A pesar de ser una representación del Nazareno, es decir, de un Cristo adolorido por el maltrato físico de sus carceleros, la figura aquí expuesta está lejos de tener este semblante. Sin embargo, el imaginero no olvidó dejar señas evidentes de las heridas causadas por la corona de espinas -en este caso pareciera no corresponder al tamaño de la cabeza- y unas manos lastimadas y sangrantes. De cuerpo extremadamente delgado, pareciera tener articulaciones en los brazos.