En esta obra aprece la Magdalena en su período de vida mundana, vestida con ropas de cortesana, peinado llamativo, pendientes y anillos. Esta sentada delante de una mesa donde hay un peine, un collar de perlas y un pequeño retrato, en torno a un espejo que refleja un cráneo descarnado. En lo alto, en un rompimiento de gloria, el Padre Eterno y el Espiritu Santo envian tres dardos o flechas en forma de llamas al pecho de la santa. En el suelo se derrama un frasco de perfume y hay algunos otros utensilios.
Toda esta pintura es una alegoría, muy propia del barroco, tomando como pretexto la vida de la Magdalena, para recordan a los fieles la brevedad de la vida -mediante el cráneo descarnado- y la banalidad y fugacidad de la vida mundana. Es posiblemente una representación del principio de la conversión de la Magdalena, cuando 'tocada' por la gracia divina decide rectificar su vida.