En esta pintura se representó uno de los pasajes favoritos de la vida del santo italiano, su encuentro con el niño Jesús. Este desciende hacia el santo desde un rompimiento de gloria que se encuentra en el ángulo superior izquierdo del cuadro. El santo, vestido con el clásico talar de la orden, tiene frente a sí en una mesa, una vela encendida, un libro y una azucena. Ambos personajes están mirándose fijamente a los ojos, en diálogo directo e interior que se desprende de sus miradas, mientras que sus brazos se entreabren para fundirse en uno solo. Detrás de las figuras humanas se genera la luz que ilumina la cara del santo y el cuerpo del niño.