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Nombre del Inmueble
La Merced
Clave del estudio monográfico
MX-SC-DGSMPC-EM-000313
Estado, Municipio, Localidad
Estudio Monográfico
Clave del estudio monográfico
MX-SC-DGSMPC-EM-000313
Contenidos
1.-ANTECEDENTES
La Orden de Hermanos de Nuestra Señora de la Redención o de la Merced, fue fundada el 10 de agosto de 1218 por Fray Pedro Nolasco en la Iglesia Catedral de la Santa Cruz de Barcelona, durante las Cortes Catalanas presididas ese año por Jaime I de Aragón. La institución asumió como finalidad la redención de los cautivos cristianos que están en poder de los infieles (1), según rezan las crónicas mercedarias, y fue confirmada por Gregorio IX en 1229, bajo las reglas de San Agustín y de Santo Domingo.
Frailes mercedarios, guiados por Fray Pedro Varillas, llegaron a México en 1530. Años atrás, en 1519, con Cortés había venido solamente el Padre Fray Juan de Olmedo. La casa de Oaxaca surgió a raíz de la necesidad de disponer de un punto intermedio en la comunicación entre México y la zona misional de Guatemala; su fundación, en Antequera, fue encargada a Fray Baltasar Camacho de Puebla a iniciativa de Fray Alonso de Cardona, el Comisario Provincial. Fray Baltasar, llegó a Oaxaca en 1600 y solicitó del Cabildo de la ciudad y del Obispo, Fray Bartolomé Ledesma, los permisos para el establecimiento, presentando a ambas instituciones la Real Cédula del 23 de enero de 1598, amparada por decreto del Virrey, Gaspar de Zúñiga, en la que se le encomendaba la construcción de la sede mercedaria.
El Ayuntamiento hizo concesión del terreno, y el Obispo entregó a la Orden mercedaria la ermita de San Marcial, levantada por los vecinos en 1558 en honor del patrono de la ciudad. Se encontraba en el extremo oriental de Oaxaca. De la ermita, dice Martínez Gracida: Se haría donación en firme como un sitio muy capaz que mira a la ciudad para que pudiera después dilatarse el convento (2). Algunas fuentes mencionan 1570 o 1586, como la fecha de construcción del primer convento, pero la mayoría coincide en que fue en 1601 cuando se dedicó al templo mercedario, se abrió culto y se fundó la casa conventual, iniciada por el Padre Camacho, y concluida con un costo total de 22,000 pesos. El padre lector, Fray Diego de Aguilar, arquitecto de formación, dirigió la obra levantada sobre el lecho del antiguo río Jalatlaco. La edificación fue posible gracias a la ayuda económica del vecindario y del filántropo don Manuel Fernández Fiallo, quien corrió con los gastos generales del templo. En el ábside de la capilla se conserva aún una escultura en alto relieve, que rinde homenaje a su participación.
En el altar mayor fue colocada la imagen de la Virgen de las Mercedes, obsequio de una vecina. La imagen alcanzó gran devoción entre los fieles. El convento conservó en su ángulo noroeste el manantial de agua conocido como Pozo de San Marcial, al que se le atribuían propiedades curativas. Hacia 1646 se planteó la necesidad de reconstruir el conjunto, pues la casa, habitada hasta entonces por doce frailes, resultó insuficiente, además de que los temblores habían provocado daños a la iglesia, edificada en terreno limoso. El templo y las reconstrucciones mencionadas datan de 1646, cuando, según consigna el cronista Pedro Pareja, se dio inicio a la construcción de un nuevo templo con grandísimos primores de obra, con labores de cantería muy singulares y de perfectísima arquitectura, que es lo mejor que se ha hecho en estos reynos (3).
Entre las pequeñas fiestas religiosas con ambiente popular celebradas en la Merced, sobresalían el Viernes de la Dolorosa, en la cuaresma, y el 31 de agosto, día de San Ramón Nonato. En las respectivas ocasiones se preparaba toda una escenograf ía del pasaje bíblico, y la bendición de los animales, en el piso alto del claustro.
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1. RIBERA, PP. 21 A 22.
