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Nombre del Inmueble
Espíritu Santo, La Compañía
Clave del estudio monográfico
MX-SC-DGSMPC-EM-000144
Estado, Municipio, Localidad
Estudio Monográfico
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Contenidos
1.-CONTEXTO URBANO
El templo del Espíritu Santo, más conocido como La Compañía, se encuentra en la esquina que forman la avenida Maximino Avila Camacho y la calle 4 Norte. Su contigüidad al ex-colegio jesuita del que formaba parte, ocupado ahora por la Universidad Autónoma de Puebla, lo sitúa en el centro mismo del barrio universitario de la Angelópolis. En efecto, las instalaciones de la UAP no se limitan al vetusto inmueble jesuita de cinco patios y a un gimnasio de la época porfiriana en la esquina de Avila Camacho y 6 Sur, sino que se extienden a otras manzanas contiguas, ocupando siempre edificios de valor patrimonial.
Es lo que ocurre con la llamada Casa de las Bóvedas, que actualmente es Pinacoteca Universitaria. Se trata de un digno ejemplo de arquitectura doméstica tradicional poblana en la que hay influencias mudéjares evidentes. Marta Fernández encuentra muchos elementos de gran originalidad, tanto interior como exteriormente, en esa obra de dos niveles, construída por Diego de la Sierra en el último cuarto del siglo XVII.1
Otra casona de dos niveles, también ocupada por la Universidad, se encuentra en la calle 3 Oriente, justo frente al antiguo conjunto jesuita. Y a una cuadra de distancia, casi esquina con la Plaza Mayor de Puebla, está la llamada Casa de los Muñecos, de tres niveles, recientemente rescatada para alojar ahí al Museo Universitario de la UAP.
Además de los edificios que ahora forman parte del patrimonio universitario, hay otras casas notables en manos de particulares, como la ubicada en la esquina al norte del templo. Sigue el mismo tipo de otras de su género del temprano siglo XVII, pero las supera a todas por la finura de sus detalles labrados en cantera. Otra similar, frente a la esquina sur del edificio universitario, luce comparativamente mucho más simple y austera.
El resto de las construcciones circunvecinas forma un tejido relativamente homogéneo, aunque algunas rompen con el contexto, ya sea por su altura o por su fisonomía. Son casos en que la intensidad de usos del suelo para comercio y servicios ha desplazado al antiguo uso habitacional predominante.
Otro rasgo interesante de la Compañía es la posición adelantada de su fachada principal respecto al alineamiento de la calle 4 Sur, ya que materializa el espíritu expansionista que animaba a las poderosas órdenes religiosas en el Virreinato. Lo mismo ocurre con la plazuela frente altemplo, resultado de compras de los jesuitas a particulares en una época muy temprana, como se analiza más adelante. En todo caso, dicho espacio abierto vino a rematar un trayecto rico en experiencias visuales, analizado por Eloy Mendez, que parte desde Xanenetla, pasa frente a la parroquia de San José y desemboca en La Compañía.2
1 M. Fernández, Artificios del Barroco, p. 128-131
2 E. Méndez, Urbanismo y morfología ...., pp. 259-272
2.-ANTECEDENTES E HISTORIA
La Compañía de Jesús fue fundada en 1534 por San Ignacio de Loyola (Iñigo López de Recalde, 1491-1556) y sus constituciones fueron aprobadas por Paulo III en 1540. La orden surgió como milicia del catolicismo en una época en que la reforma religiosa se extendía por Europa. Su estructura jerárquica la encabezaba el Superior General de la Orden, cuyo cargo era vitalicio y a cuya autoridad se recurría para resolver sobre diversos asuntos, desde la fundación de una provincia hasta la aprobación de una donación significativa o de un patronato.
Desde su fundación, la labor principal de la Compañía fué el apostolado. Para llevarlo a cabo, se requerían sujetos preparados, por lo que la educación se convirtió en un medio para formar a sus miembros, tanto en el aspecto intelectual como en el disciplinario. Además, la labor educativa en sí misma se consideraba como una forma de propagación de la fe.
