Este mueble, utilizado casi exclusivamente para orar, no posee muchos siglos de existencia, puesto que antiguamente en las iglesias y oratorios particulares no había bancos ni sillas de ninguna especie. Los fieles se arrodillaban en las losas, y los reyes y gente principal sobre alfombras o almohadas. Pero parece que a fines del s. XV el lujo y el refinamiento de la época se dejaron sentir hasta en las prácticas religiosas y empezó a aparecer el reclinatorio en una forma especial. De dos muebles, de la almohada y del pupitre o atril bajo, que permitía, estando sentado, leer cómodamente un libro sin tener que sostenerlo en las manos, juntándolos se formó el primitivo reclinatorio, empleándose también una alfombra y una mesilla cubierta con un tapete. Así, se ven representadas los dos primeros reclinatorios en miniatura de manuscritos, en tablas y relieves de fines del s. XV.