2. MARTINEZ GRACIDA, passim.
3. AGN Ramo Templos y Conventos. Legajo 160. Exp. 14.
2.-EMPLAZAMIENTO
El templo y el exconvento de La Merced se encuentran en una manzana alargada a la que se accede por la esquina de Doblado e Independencia. Esta última calle era precisamente la salida tradicional que conducía durante la colonia hacia el Itsmo, y más allá, a Chiapas y Guatemala, de manera que La Merced era el último templo oaxaqueño por el que pasaba el viajero con destino a esos lugares.
En el entorno inmediato al conjunto predominan las casas de un nivel, muchas de ellas todavía con la sencilla fisonomía y el colorido típico de las construcciones tradicionales oaxaqueñas. No hay otros templos en las inmediaciones, y el más cercano es el de Nuestra Señora de Las Nieves, unas dos cuadras hacia el noroeste.
La plaza que sirve de acceso al templo y al exconvento es de unos 33 por 55 metros, y consiste en dos ambientes distintos: Uno está frente al ex-convento, con jardines, pavimentos y una hermosa fuente de proporciones masivas y diseño muy original. De su pileta principal, de trazo circular, surge el robusto volumen de un cono truncado, que se interrumpe en la segunda pileta, más pequeña, y emerge finalmente como surtidor del poderoso chorro de agua que refresca el ambiente inmediato. El otro ámbito de la plazuela queda frente al templo, y forma su atrio donde se levanta una arboleda de pinos y fresnos que conforma un espacio fresco y sombreado.
3.-HISTORIA
El actual templo de la Merced, data de 1646. Derruida la primera iglesia de piedra y ladrillo, se planteó la reconstrucción y el convento fue ampliado con un anexo de celdas que englobaba la antigua casa y el pozo de San Marcial dentro del patio. Su costo alcanzó 18,000 pesos. El conjunto tuvo en esta época una capilla anexa dedicada al Señor del Consuelo. En el convento los frailes establecieron uno de los primeros colegios de la época misional, cuando la educación pública estuvo confiada a los religiosos -dominicos, jesuitas, agustinos, mercedarios, betlemitas- quienes impartieron la educación primaria, indígena, para la mujer y la educación superior; esta última, sólo accesible a españoles, criollos y mestizos; dentro de la preparación sacerdotal, incluía cursos de teología, filosofía, retórica y gramática.
Nuevamente, el templo fue afectado por los sismos, y el rector Fray Diego de Aguilar, nombrado comendador en 1680, solicitó del Capítulo de México la autorización de reconstrucción en 1683. La obra comenzó este año con asesoría de alarifes y con materiales de cantería labrados, y se concluyó en 1690. Se dedicó el 24 de septiembre, fiesta de la Merced. Los temblores sucesivos, de 1969, 1702 y 1727, produjeron grietas y derribos en bóvedas, muros y torres, hasta completar la ruina del templo, que no fue reconstruido en 60 años.
A comienzos del siglo XVIII, el comendador Fray Isidro Escalera efectuó reparaciones con cantería para poder continuar el culto. Levantó de nuevo la bóveda, doró el retablo del altar mayor y enriqueció su interior con esculturas y pinturas. La obra duró en pie hasta 1787, año en el que de nuevo fue derribada por un temblor; volvió a ser reconstruida por el mismo religioso, pero aún sin concluir cayó con el terremoto de 1789. De nuevo fue levantada en 1791, con un costo total de 40,000 pesos. Este año también se reconstruyó el convento y finalmente se constituyó una comunidad dedicada fundamentalmente a la enseñanza.
En 1801 otro terremoto causó graves destrozos en las casas y en el templo, los que fueron reparados por los frailes con la ayuda del vecindario. En 1808 el Hospicio de Antequera recibió el nombramiento de Convento de parte de la Intendencia de la ciudad, con facultad para admitir novicios. El templo continuó sufriendo los efectos de los temblores en mayo de 1815, julio de 1821, enero de 1825, marzo de 1836 y noviembre de 1837, cuando quedó prácticamente en ruinas. En 1840 comenzaron las obras de reedificación bajo la dirección de Fray José María Hernández y a base de limosnas. Los trabajos concluyeron en 1843 y el templo fue bendecido el 4 de febrero.