A mediados del siglo XVI se iniciaron en la Nueva España diligencias para que los jesuitas fundaran una provincia en el virreinato. Ya en 1547, el obispo de Michoacán, Vasco de Quiroga, había tratado el asunto directamente con Ignacio de Loyola,3 mientras que Alonso de Villaseca, uno de los vecinos más poderosos de la ciudad de México, repitió la tentativa dos décadas más tarde. Se requería a los jesuitas para satisfacer dos necesidades importantes de la naciente sociedad novohispana: la primera consistía en educar a los niños y adolescentes penisulares, criollos y mestizos; y la segunda, colaborar en la evangelización de los indígenas ante la insuficiencia de religiosos de las órdenes existentes. Éstas se habían establecido principalmente en las regiones más densamente pobladas y con un mayor desarrollo cultural; pero aún faltaba evangelizar a numerosos grupos nómadas en los territorios hacia el norte.
Fué hasta 1571 cuando Felipe II ordenó mediante real cédula a Francisco de Borja la fundación de una provincia jesuita en la Nueva España, comisionándose para el efecto al P. Pedro Sánchez, rector del Colegio de Salamanca. Sánchez y el pequeño grupo de jesuitas que lo acompañaban lograron embarcarse rumbo a la Nueva España en junio de 1572, llegando a Veracruz el 9 de septiembre del mismo año. Días después se encaminaron a México pasando por Puebla donde, según Carrión: ...la población en masa los esperaba; las calles estaban aseadas y adornadas y las autoridades, clero y principales vecinos los esperaban reunidos en la plaza...luego que pisaron las calles de la ciudad, las campanas fueron repicadas a vuelo en todos los templos...4
Don Fernando Pacheco, arcediano de la catedral de Puebla, hospedó a los jesuitas en unas casas viejas de su propiedad con la idea de retenerlos en dicha ciudad. Sin embargo, después dereponerse, los padres de la Compañía siguieron su camino, llegando a México el 25 de septiembre de 1572.5
Al año siguiente, el virrey Enríquez de Almanza concedió licencia para la fundación del colegio de San Pedro y San Pablo en la ciudad de México, primero de esta orden en Nueva España, destinado a jóvenes seglares. Con esta fundación, se originó lo que llegaría a ser el predominio educativo de los jesuitas durante el virreinato. Hacia 1586 ya habían erigido cerca de 12 colegios en diversas ciudades del país. En realidad, su labor educativa estuvo con frecuencia apoyada por una intensa actividad económica, con inversiones orientadas hacia la agricultura y la minería.
Entretanto, en Puebla, el obispo Antonio de Morales Ruiz de Molina, ya había donado entre 1573 y 1576 dos solares cercanos a la plaza mayor para la construcción de un colegio jesuita, pero la Compañía no aceptó la oferta por los conflictos que había entonces entre el cabildo eclesiástico y el clero regular.
La fundación de este instituto religioso en Puebla se propició cuando el padre Hernando Suárez de la Concha, que estaba en la villa de Carrión (Atlixco) en actividad misionera, recibió la orden de pasar a Puebla para predicar la cuaresma. Fué tal su elocuencia que nuevamente se le propuso la fundación de un colegio para el que ya se contaba con donativos de la población. El padre Concha trató el asunto con el arcediano Fernando Pacheco, quien se encargo de convencer a los cabildos eclesiástico y civil para que otorgaran los permisos correspondientes. Una vez obtenidos éstos y la licencia del provincial de la congregación, pudo llevarse a cabo en 1578 la fundación formal de la Casa de la Compañía del Nombre de Jesús , con la presencia del provincial Pedro Sánchez y con Diego López de Mesa como primer rector.6 El instituto se estableció precisamente en las casas donde se habían hospedado los jesuitas en su primer viaje a México. Fué el mismo arcediano quien se las vendió en 9 mil pesos, a pagar en plazos, cosa que se logró en corto tiempo gracias a las donaciones que hicieron posteriormente Mateo Mauleón y Juan de Barranco.
