En esta pintura se toca uno de los temas favoritos del arte barroco: el dolor de la madre ante el sufrimiento de su hijo. La composición se desarrolla en un exterior, del cual hay en el último plano una somera referencia como paisaje. En el centro está Cristo cargando la cruz, vestido con una túnica azul y viendo hacia el espectador. Toda su cabeza está rodeada por un halo de luz que también ilumina su cara, más blanca que las de los demás. Solamente la Virgen María comparte su color de piel y la luz, convirtiéndose en los focos de atención más importantes del cuadro. La matrona con los niños en el primer plano, representa a la caridad. El resto de los personajes de la composición se encuentran entre sombras cálidas.