En realidad la identificación no tiene casi importancia. Ya hemos visto en multiplicidad de ejemplos, de qué manera una imagen representa a otro santo o inclusive santa, cambiando simplemente de ropaje o de atributos. E inclusive, estar mal identificados. Lo que interesa es que están ahí, ahora sin ningún culto, como testigos mudos a los que hay que hacer hablar. Hablar del cuerpo, de la forma de verlo y representarlo, de la forma de trabajar de un imaginero en un pueblo de Zacatecas en el siglo XVIII, en la concepción del dolor y del sufrimiento y en la expresión que éstos adoptan. Es notable en este caso la forma en que están dibujadas las venas en superficie, como si fueran gusanos que recorren la piel. La simetría de las costillas y su imposible triangulación, así como la forma en que están doblados los brazos. El rostro es un manual de convencionalismos para rostros de dolor: cejas levantadas, mirada hacia arriba, boca entreabierta. Y en medio de tanto sufrimiento, la pierna levantada y el pie apoyado solamente en una punta como en un paso de baile.