Al principio, los jesuitas en Puebla contaban únicamente conlimosnas para su sostenimiento; pero éstas comenzaron a serlo suficientemente copiosas como para permitirles, en 1580, la fundación de un seminario próximo a su sede bajo la advocación de San Jerónimo. Por lo mismo, les fué posible comprar, hacia 1582, a doña Isabel Iñiguez viuda de Montealegre, unas casas contiguas a las que ya ocupaban, con lo que quedó la Compañía señora de toda la cuadra entera...7
Al año siguiente, en 1583, la Compañía solicitó al Ayuntamiento licencia para la edificación de un templo definitivo, ya que el colegio sólo tenía una capilla provisional, bajo la advocación de San Miguel. Pero pronto sus proyectos fueron de mayor envergadura: un plano delineado alrededor de 1586 muestra que las casas del arcediano se habían demolido y se había dado comienzo a un gran conjunto, con un colegio de cuatro claustros y un templo de disposición en cruz latina con ocho capillas colaterales. Según José de Mesa y Teresa Gisbert, la planta del colegio inaugura en América una tipología inédita, distinta a las de las órdenes mendicantes. Además, el templo habria sido uno de los primeros en proponerse -todavía en el siglo XVI- completamente abovedado y con cúpula en el crucero. Estas novedades se deben al arquitecto jesuita vasco Juan López de Arbaiza, a quien también se atribuye el proyecto del Colegio de San Pedro y San Pablo en México.8
La obra pudo realizarse gracias a que, por aquellos años, don Melchor de Covarrubias -próspero hacendado y comerciante en grana, cuya parentela española incluía a un arquitecto y varios intelectuales- se comprometió a aportar 28 mil pesos de contado, y una libranza de 13 mil pesos, a que daba esperanza de añadir en su testamento el remate de sus bienes9 . Su oferta fue aceptada por el General de la orden Claudio Aquaviva el 4 de enero de 1586, y el 15 de abril de 1587 se otorgaron las escrituras correspondientes para legalizar el compromiso. El serpatrono importante del colegio permitió a Melchor de Covarrubias definir la advocación del mismo y de su templo. Eligió la del Esp íritu Santo, a causa de la devoción que tenía por la tercera persona de la Santísima Trinidad.10
Para facilitarles aún más las cosas, el ayuntamiento hizo merced a los jesuitas de un sitio de cantera en el cerro de San Francisco, de donde se extrajo el material para la obra.11
Entretanto, la expansión inmobiliaria de la Compañía comenzaba a tener repercusiones urbanísticas: en 1588 compraron la casa del regidor Barranco para demolerla y hacer una plazuela, ya que el colegio era de un solo piso y querían evitar que desde los altos de la casa se pudiera ver al interior del instituto. Luego, en 1591, los jesuitas pretendieron cerrar la calle que iba a dar a la plaza de los Sapos, y lo lograron temporalmente, pero la tuvieron que reabrir ante las reclamaciones de los religiosos del Hospital de San Roque, entre otros vecinos.
El templo se dedicó a principios de 1600. cuando el obispo Diego Romano trasladó el Santísimo del viejo al nuevo edificio. Según Veytia:
La iglesia era de un bello cañón de bóvedas,... con dos puertas, la principal al noroeste y la del costado al noreste y todos los altares con muy buenos retablos dorados.12
La fachada de aquel templo era de cantería y contaba con un par de torres con tres cuerpos cada una, cupulines y remates. Marco Díaz agrega que la nave estaba flanqueada por dos series de capillas abovedadas, sobre las cuales había una sucesión de tribunas cerradas con celosías...13 El retablo mayor del templo antiguo se fabricó entre 1609 y 1615. En él trabajaron el escultor Juan Salguero Saavedra, el dorador Juan de Cejalvo y Andrés Pablo. Luego fue sustituído por otro de 1674, pero se conservaron la madera y algunas de las esculturas, entre ellas las de los apóstoles. Más tarde, en 1686 las bóvedas del templo fueron decoradas con yeserías doradas que labró el escultor Diego Marín. La sacristía de ese edificio es la que subsiste hasta hoy.
La consolidación de la Compañía de Jesús había proseguido con altibajos durante el siglo XVII. Impulsaron la administración parroquial de los barrios indígenas al suroriente de la ciudad desde la pequeña capilla de la Cofradía de San Miguel, que se encontraba en una de las esquinas al sur del colegio. Luego, en 1625, erigieron el colegio de San Ildefonso, reservándolo para los estudios mayores. Pero a mediados de ese siglo se presentó un fuerte enfrentamiento entre el clero regular -particularmente los mismos jesuitas- y el obispo Palafox y Mendoza. El resultado fue la secularización de la administración parroquial.
