La paloma con las alas desplegadas es la representación simbólica más gráfica y conocida del Espíritu Santo. Al final del diluvio, la paloma soltada por Noé vuelve con una rama tierna de olivo en el pico, signo de que la tierra es habitable de nuevo. Cuando Cristo sale del agua en su bautismo, el Espíritu Santo, en forma de paloma, baja y se posa sobre él. El Espíritu desciende y reposa en el corazón purificado de los bautizados. El símbolo de la paloma para sugerir al Espíritu Santo es tradicional en la iconografía cristiana.
En esta escultura, detrás del animal, que aparece frontalmente, se miran rayos luminosos en forma radial que le otorgan el carácter divino al animal.