Estas pinturas que representan vidas de santos y mártires, tienen poco margen para cambios: finalmente estas convenciones son las que permiten obtener un resultado, es decir, el reconocimiento inmediato de la escena y por lo tanto con la historia que reproduce. El caso del nacimiento de la Virgen no escapa a estos moldes: generalmente, como en este caso, Santa Ana está en la cama, San Joaquín está a su lado, mientras dos o tres mujeres se están ocupando de la recién nacida, con utensilios domésticos alrededor, como jarras, palanganas con agua, vendajes (¨ombligueros?), un cesto con pañales y en el borde inferior, un bracero para calentar el ambiente. En este caso, se agrega a la composición, a una anciana que se lleva una mano a los lentes para ver bien a la criatura. Todo el fondo del cuadro está ocupado por un importante cortinaje rojo que se abre al centro para permitir ver el monograma luminoso de María Reina. Hay ciertos detalles como las perlas y joyas que llevan las mujeres que atienden a María, el cuidado para pintar las telas y sus diferentes texturas (o la piel de armiño que bordea la capa de Joaquín y que lo individualiza). La composición por superposición de planos indica una cierta ingenuidad en el planteamiento del espacio.