Ya en el siglo XVIII, crearon otro colegio más, el de San Ignacio (1703), y completaron sus fundaciones educativas en Puebla con el colegio para naturales de San Francisco Javier, autorizado por real cédula desde 1743. 14
Hacia el primer tercio de ese siglo, el templo del Espíritu Santo en la sede poblana de la Compañía ya era insuficiente para recibir a la abundante concurrencia que lo visitaba. De manera que se planteó la necesidad de derribar el existente y construir otro. Para entonces, el colegio contaba con varias propiedades rurales que le dejaban generosas rentas, como las haciendas de Amalucan, San Jerónimo, Los Llanos, San Lorenzo, y otras.
El maestro de arquitectura José Miguel de Santa María fue el constructor del segundo templo del Espíritu Santo -esta vez de tres naves- desde los cimientos hasta la conclusión. A lo largo del proceso contructivo se realizaron modificaciones al proyecto original: inicialmente el coro se edificaría debajo de l a última bóveda, del lado de las puertas, pero los jesuitas decidieron levantar un atrio cubierto o nártex delante de las puertas, sobre el que ubicaron el coro y dos torres. El nártex se erigió sobre un cementerio que se hallaba enfrente del templo, con licencia dada por el ayuntamiento el 11 de octubre de 1764. En ese momento las torres quedaron de un solo cuerpo, según Veytia, por el miedo de que el portal no las resistiese de mayor altura.15
El altar mayor, dedicado al descenso del Espíritu Santo sobre los apóstoles, fue realizado por Miguel Vallejo y quedó sin dorarse. Las esculturas de los apóstoles que ostentaba habían pertenecido tanto al retablo original de la iglesia vieja como a la remodelación de 1696 ya mencionada. Otros altares también mostraban variantes en cuanto a su factura: algunos eran nuevos (terminados o inconclusos), mientras que otros eran reconstrucciones de retablos anteriores.
La iglesia se terminó en 1767. El obispo Francisco Fabián yFuero la bendijo el 28 de febrero de dicho año y se dedicó el domingo de Carnaval inmediato posterior.
Ese mismo año fue ordenada la expulsión de los jesuitas de la Nueva España. Entonces se integraron los tres colegios del Espíritu Santo, San Jerónimo, y San Ignacio -que había sido fundado en 1701- para formar el colegio Carolino. El nombre se le dio en 1790, en honor al monarca español reinante.
En cuanto al templo, se le destinó a servir como ayuda parroquial del Sagrario. Al despuntar el siglo XIX, entre 1804 y 1812, se concluyeron sus torres con cupulines y linternillas poriniciativa del obispo Manuel González de Campillo.
Cuando volvieron los jesuitas a tomar posesión del instituto, en diciembre de 1819, se retomó el nombre de cada uno de los colegios llamando a su fusión Real Colegio del Espíritu Santo, San Jerónimo y San Ignacio. La nomenclatura cambió en diversas ocasiones: así, pasó de ser Real a Imperial, en 1822, y en 1825 se convirtió en el colegio del Estado. Luego tuvo otras denominaciones, al gusto de los gobiernos que se sucedían durante el siglo XIX.
Lo importante, en todo caso, es que poco a poco fué modificando y ampliando el contenido de su enseñanza, pues mientras en 1826 todavía se impartían ahí cátedras de teología, derecho civil, filosofía y gramática, y buena parte del personal académico, comenzando por el rector, estaba formado por clérigos o ex-jesuitas, ya para 1843 se ofrecían cursos de gramática, filosofía, jurisprudencia, idiomas y medicina, con profesionistas destacados en esos campos. En ese intervalo, la institución había pasado por crisis como la de 1930, en que los conflictos y las epidemias la habían dejado casi sin estudiantes; o la de 1833, cuando parte del Colegio fué ocupado por una fábrica de pólvora que no tardó en explotar, causando más de un centenar de muertos y graves destrucciones al edificio.16 Más tarde, varios episodios de la época de la intervención francesa tuvieron lugar en el Colegio del Estado. El principal de ellos fué su utilización como cárcel por el ejército francés, de la que logró escapar Porfirio Díaz.
