La pintura representa el milagro de Pentecostés (Act. 2, 1) cuando descendió el Espíritu Santo y aparecieron lenguas de fuego sobre todos los que estaban reunidos, para que se cumpliera lo que Jesús les había anunciado, que Juan los había bautizado con agua, pero que tendrían que ser bautizados con el Espíritu Santo. Todos comenzaron a hablar en otras lenguas, como símbolo del cumplimiento de su misión evangélica. El esquema de la representación es absolutamente tradicional, y se repitió durante siglos en el arte cristiano. La Virgen María aparece en el centro del grupo de los apóstoles, todos miran hacia arriba, donde está abriéndose el cielo y el Espíritu Santo arroja lenguas de fuego. La pintura es de trazo duro y cerrado, la materia pictórica está tratada sin plasticidad.