Imagen principal
Clave del inmueble
MX-SC-DGSMPC-BI-003705
Nombre del Inmueble
San Bernardino
Periodo legal del inmueble
Circunscripción eclesiástica
Época
Siglo XIX
Siglo de creación
Antecedentes históricos
El atrio de la parroquia de San Bernardino ocupa toda la cabecera de una de las manzanas más grandes del barrio que lleva su nombre. Prácticamente no desempeña ningún papel en la organización visual de la zona porque se encuentra detrás de una barda ciega de algo más de una altura, es decir, a los niveles de los primeros pisos de muchas casas en su vecindad. Infortunadamente el atrio es una gran explanada de cemento en la cual se abrieron unas cuantas jardineras que contribuyen a conservar varios árboles de distintas familias. Las masas de cemento sirven pues de caminos y circulaciones así como de estacionamiento para los vehículos de la parroquia y para algunos automóviles de los fieles. Es una lástima que un espacio de tan generosas dimensiones y, sobre todo, con los antecedentes de un atrio formidable, sea utilizado sólo como recurso utilitario de unos cuantos.
La obra se alza en el sector oriente del terreno, de manera que el atrio y la portada de acceso a la iglesia se encuentren en el poniente y de modo que el oficiante dirija la mirada al oriente en los momentos de la consagración. Ello crea a la iglesia un vestíbulo de dimensiones mayores, muy capaz de albergar un número considerable de fieles antes y después de las celebraciones aunque éstos, como se indicó, queden sujetos a compartir los espacios con automóviles y otros vehículos.
La iglesia, como fue lo más común en su época, fue construida con piedra, un material que, a pesar de su apariencia, puede integrarse con una amplísima cantidad de variedades y de entre las cuales eligieron los constructores las que fueron más capaces para resistir los empujes verticales y de distinguir cuales serían las más manejables para resolver las molduras, los ornamentos y, sobre todo, los motivos ornamentales y simbólicos. Por otro lado, la piedra desempeña un cierto trabajo frente al cual no puede -ni debe- permanecer expuesta: siempre se le trabajó para luego ser recubierta con suaves capas de cal y arena que formaron enlucidos con los que se vitaron las humedades, las acumulaciones de polvo y los eventuales crecimientos de plantas parásitas. Es de lamentar que algunos gustos, inexplicables, desde luego, se hayan impuesto aún a las decisiones de los constructores y ahora buena parte de los monumentos construidos con piedra estén expuestos a los peligros de la degradación.
Las fachadas, pues, no ocultan los materiales que las hicieron posibles y se ostentan como paramentos de un único material a pesar de la confusión visual que produce la sucesión de juntas, colores y, sobre todo, de dimensiones. Se requiere de una verdadera cruzada para lograr que la enorme cantidad de edificios en estas circunstancias pueda volver a sus estados originales sin demérito de las expresiones populares que los han transformado. Puede ser que ello resulte imposible.
La fachada principal, desde luego una de las más interesantes de cuantas se construyeron en el área de Toluca, es una respuesta muy sincera y honesta de las calidades geométricas, estructurales y plásticas de la iglesia pues se forma con dos grandes bloques, que son el cubo de la torre del campanario, al norte, y el contrafuerte de esquina que ayuda a soportar los empujes de la cubierta, al sur. Entre esos volúmenes, en sólo uno de los cuales se muestran dos vanos para iluminar las escaleras, se muestra la portada, una composición desde luego popular que resolvió la mayor parte de los elementos de ese tipo de objetos al parecer sin un proyecto definido.
La torre del campanario es de dos cuerpos y un remate: se trata de un volumen de plantas cuadradas y de vanos terminados como arcos de medio punto. En la torre no hay pilastras u otros elementos que resuelvan los aspectos estructurales del conjunto, pero sí hay, en las esquinas, pequeños cambios de paño que procuran ofrecer algo de movimiento y alguna cantidad de luz y sombra en los encuentros de paramentos con el objeto de aligerar elementos altos, pesados y, sobre todo, integrados ahora de un modo totalmente distinto al que les dio origen.
El contrafuerte en el extremo sur de la fachada es un volumen relativamente pequeño con funciones utilitarias: a pesar de ello, lleva un pequeño remate sobre el cual se encuentra una escultura que representa a un ángel guardián. La base del remate es el único elemento en esa zona de la composición que conservó el aplanado.