Cuando el colegio se convirtió en institución laica bajo administración estatal se desvinculó del templo. En cuanto a la suerte de los jesuitas en el México independiente fue muy irregular: fueron expulsados del país o suprimidos en diferentes ocasiones (1821, 1856, 1873 y 1914). Después de la primera expulsión, el templo quedó abandonado por varios años y sus retablos barrocos se destruyeron. Luego se r eabrió al culto, y en 1835 ya mostraba nuevos retablos neoclásicos.
Por su parte, el colegio del Estado vivió una de sus mejores épocas al restaurarse la república a partir de 1867. En 1870 se instaló el primer gabinete de física y en 1879 contaba ya con un observatorio astrofísico. Luego vendrían, en las últimas dos décadas del siglo pasado, la iniciación de la enseñanza preparatoria, la construcción del gimnasio, la ampliación de la biblioteca Lafragua y el establecimiento de una estación sismológica. 17
En el presente siglo -entre 1926 y 1931- el padre Carrasco cambió la decoración interior del templo de la Compañía. Sustituyó las pinturas existentes en las bóvedas por otras de su factura, reconstruyó los retablos neoclásicos, puso piso de granito artificial y mandó hacer al altar mayor con el diseño del arquitecto Luis G. Olvera. Cuando se llevaron a cabo estas remodelaciones los jesuitas estaban de nuevo a cargo del templo.
El 31 de agosto de 1933 el templo fue declarado monumento nacional. Actualmente sigue funcionando como recinto religioso dedicado al culto católico como ayuda del Sagrario de Puebla para la administración parroquial. En la década de los setenta se efectuaron importantes obras para reforzar el cimborrio que cubre el crucero.
En cuanto al colegio, en 1937 fue transformado en la Universidad de Puebla, que desde 1956 se constituyó en la Universidad Autónoma de Puebla. Lo significativo es que, a pesar de los conflictos y vaivenes políticos, sociales y militares, el vetusto edificio ha conservado su carácter de organismo educativo.
3 Ernesto de la Torre Villar, Historia de la Educación en Puebla, p. 29
4 Antonio Carrión, Historia de la ciudad de Puebla, t. I, p. 153.
5 Francisco de Florencia, Historia de la provincia de la Compañía..., p. 67-69.
6 F. Javier Alegre, Historia de la provincia de la Compañía de Jesús..., t. I, p. 217-219.
7 Fernández de Echeverría y Veytia, Historia de la fundación..., t. II, p. 352-355.
8 J. de Mesa y T. Gisbert, El antiguo colegio del Espíritu Santo en Puebla, Retablo Barroco a la memoria de Francisco de la Maza, pp. 149-158.
9 Alegre, op. cit., v. I, p. 323.
10 F. Javier Alegre, op. cit., v. 1, p. 323-324.
11 Castro Morales, Breve historia de la Universidad de Puebla, p. 63.
12 F. de E. y Veytia, op. cit., t. II, p. 356.
13 Marco Díaz, La arquitectura de los jesuitas en la Nueva España, p. 48.
14 E. de la Torre Villar, op. cit., p. 44-66.
15 F. de E. y Veytia, op. cit., t. II, p. 357-358.
16 E. Castro Morales, Breve historia de la Universidad Autónoma de Puebla, en Puebla y su Universidad,p.
17 Castro Morales, Breve historia.... pp. 194-196.
3.-DESCRIPCION ARQUITECTONICA
El templo del Espíritu Santo carece de atrio delimitado, pero a cambio cuenta con un nártex o vestíbulo en forma de portal, que se adentra en la plazuela frente al edificio, facilitando así las interacciones entre la vía pública y el recinto religioso. Aunque los tres arcos frontales del nártex aluden al espacio interior del templo, su interior está abovedado en siete tramos, contando los dos intermedios entre los arcos y los dos extremos. Las bóvedas están situadas en un nivel relativamente bajo, ya que soportan el nivel del coro.
