estudio Monográfico
Clave del estudio monográfico
MX-SC-DGSMPC-EM-000438
Contenidos
1.-ANTECEDENTES
Los misioneros de la Compañía de Jesús organizaron su Misión de la Tarahumara Alta a finales de la primera mitad del siglo XVII y esta misión abarcó los asentamientos más importantes del pueblo tarahumara en la sierra alta y sus estibaciones hacia el oriente, el poblado de Cajurichi entre ellos.
La evangelización de los indígenas del que se llamó Reino de la Nueva Vizcaya a partir de su descubrimiento para el virreinato de la Nueva España por Don Francisco de Ibarra en 1565, siguió en forma inmediata a aquellos descubrimientos y en ocasiones se adelantó al avance de los colonizadores. Así, mientras Don Rodrigo del Río fundaba Santa Bárbara en 1564, misioneros franciscanos obtenían autorización para fundar su convento de San Bartolomé el 21 de agosto del mismo año.
Los jesuitas no les iban muy a la zaga. Desde sus misiones de la costa del Pacífico habían penetrado la gran sierra por el occidente y entrado en contacto con los tarahumaras en la sierra de Chinipas en 1601.
Una vez delimitados por las autoridades eclesiásticas las jurisdicciones en las que desarrollarían su labor misional jesuitas y franciscanos, éstos en la parte oriental y llana, dejando a los hijos de San Ignacio la sierra en la zona occidental, se inició el trabajo misional en el sur de la Nueva Vizcaya y establecieron la Misión de la Tarahumara Baja con principales cabeceras en San Miguel de Bocas, San Pablo Balleza, Huejotitlán y San Javier de Satevó.
El conocimiento más a fondo del pueblo tarahumara, llevó a los jesuitas al reconocimiento de que el grueso de los tarahumaras habitaban más hacia el norte, la mayoría en el territorio que se les había asignado, por lo que decidieron abarcar toda esta zona por medio de otra serie de misiones a la que llamaron la Misión de la Tarahumara Alta.
2.-ASPECTO HISTORICO
La primera gran expansión jesuita hacia la parte noroeste de la sierra Tarahumara que siguió a la tercera rebelión de aquellos indígenas (1653), se inició en 1675 y abarcó algunos de los más recónditos valles de la sierra alta. Una vez establecida la misión de Tomochi como cabecera de partido, se continuó la evangelización de los grupos tarahumaras cercanos, fundando visitas con templos pequeños y escasa feligresía. Más que cercanas, estas visitas pueden considerarse como las más inmediatas, ya que las distancias que las separan son del orden de las 20 ó 30 leguas a través de la sierra, difíciles de recorrer aún hoy día.
En 1688, el padre Guillermo Illing se había establecido en Cajurichi y en dos años más tenía en pie el primer templo del lugar. Templo de corta vida pues en la penúltima gran rebelión tarahumara del siglo XVII, en 1690, fue destruido e incendiado, al igual que toda la población, logrando apenas salvar la vida el misionero fundador y el P. Jorge Stanislas Hostinsky quien lo auxiliaba desde la cabecera de partido en Tomochi.
Esta insurrección superó en intensidad a las anteriores. Los caciques tarahumaras, tradicionalmente aislados se unieron y atrajeron a su causa a grupos de conchos, janos, chinarras, etc. por lo que las autoridades de la Nueva Vizcaya hubieron de concentrar tropas de varios presidios y ciudades (Parral, Janos, Sinaloa y Sonora) al mando del capitán Fernández de Retana para proceder a una campaña similar a las anteriores aún cuando más lenta y sangrienta. Poco duró la paz ya que en 1697 la última rebelión tarahumara arrasó los pueblos más alejados de la sierra y esta vez el nuevo gobernador Juan B. Larrea se unió a Fernández de Retana para ampliar la campaña en contra de los tarahumaras logrando esta vez una paz estable. Nunca volvieron a rebelarse los tarahumaras.
Sofocada la insurrección, el P. Juan Bautista Barli intentó reconstruir el templo, pero el gobernador Larrea consideró insegura a la población y ordenó el traslado de sus habitantes a Papigochi (Cd. Guerrero).
