La pequeña imagen de San Miguel lleva la espada en la mano, como príncipe de las milicias celestiales y finalmente, como el que venció al dragón de siete cabezas que amenazaba a la mujer apocalíptica. En la otra mano lleva una balanza, seguramente para pesar las almas. La imagen es de una talla burda, pero no deja de tener cierto encanto. Lamentablemente está tan repintada que resulta muy difícil poder analizarla. Pero este cuidado, como el de Santiago de la misma ciudad, dice de la especial devoción que tiene de este barrio indígena.