La necesidad de delimitar el nártex de la vía pública debe haberse planteado cuando menos desde el siglo XVIII, a juzgar por las robustas rejas de hierro forjado que cierran los tres arcos frontales hacia el poniente y las dos, más angostas, que ven hacia el norte y el sur. Muestran un sencillo pero atractivo diseño en el que uno de cada dos barrotes ve interrumpido tres veces su trayecto vertical por medallones con cruces griegas lobuladas.
El interior del templo sigue la disposición de una basílica de tres naves. La nave central es más alta y también más larga, de siete tramos, ya que incluye el ábside sobresaliente, mientras que las maves laterales, más bajas, son de seis tramos únicamente. Como el coro está sobre el nártex, la impresión que se tiene al ingresar al templo es de gran amplitud.
Los primeros cuatro tramos de la nave central están cubiertos por bóvedas de cañón con lunetos, soportadas transversalmente por arcos fajones demedio punto, y longitudinalmente por tímpanos con ventanas rectangulares. Los arcos fajones se apoyan a su vez en estribos o pilastras cortas, adornados con róleos, mientras que los tímpanos descansan en el entablamento que, a su vez, es soportado por los arcos entre la nave central y las naves laterales. Así, tanto los estribos y los arcos laterales, como los arcos fajones de las naves contiguas, llegan al remate de los pilares de cantera labrada, cada uno en forma de haz de cuatro medias muestras de fuste tritóstilo (un tercio liso y los dos restantes estriados) y capitel toscano, con relieves vegetales en el collarín. Altos plintos de planta cruciforme soportan a cada uno de los pilares, con las caras principales decoradas a base de conchas y guardamalletas.
Los primeros cuatro tramos de las naves laterales están cubiertos por bóvedas de arista, ya que la planta de cada uno es predominantemente cuadrada. Cada bóveda se apoya en dos arcos fajones, el arco entre las naves central y lateral, y el tramo de muro lateral correspondiente. Los tímpanos de medio punto en cada tramo de muro llevan otra ventana rectangular, que apoya eficazmente el sistema de iluminación natural de la nave.
En el quinto tramo se encuentra el crucero, donde se alza el singular cimborrio de planta cuadrada, resuelto en forma de una gigantesca bóveda de rincón de claustro que hace las veces de cúpula, perforada por doce lucarnas. Se trata de una solución poco usual, ya que prescinde de las pechinas que tradicionalmente hacen la transición de la planta cuadrada al desplante octogonal o circular de la cúpula, así como del tambor que permite elevarla aún más sobre la nave. La inclusión de las lucarnas, obligada por la necesidad de iluminar mejor el crucero, vuelve aún más compleja la geometría del cimborrio, ya que cada una genera un luneto en la bóveda.
Los brazos del transepto, de la misma altura de la nave central, están cubiertos por bóvedas de cañon con lunetos. Por otra parte, tanto la nave central como las laterales repiten en el sexto tramo la misma disposición ya descrita para los cuatro primeros.
El séptimo y último tramo de la nave central forma un ábside que aloja al presbiterio. La planta es básicamente rectangular, cubierta por bóveda de cañón con lunetos, pero muestra un leve redondeo en las esquinas del testero.
A la izquierda del ábside se encuentra una antesacristía, cubierta por dos tramos de bóveda de arista. A través de ella se ingresa a la sacristía propiamente dicha, que es un noble espacio de tres tramos orientado de norte a sur: dos en los extremos, cubiertos con cañón y lunetos, y uno central en el que se eleva una cúpula octogonal con la ayuda de cuatro pechinas.
El aspecto exterior del templo de la Compañía es de los pocos representativos de la arquitectura barroca poblana del siglo XVIII. Dadas sus dimensiones y su posición céntrica es, además, una de las presencias arquitectónicas más conspicuas en el paisaje urbano del Centro Histórico de Puebla.