Al ponerse en práctica las lelyes de desamortización, el conjunto pasó al dominio público con un valor de 14,326 pesos. Fue abandonado y quedó en ruinas. Los frailes fueron exclaustrados el 11 de agosto de 1859, por orden del juez de distrito Félix Romero, pero el templo continuó abierto al culto. Parte del atrio fue transformado en jardín público, al que se llamó Juan Peláez de Berrio. En otra parte se instaló el mercado Democracia a comienzos de 1861, donde permaneció con carácter provisional hasta que se construyó un nuevo mercado hacia 1910. En 1890 se vendieron las secciones norte, este y sur del convento, pese a la oposición de los vecinos, desde 1876.
En 1898 el Obispo Gillow adquirió el templo e inició la restauración y el enriquecimiento del interior, poniéndolo bajo la administración de su capellán canónigo Manuel Aguirreolea. En 1 892 se reparó la techumbre, pero la torre izquierda quedó casi durante un siglo sin reconstruir. El temblor de 1928 desplomó la bóveda, que fue reconstruida con grandes trabajos, debido a la difícil curvatura de los rieles de hierro. La cúpula actual es de gajos y muy peraltada, lo que hizo perder su silueta a la antigua. En 1930 se reconstruyó la nave, reforzando pilastras, columnas y muros amenazados por la ruina. En el sismo de 1931, afortunadamente, resultó dañada, sólo una capilla lateral que e abre al crucero del lado de la epístola. En diciembre de 1933, el templo de la Merced fue declarado monumento histórico. (4)
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4. SEDUE, Legajo No. 25592.
En 1934 se tapiaron los arcos de la portería con el fin de utilizarla como recinto cerrado. El mismo año, un fragmento de piedra tallada, procedente del anexo del templo de la Merced, fue solicitado con la intención de que se empleara en reconstruir la fuente del ex-convento de Santo Domingo con material original. El templo seguía virtualmente en ruinas en 1941, cuando se hizo cargo de la parroquia el presbítero y arquitecto José de Santa Cruz, quien logró rescatarlo de la pérdida total y estabilizar definitivamente la construcción, de la que se había dicho que nunca se habría de ver sin andamios. La obra fue costeada por los señores Florentino Palacios y Luis Santibáñez.
4.-DESCRIPCION ARQUITECTONICA
El templo y el convento de La Merced aglutinan interior y exteriormente, características de muy diversas épocas. Es necesario identificarlas para apreciar debidamente el armónico resultado final.
En efecto, la disposición general del templo corresponde al mismo esquema que se empleó primero en Santo Domingo; esto es, existe una sola nave con capillas criptocolaterales, donde los brazos del crucero tienen la misma profundidad. Ya Kubler ha hecho notar que este tipo de iglesias con múltiples capillas servía a un culto abundante en ritos y ceremonias, a una complicada observancia (de la liturgia) contra los cuales se alzaba la conciencia europea del siglo XVI (5). Lo cual confirmaría que los mercedarios del siglo XVII, menos interesados en la austeridad que otras órdenes evangelizadoras, habrían dedicado su labor a atender a una feligresía urbana, formada por artesanos y comerciantes y organizada en gremios y cofradías, para quienes resultaba muy atractiva la observancia ceremonial a que se rfiere Kubler.
Ello se refleja con nitidez, no sólo en la planta del templo, sino en otra características arquitectónicas que se mencionan más adelante. Sin embargo, en la elección del esquema de capillas criptocolaterales pudo haber influido también, el hecho de que era más fácil construirlas, que dejar de hacerlo, ya que los muros que las separan entre sí debían construirse de todas maneras como contrafuertes (como ocurrió en San Agustín). Estos muros recibían los poderosos empujes laterales de las bóvedas, sobre todo cuando sobrevenía algún movimiento telúrico.
Otra influencia de Santo Domingo, evidentemente asimilada también en La Merced, es la solución típicamente oaxaqueña que se dio a las cubiertas de la nave. En lugar del cañón corrido, escogido con mayor frecuencia en otras partes de la Nueva España y, por cierto, también en San Agustín, los alarifes oaxaqueños parecen haber llegado ya a principios del siglo XVII, o quizá antes, desde fines del XVI, a la conclusión de que era preferible una sucesión de bóvedas vaídas, para evitar fisuras longitudinales, las que en una zona de permanente actividad sísmica como Oaxaca eran previsibles.
