El siglo XIX quitó todos los adornos del vestido y el manto tanto de la Virgen como del Niño. También redujo las alhajas con las que generalmente se adorna esta imagen. Sin embargo, intensificó la relación personal entre la madre y el hijo, la hizo más cálida y entrañable. La Virgen no mira confiadamente al espectador, su expresión es reconcentrada, posiblemente más relacionada con una devoción que pone el acento en las relaciones personales, individuales.