Su fachada principal es notable por el tratamiento integral que se dió al nártex, al muro del coro alto y a los campanarios, a tal punto que es imposible hablar aquí de una portada o incluso de un imafronte como elementos distintos de de las torres. Es como si éstas últimas tambien formasen parte de la portada, o como si la cosa mas normal del mundo fuese que el imafronte diera vuelta hacia las fachadas laterales del nártex. Es lo que hace anómala, por original, la fachada de la Compañía. Se trata de un concepto que rompe muchas reglas no escritas, pero vigentes, no solo en la arquitectura barroca del Virreinato, sino incluso en las formas neoclásicas que luego adoptó la arquitectura republicana decimonónica. Solo un eclecticismo ingenuo, desprovisto de preconcepciones académicas como el de Zeferino Gutiérrez, fué capaz de producir algo semejante, ya muy avanzado el siglo pasado, en la fachada-campanario de la parroquia de San Miguel de Allende.
Así se entiende mejor el cúmulo de problemas nuevos que hubo que resolver en esta solución: desde la notable anchura de la portada hasta la continuidad y discontinuidad de sus entrecalles. Como el nártex refleja, de alguna manera, el espacio interno de una nave principal, más ancha que las dos laterales, el arco central se resolvió con un perfil trilobulado, muy acorde con el espíritu barroco de la fachada. Los otros dos arcos frontales, así como los que ven hacia el oriente y el poniente, son de medio punto.
En rigor, la fachada principal de la Compañía, incluyendo los laterales del nartex y la totalidad de las torres) es de cinco cuerpos, de los cuales, sólo el primero está labrado en cantera gris expuesta, mientras que los restantes están totalmente recubiertos o decorados con argamasa. Cada cuerpo muestra un número variable de calles, ya que no todas las pilastras que las dividen tienen continuidad, a excepción de las ocho que flanqueanlos vanos menores y laterales del nártex, que se prolongan hasta el segundo cuerpo de las torres. Esta peculiaridad permitió organizar con gran libertad la fachada, llegándose a situaciones, como los ejes de las torres, en las que en el primer cuerpo hay un vano de medio punto, en el segundo una pilastra interrumpida por un vano de perfil mixtilíneo, en los dos siguientes pilastras y en el último un vano del campanario.
Los detalles decorativos también se entienden mejor en una perspectiva de conjunto. En el cuerpo del nártex los plintos se decoraron con re lieves de guardamalletas, mientras que las pilastras son dobles, una hasta el arranque de los arcos, con el fuste almohadillado, y otra hasta el entablamento, con róleos protuberantes. En el segundo cuerpo destaca el banco ricamente decorado con entrelazos, las pilastras de fustes almohadillados, con róleos sobre los capiteles, y desde luego, las tres calles centrales con la ventana coralde marco almohadillado, y sobre ella, el monograma de Jesús, emblema de la Compañía.
Los volúmenes escalonados de las torres prosiguen el diseño de la fachada en sus últimos tres cuerpos. Cada una está flanqueada al por un par de pináculos descomunales, y parte de una planta cuadrada, con sendos vanos de medio punto en cada cara, flanqueados por pilastras estípite de argamasa ricamente decoradas, con estípites adicionales en las esquinas. En el siguiente cuerpo, muy corto, y cuadrangular con ochavos en las esquinas, se repiten los pares de vanos por cada lado, pero las pilastras-estípite que los flanquean llevan decoración más sobria. Finalmente, el último cuerpo de la torre es octagonal, con un vano de medio punto en cada cara. Todas las pilastras son esquineras, y apoyan al entablamento sobre el que se alza el banco del cupulín, rematado por linternilla, chapitel, orbe y cruz calada de hierro forjado.
En el nártex hay tres portaditas interiores, una para cada puerta de ingreso. La central luce más elaborada, ya que las jambas almohadilladas y el arco de medio punto están flanqueados por pilastras estípite, donde los cubos de los fustes llevan medallones con las efigies de San Ignacio y San Francisco Javier. Sobre los capiteles hay un róleo a manera de estribo, que apoya simbólicamente a la parte horizontal de la cornisa, misma que luego sigue un trayecto ondulado, quebrado por el escudo que surge de la clave del arco. Las puertas laterales son más sencillas pero igualmente bien labradas.