Por eso es interesante apreciar la sucesión de cuatro bóvedas vaídas en la nave de La Merced, lo que atañe también a la bóveda que se levanta aislada sobre el ábside. Asimismo, es importante destacar que, a diferencia de Santo Domingo, donde el seudo crucero está cubierto por una seudo cúpula, que en realidad es otra bóveda vaída, en La Merced finalmente se pudo ubicar en esa misma posición un tambor y una enorme cúpula reconstruida hace medio siglo, que es una de las cúpulas más peraltadas de Oaxaca.
Otra variante mayor la constituye la capilla anexa, dedicada al Señor del Consuelo. El recinto se prolonga como continuación del brazo izquierdo del crucero, con un corto tramo de cañón y una cúpula octagonal sobre pechinas.
Pero la disposición planimétrica y la envolvente estructural descritas, son apenas la trama espacial básica, sobre la que los alarifes de La Merced bordaron luego una intrincada gama de soluciones arquitectónicas de detalle, y de elementos decorativos que hacen de este templo uno de los espacios interiores visualmente más ricos en toda la ciudad.
A ello contribuyen sutiles modificaciones, sabias variantes que se apartan de las normas edilicias más usuales en el virreinato; exactamente lo necesario para apuntar la novedad de una solución que apenas se distingue de lo convencional. Tal es el caso del par de bóvedas de cañón con lunetos que soportan el coro en el primer entre-eje después del ingreso principal, donde el arco intermedio reposa en impostas, mientras que los de borde se apoyan en pilastras. Más original todavía es que, tras el coro, existan sendas galerías por encima de las primeras dos capillas criptocolaterales, a las que se accede por breves pasos triangulares que apenas se notan entre el cornisamento. De la misma manera, casi pasa inadvertido el menor peralte de los arcos de ingreso de esas dos capillas, recurso que permitió esa solución.
Y, desde luego, está el rico relieve arquitectónico interior, que probablemente e agregó a las formas básicas en alguna de las reconstrucciones del siglo XVIII, y que compensa la ausencia de retablos barrocos. Porque todo es abundancia de recursos de molduración, almohadillados, dentículos, y modillones, tanto en las pilastras de orden corintio como en lo arcos formeros (laterales) y en los arcos fajones (transversales), así como en las enjutas entre los arcos y las cornisas. Todo con una aplicación moderada de filetes y molduras doradas, justo lo necesario para delinear las formas.
El exterior del templo es más sobrio. Su volumen se aprecia como una gran caja que no permite adivinar las bóvedas de la nave. Pero en cambio, la cúpula peraltada y gallonada, recubierta de azulejos de distintos colores, domina con su esbelta linternilla todas las vistas, no solamente del frente, sino también desde las calles laterales y posteriores, desde donde también se alcanza a ver la cúpula de la capilla anexa.
En realidad, la capacidad expresiva hacia el exterior se concentra en la portada, que es una curiosa combinación de diversos estilos.
Consta de tres niveles o cuerpos de estilo diferente a un remate. En el primero, el vano central aparece enmarcado por jambas y un arco estriado de medio punto, en cuya clave se labró un escudo de la orden de La Merced. A los lados, dos pares de columnas jónicas de fuste estriado sobre plintos lisos, parecerían anunciar un tipo de portada tan severa como la de Santo Domingo. Contribuye a dar esa impresión el entablamento, cuya arquitrabe, sólo cubre los capiteles jónicos, mientras que el friso y la cornisa pasan corridos. Sin embargo, en el segundo cuerpo aparecen ya elementos barrocos similares a los de la portada de la Catedral. Sendos pináculos en relieve se elevan en los extremos luego siguen dos columnas de capitel corintio y fuste con decoración zigzagueante en el primer tercio y con franjas en los dos restantes. Más al centro, dos pilastras, también con fuste compuesto, flanquean un nicho donde la imagen de la patrona del templo, ejecutada magistralmente en cantera rosada, preside toda la composición. Un segundo entablamento da paso al tercer cuerpo, donde aparecen dos medias columnas abalaustradas, semejantes a las de los templo de La Compañía o de San Felipe Neri, y al centro, un óculo sin mayores detalles. En el remate, sendos pináculos en relieve prolongan el ascenso de las columnas abalaustradas, y un pequeño nicho central muestra la figura de San Pedro Nolasco. Todo este conjunto se funde con el perfil ondulado que culmina el imafronte. Actualmente, dependencias parroquiales y locales de beneficiencia ocupan el claustro anexo. La portada sobre el antiguo ingreso, está tapiada casi por completo, pero todavía puede apreciarse su clásica composición de dos arcos de medio punto, que convergen sobre un par de columnas toscanas de bue na proporción. Su forma anuncia el mismo orden empleado en las arcadas del claustro. Los restos de decoración labrada en las enjutas, entre las que destaca otro escudo de la orden, son también de buena calidad. Encima del par de arcos se eleva otro, también tapiado, del que sólo queda el trazo y algunos fragmentos de la antigua decoración: dos ángeles, un monograma del nombre de María y, sobre el monograma, en una peana labrada con cabecitas de ángeles, otra imagen de La Merced alojada en un nicho alargado sin relieve.
