Se trata de la imagen de una joven doncella, con las manos juntas a la altura del pecho, la cabeza un poco inclinada y una mirada que eleva al cielo. Lleva la cabellera suelta y va ataviada con una túnica color rosada con fimbria dorada y un manto azul. La Virgen se encuentra posada sobre una luna y con su pie pisa una serpiente, que simboliza el pecado. Este modelo iconográfico de la Inmaculada tuvo mucho éxito a finales del siglo XIX y en las primeras décadas del siglo XX. Sigue el modelo que el pintor español Murillo fijara en el siglo XVII. Los rasgos son dulces y la gama de colores pastel muy acordes con la estética nazarena de la época.