El resto de la fachada lateral sobre la Av. Avila Camacho es muy sobria, y parte de un rodapíe de cantera. Incluso carece de la pesada volumetría de contrafuertesque caracteriza a otras iglesias poblanas. Ello se debe a que buena parte de cada contrafuerte se aprovechó para separar entre sí los tramos del muro lateral de la nave. De cualquier manera, la parte expuesta de los contrafuertes se decoró con elementos bulbosos y guardamalletas, coronando los remates con róleos y pináculos. Las ventanas altas de la nave lateral son de medio punto y destacan, igual que los contrafuertes,sobre el resto del paramento recubierto de ladrillo a petatillo.
El cimborrio de rincón de claustro en el crucero y sus doce lucarnas no se aprecian bien desde puntos de vista cercanos al templo. Sin embargo, se alcanzan a distinguir los arcos botareles que surgen por pares en cada esquina del cimborrio. Como las lucarnas están muy próximas entre sí, dan la impresión de formar un tambor. Cada una muestra un vano de medio punto flanqueado por pilastras que soportan un frontón de perfil mixtilíneo. La superficie de cada gajo está recubierta por azulejos blancos y oscuros formando una trama de rombos. En la cúspide de la bóveda se alza la seudolinternilla, de planta cuadrada, con curiosos róleos que ascienden hasta el cupulín acampanado, rematado por cruz de hierro forjado.
La visita al antiguo edificio del colegio del Espíritu Santo, hoy Universidad Autónoma de Puebla, permite redondear la experiencia visual sobre este conjunto.Aún conserva su claustro frontal del siglo XVII, con arcada s de piedra en cada lado del primer nivel y ventanas con frontones quebrados en el segundo. Los pilares que soportan los arcos tienen fustes levemente piramidales, al parecer por razones antisísmicas. En el piso superior hay pilastras que prolongan el trayecto de los pilares, hasta un entablamento, sobre cuya cornisa descansa una balaustrada, con plintos espaciados con el mismo ritmo que las pilastras, rematados por un flamero labrado.
4.-OBRAS DE ARTE
Las transformaciones a lo largo de más de un siglo dejaron al templo de La Compañía sin la decoración barroca que tuvo alguna vez. El retablo mayor, de los años veinte de este siglo, está formado por un sotobanco escalonado del que surge un nicho con la imagen del Sagrado Corazón de Jesus. Detrás hay un muro suavemente cóncavo, del que emergen peanas sobre las que se dispusieron imágenes de bulto de los doce apóstoles. Una serie de doseles remata el retablo horizontalmente y deja libre el tímpano, en el que hay una pintura mural con una alegoría alusiva al Espíritu Santo.
Como la plataforma del presbiterio se extiende a las crujías laterales del sexto tramo del templo, abarca otros cuatro altares más, todos neoclásicos. Dos de ellos ostentan pinturas de San Ignacio y de San Francisco Javier, flanqueadas por columnas corintias, entablamento y frontón. En los otros dos hay vitrinas con figuras de otros santos.
El resto de los muros laterales de la nave lleva ocho retablos más: cuatro del lado del Evangelio y otros tantos del lado de la Epístola. Cada uno se acomoda en una concavidad de medio punto adornada con yeserías muy simples. Dos columnas jónicas exentas soportan un arco sobre el que se apoya un frontón de caprichoso perfil. En el interior de cada uno hay imágenes o pinturas de santos.
Otras esculturas se encuentran en lugares inesperados. Por ejemplo, en las esquinas del crucero, bajo el cimborrio, hay cuatro peanas que soportan las figuras de bulto de los Evangelistas.
Son interesantes, a pesar de su factura relativamente reciente, las pinturas sobre el tema del Viacrucis que aparecen distribuídas a lo largo de los muros laterales. Están pintados con colores muy fuertes, con predominio de gamas de azules yu verdes; los halos o resplandores de la figuras santas son dorados.
En el primer tramo de la nave hay sendas pilas de agua bendita. Son de ónix, de muy buena factura. Otro elemento sobresaliente es el púlpito bajo el crucero,con base abalaustrada también de onix, pretil octogonal de cantera y tornavoz de madera.
Por otra parte, las puertas de ingreso, así como las de la entrada procesional del lado norte, están ejecutadas con maestría, todas entableradas a la usanza del siglo XVIII.
Inmueble de pertenencia
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Espíritu Santo, La Compañía