5.-OBRAS DE ARTE
En el curso de múltiples reconstrucciones, La Merced fue perdiendo la mayor parte de las pinturas del periodo virreinal. Por lo tanto, lo que ahora puede admirarse -que es mucho- corresponde principalmente a obras de los siglos XIX y XX.
El retablo mayor es de mampostería, decorado con blanco y oro. El camarín de la patrona del templo, la Virgen de La Merced, es un volumen exento, coronado por un resplandor con el escudo de la Orden, y flanqueado por dos pares de columnas de capitel corintio sobre altos plintos, que dejan sendas entrecalles, ocupadas por las figuras de San Joaquín y Santa Ana, también apoyadas sobre plintos. Después del entablamento sigue un nicho central con la imagen de San Marcial sobre una peana, flanqueado por cuatro columnas de fuste estriado y capitel compuesto. A ambos lados, cuatro jarrones coinciden con la posición de las columnas en el cuerpo inferior, y el remate de medio punto con franja decorada se adapta al perfil de la cubierta. En el centro sobresalen el entablamento y el frontón del nicho central, de donde surge otra gloria o símbolo de rayos espendentes con el monograma de María.
Los muros laterales del presbiterio, llevan sendas pinturas, y en el brazo sur del crucero hay murales donde se representan tres escenas de la Pasión de Cristo. Estas pinturas, como muchas otras en La Merced, se atribuyen al pintor oaxaqueño Manuel Maza, quien debió ejecutarlas entre los años 1882 y 1885. En la capilla adyacente al brazo norte del crucero, hay una pintura antigua de Santa Rita y una más reciente de Nuestra Señora de La Luz. En la otra capilla que se encuentra de lado opuesto, al norte, hay dos escenas donde aparece la Sagrada Familia, una de ellas con el infante Juan el Bautista.
Al entrar a la capilla del Señor del Consuelo, hay sendos murales del Descendimiento y el Calvario de Cristo, y bajo la cúpula de este recinto, en las pechinas y en los muros, hay muchas pinturas más. Entre ellas sobresale la que sirve de fondo a la capilla, que muestra una Ultima Cena con evidente influencia de una pintada por Leonardo.
Volviendo a la nave, se pueden apreciar numerosas obras de arte, como los cuatro evangelistas pintados al óleo sobre tela en las pechinas del tambor, o como las otras dieciséis que ocupan los tímpanos laterales de la nave bajo los arcos formeros.
Cabe mencionar también una pintura antigua y popular que se encuentra en lo que fue la portería del claustro, y que representa con gran ingenuidad escenas de la infancia de San Pedro Nolasco.
Por último, otra pieza de mérito artesanal es el crucifijo que se encuentra en la sacristía.
La intensa actividad telúrica en Oaxaca ha causado agrietamientos serios en la estructura y la portada del templo. Una vez diagnosticada la situación, se procedió a consolidar parcialmente algunos arcos, inyectando las grietas con mezcla de resinas epóxicas. El arco sur de la cúpula fue objeto de especial cuidado, ya que hubo que tratar tres grietas de consideración. También se consolidó la portada con el método de inyección de grietas, y se limpió el trabajo de labrado en cantera.
ELABORO: ARQ. ALBERTO GONZALEZ POZO
FECHA: 1986.
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Nuestra Señora de la Merced