La portada propiamente dicha es una sección del muro del frontis que se encuentra remetida respecto del paño de la fachada: consta de dos cuerpos apenas insinuados y en los que los elementos principales dejaron su lugar a las evocaciones. El primer cuerpo lleva la puerta de acceso, vano inscrito en un arco de medio punto al que flanquean dos nichos que muestran sendas esculturas. No hay elementos verticales, de manera que el entablamento que sigue arriba parece suspendido y saliente sólo del muro de fondo: se trata de una composición muy gruesa, se diría que hasta completa desde el punto de vista de integración de ese tipo de objetos, pero sin apoyos resulta verdaderamente peculiar.
El entablamento cumple además otras funciones, como la de soportar el segundo cuerpo de la portada, en primer lugar. Sobre él se apoyan, en efecto, la ventana del coro, al centro, y las basas de dos pilastras de cada lado que no se construyeron y en cuyos espacios intercolumnios aparecen nuevos nichos, éstos con las imágenes de San Pedro y San Pablo. Los nichos de la planta baja están terminados en arcos de medio punto y los del nivel alto en arcos apuntados del tipo más sencillo.
La portada cumple desde luego sus funciones pero debe destacarse por su heterodoxia, es decir, por su diseño no sólo distinto sino casi se diría que hasta contrario al que ha caracterizado buena parte de la arquitectura religiosa del Estado de México. Estas son, entre otras, las propuestas de las comunidades cuando abordan con libertad las labores de integración o de conservación de las obras relevantes.
La nave que se alza sobre una planta rectangular es un gran salón distinguido por la continuidad y la altura relativa de sus muros: no son paramentos particularmente elevados pero así parecen por efecto del ancho libre de la nave, por la luz que llega por las ventanas y, desde luego, por la utilización de colores claros en las pinturas sobre los aplanados. A pesar de ser una disposición rectangular la de la planta, el espacio se resuelve muy adecuadamente con la cúpula que se alza en el penúltimo de sus tramos, en el espacio que correspondería al crucero en una propuesta de planta en forma de cruz latina.
Independientemente de la verdadera época de construcción del recinto, lo que es cierto es que la apariencia de la obra es, toda, la de una iglesia concebida y construida a la manera neoclásica, es decir, con el apoyo de pilastras y capiteles clásicos y otras soluciones sugerentes pero extrañas, como la sucesión de dentículos en los entablamentos que recorren los muros: esos objetos, por citar sólo unos de los varios a la vista, son bastante más grandes que los que hubieran resultado naturales de haberse cuidado las proporciones. Las bóvedas del recinto son de arista y revelan buena mano, cuidados y sabiduría de sus autores; se encuentran en muy buen estado y casi naturalmente conducen a la apertura de la cúpula, elemento que se alza sobre un trazo octagonal y que lleva tambor diferenciado del paño curvo de su interior: está soportada por cuatro pechinas y por los arcos torales que se dispusieron en los cuatro lados.
El presbiterio es un área muy transformada, tanto que ya no conserva ninguno de los elementos que le dieron singularidad: ahora, en diciembre de 2005, sólo hay algunos objetos que, en suma, recuerdan la presencia de algún retablo: y lo hacen de una manera poco común, pues lo mismo se advierten secciones de estípites que fragmentos de apoyos helicoidales sin bases, sin entablamentos y con sólo algunos cuidados en la zona central, en la que se encuentra una peana sobre la que descansa la escultura que representa a San Bernardino. En la parte más alta de esa composición se dispuso un nicho prácticamente a nivel del muro testero en el que se colocó otra escultura, ésta de Cristo en la Cruz. En ambos casos se trata de piezas de origen popular que se incorporaron a la propuesta prácticamente sin dificultades.
Al pie de la nave, como es habitual, se encuentran el coro, arriba, y el sotocoro, abajo. Independientemente de que los usos litúrgicos incluyan o no al espacio del coro, es un hecho que la estructura del conjunto no estaría completa, ni en funciones, sin su presencia. Vale la pena destacar, por último, que el área del sotocoro también ha sido transformada en la medida en que un nuevo cancel ha sido dispuesto para facilitar la distribución de las circulaciones de los fieles.
Planta arquitectónica (original)
Rectangular
Categoría arquitectónica
Estado, Municipio, Localidad
Nombre de la vialidad o calle
Morelos y Fray Bernardino de las Casas
Número y/o identificador de la vialidad o calle
s/n
Nombre del tipo de asentamiento humano o colonia
Centro
Código Postal
50080
Tipo de uso del inmueble
Uso actual del inmueble
Advocación
San Bernardino
Orden religiosa (original)
Diocesano
Responsable del levantamiento del inmueble
Fecha del levantamiento del inmueble
1 octubre, 2005