La pacificación trajo consigo el paulatino regreso de los tarahumaras a sus antiguos territorios y la recomposición de sus comunidades de la sierra, al tiempo que las misiones jesuitas de las tierras más bajas mostraban un notable progreso. En estas condiciones, solamente era necesaria una iniciativa personal para la reinstalación de la misión en Cajurichi. Esta estuvo a cargo del legendario jesuita Francisco Glandorff que había trabajado en las misiones de Carichi a partir de 1721, donde aprendió Rarámuri y, asignado después a Tomochi se hizo cargo de la reconstrucción del partido. Famoso andarín nacido en Alemania, había recorrido a pie el camino de Veracruz a México y de México a la Tarahumara.
La figura de este jesuita tomó, con el tiempo, caracteres místicos entre los Tarahumaras y aún entre los miembros de la Compañía de Jesús (fué introducida su causa de canonización). Su resistencia física demostrada entre los famosos Tarahumaras se transformó en relatos de desplazamientos a pie en tiempos increibles, su buen carácter y abnegación en el trabajo de evangelización atrajo relatos de misticismo y milagros. El hecho histórico es que recorrió a pie durante cuarenta años su partido de Temochi a Yepachi y de ahí hasta Moris y Batopilillas, atendió en forma constante sus numerosas visitas y alrededor de 1730 tenía reconstruido el Templo de Cajurichi, el que dedicó a N. Sra. de Aranzazú.
3.-DESCRIPCION ARQUITECTONICA
La especial ubicación del templo unida la originalidad de su fachada principal incrementan el aspecto poco usual en nuestro medio del paisaje en Cajurichi.
Aún cuando el terreno propio del templo se encuentra delimitado por una sencilla cerca de troncos de madera y alambre, la ausencia de construcciones cercanas a la fachada hace que ésta destaque en un amplio llano, flanqueada unicamente por manzanos a ambos lados.
El templo, como se ha mencionado, corresponde a una época de construcción misional, destinado a una comunidad indígena pequeña, aislada y pobre. Conserva en esencia estas características con algunas modificaciones posteriores en la fachada.
Est fachada consta de un paño central y dos laterales correspondientes a las torres. Hacia el centro se encuentra la entrada elevada cuatro gradas del terreno. Esta puerta presenta ya los lineamientos estilísticos con los que se realizó el diseño de algunos elementos de la construcción, pues está enmarcada con una moldura rematada en arco ojival.
El resto del paño central tiene una composición simétrica con pilastras pareadas a ambos lados de la entrada desplantadas en un amplio pedestal de una altura mayor a la mitad de la portada y de toda la altura del paño rematadas en capitel sencillo y cúbico sobre columna y una moldura de remate que corre a toda la extensión de la fachada dando unidad a los tres paños. Sobre la portada existen dos largas ventanas parcadas con arco apuntado u ojival correspondientes al coro. Todo el paño central remata en un gablete de pendiente igual a la de la cubierta, ligero énfasis en la base y frente con ventana similar a las anteriores. Los paños laterales corresponden a las torres y sus bases, iguales hasta el segundo cuerpo, difieren unicamente en el remate.
Constan las bases de una planta cuadrada saliente en forma lateral del paño de la nave y ligeramente del paño frontal de la portada, con una ventana dentro del estilo descrito en el arranque de la subida (interior) y un óculo a tres cuartos de la altura. Sobre la moldura de remate del primer cuerpo se desplanta con la misma sección el segundo con altura igual al lado de la base y dos luces, frontal y posterior de vano similar a la ventana baja y dimensiones ligeramente mayores. Las cubiertas de remate de las torres marcan el único e importante detalle asimétrico de la fachada. En la torre poniente existe una cubierta de teja sobre madera a cuatro aguas, mientras la torre oriente tiene una aguja en lámina metálica a cuatro aguas con un cambio de nivel cerca de la base de influencia marcadamente centroeuropea.
El acceso desde el sotocoro tiene a ambos lados las puertas de los cubos de escalera de las torres y la integración a la nave sin cancel divisorio. La nave única está conformada al estilo de la mayoría de los templos misionales jesuitas de la región, con estructura a base de muros de adobe de gran espesor, separados el equivalente al claro para ser salvado por una viga de madera sin ménsula lateral. Tal es el sistema de cubieta en el plafón, protegido exteriormente por una cubierta de lámina metálica sobre armadura de madera. El coro esta sustentado en una estructura similar a la del plafón con una viga maestra que soporta vigas longitudinales y piso de duela.
