En cada uno de los pasajes del Vía Crucis, la figura de Cristo tiene la misma característica: la cabeza está puesta de tal manera que parece que se hubiera agregado a un cuerpo al que no le pertenecía. La narración del encuentro con las mujeres tiene poco dramatismo. La sensación de paseo se completa con la imagen de los soldados que van conversando detrás de la cruz.