La nave está iluminada con ventanas laterales alargadas de arco apuntado.
El presbiterio, separado por un ligero desnivel contiene un altar convencional y carece de relieve en cualquier otro sentido. En general la riqueza relativa del acervo artístico del templo hace de la estructura y el espacio total de la nave un virtual salón de exposición de esculturas y cuadros, integrados funcionalmente al culto y destacando por sí mismos sobre el ámbito interior del templo.
Dos entradas laterales en el muro posterior del presbiterio comunican con la sacristía cuyos muros laterales conservan el mismo paño de los de la nave y posee una cubierta, similar también, a menor altura.
Las fachadas laterales y posterior presentan un cierto movimiento en los muros de adobe mediante contrafuertes forjados en mampostería, a tres cuartas partes de la altura y con escarpio simple.
Aún cuando se ha indicado que el templo se encuentra aislado dentro de un terreno de regular amplitud (aprox. 5000m²) y está rodeado de huertos de manzanas, existen cerca de la parte posterior algunos espacios construidos, en un tiempo usados como habitaciones de los sacerdotes (época colonial) y que los vecinos llaman el convento, actualmente usados como bodegas. Son cuatro habitaciones alineadas con muros de adobe, puertas y una ventana al exterior, cubiertos con teja a dos aguas.
4.-OBRAS DE ARTE
Al examinar detenidamente las características del templo de Nuestra Señora de Guadalupe de Cajurichi y la comunidad en que está enclavada, resulta por lo menos sorprendente la riqueza del acervo artístico que contiene, casi todo procedente de la época colonial. La comunidad es muy pequeña (no más de 300 habitantes) y no hay evidencias de que en otro tiempo haya sido mayor; tampoco tuvo como Cusihuiriachi o Urique épocas de auge minero. La tradición oral, muy fragmentada, habla de algunos cuadros encargados en el siglo XVIII especialmente para el templo como el de la antigua patrona, la Virgen de Aranzazú y de otros concentrados en el lugar en épocas de agitación bélica o social, procedentes de templos vecinos, cuyas comunidades confiaban en que la apartada ubicación de Cajurichi proporcionara cierta protección a sus tesoros artísticos. De un modo u otro es indudable la clara conciencia de la comunidad de Cajurichi en cuanto a la necesidad de conservar y proteger su acervo artístico.
Doce óleos, algunos de gran calidad, ocupan los muros interiores del pequeño templo. Unicamente dos cuadros, representando a la virgen de Guadalupe, pueden considerarse convencionales, aún cuando uno de ellos sea una magnífica copia fechada a finales del siglo XVIII. El resto presenta una variedad de estilos, la mayoría de ellos alejados de la escuela mexicana de los siglos XVII y XVIII, todos cercanos a la tradición y santoral católico. Destacan el mencionado óleo de la virgen de Aranzazú, una virgen con San Isidro un Cristo crucificado, otro menor atado a la columna, una Santísima Trinidad y otros de Santa Elena, Santo Domingo, San Francisco, etc.
Completa esplendidamente el acervo artístico, una corta colección de esculturas, tallas en madera y estucos policromados, procedentes de la misma época. Sin duda la figura más destacada es un San José de 1.30 m. de altura de magnifica realización y concepción plástica, un Cristo resucitado de 0.80 m. de gran calidad, un Cristo yacente en el que sorprende el trazo del rostro (apenas inferior al San José) y dos vírgenes de menor tamaño y calidad. Completan la imaginería del templo una serie de escultura pequeñas, policromadas de reciente factura y algunos cromos enmarcados.
Tal profusión de obras artísticas expuestos en un espacio tan pequeño dificulta tanto su apreciación como la correcta celebración del culto y en el caso de las esculturas provoca un constante manipuleo de las mismas con el deterioro consiguiente.
Aún cuando no se pueden considerar óleos y esculturas en peligro de deterioro absoluto, es evidente la necesidad de ciertos trabajos profesionales de restauración en ambos.
ELABORO: ALBERTO VALENCIA
FECHA: 1984
Inmueble de pertenencia
Nombre del Inmueble
Nuestra Señora de Guadalupe