Nombre del Inmueble
Nuestro Señor Jesucristo Crucificado
Clave del estudio monográfico
MX-SC-DGSMPC-EM-000545
Estado, Municipio, Localidad
Estudio Monográfico
Clave del estudio monográfico
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Contenidos
1.-ANTECEDENTES
Las informaciones que se refieren al origen y las costumbres de los grupos indígenas que habitaron la comarca de Chalma en épocas anteriores a la conquista de México coinciden en señalar que aquellos pobladores formaban un grupo que si bien sostenía algunas vinculaciones con otras sociedades prehispánicas se mantenía relativamente aislado.
El linaje de esa comunidad no ha sido establecido de una manera definitiva y precisa de modo que la mayor parte de los datos que aluden a ella se basan en especulaciones o en tradiciones que fueron transmitidas desde muy antiguo a los primeros españoles que llegaron a la zona. Los rasgos culturales de los chalmatecas incluían al idioma ocuilteco que únicamente se hablaba en la región comprendida entre Malinalco y Ocuilan; quienes se comunicaban en esa lengua, según afirma el cronista Joan de Grijalva en su obra Crónica de la Orden de N.P.S. Agustín en las Provincias de la Nueva España, México, 1624, se asentaron en aquel vasto territorio unos 80 años antes de la caída de México-Tenochtitlan. Esa es la razón, consigna el mismo autor, por la cual los pueblos ocuiltecas eran sólo ocho cuando los agustinos comenzaron a misionar por ese sector. Otras varias fuentes sostienen que la ocupación de los territorios por sociedades indígenas es más anterior pues hay dato suficientes para establecer que Chalma, voz que en ocuilteco signfica cueva o gruta que esté a la mano (1), fue un centro religioso de primera importancia desde época inmemorial pues solía recibir grandes peregrinaciones que llegaban a rendir culto a una deidad llamada Ostotocteotl (2) u Oztotéotl (3), dios de las cuevas, cuya figura probablemente estuvo ligada a la representación de otras divinidades prehispánicas de la mayor trascendencia como Tezcatlipoca o Tláloc.
La religión de los ocuiltecas en general y de los chalmatecas en particular era idolátrica como lo fueron las de todas las culturas prehispánicas; los sacrificios que se ofrecían al dios Oztotéotl, y que periódicamente se celebraban en la cueva en la que estaba dispuesto su altar, quizá no fueran tan salvajes como se empeñaron en demostrarlo los observadores de la instalación de los agustinos así como otros varios investigadores que se han ocupado de los temas relativos a Chalma. Es posible, sí que haya habido sacrificios e incluso que se llegara a algunos extremos a resultas de la devoción que inspiraba aquella deidad pero lo que es evidente es que a los agustinos no les parecia tolerable que en la misma región en la que predicaban se mantuviera vigente entre los naturales el culto por un dios representado por un ídolo y con profundas raíces en las épocas precolombinas.
Varias fuentes señalan que quiza algunos sitios de la región fueron visitados por religiosos de otras órdenes antes de que se establecieran definitivamente los agustinos; se menciona la posibilidad, por ejemplo, de que Malinalco fuera incluido entre los lugares a los que llegaron los franciscanos desde su convento de Cuernavaca aunque la evangelización y las construccione que se hicieron en la zona proceden de disposiciones de los frailes agustinos. Esos religiosos, miembros de la orden que estuvo representada en México desde 1533, procuraron la conversión de numerosos pueblos indígenas situados en las amplias extensiones que no habían sido ya tomadas por franciscanos y dominicos, grupos que llegaron antes a Nueva España.
En el curso de los años siguientes a su arribo a la Ciudad de México, los agustinos se hici eron cargo de sitios por diversos rumbos. El lugar más próximo a Chalma en el que se instalaron originalmente fue Ocuilan (antes Ocullan), a donde llegaron en 1537 para asumir la responsabilidad de oragnizar la doctrina de todos los pueblos comarcanos, uno de los cuales era el propio Chalma, o Chalmita, asentamiento de muy escasos habitantes ubicado a corta distancia de un conjunto de cuevas, de formación natural, que se encontraban sobre los cerros y abiertas hacia el poniente. Una de las cuevas, la de mayores dimensiones, era la que había sido utilizada para alojar las manifestaciones de culto a Oztotéotl. Los primeros frailes que habitaron en Ocuilan, Sebastián de Tolentino y Nicolás de Perea, enfrentaron la dificultad que significaba aprender el extraño idioma ocuilteco al tiempo que predicaban y convertían a un número considerable de indígenas; en relativamente poco tiempo supieron de la importancia que conservaba entre los naturales la cueva principal de Chalma de modo que, informados por los ocuiltecas ya convertidos y practicantes, en 1539 visitaron Chalma y se dieron a la tarea de sustituir la adoración al ídolo por veneración a la imagen de Jesucristo crucificado.
La mayor parte de las tradiciones, algunas de las cuales fueron transmitidas oralmente, señalan de una manera reiterativa que el padre Perea trató de convencer a los chalmatecas de que abandonaran sus cultos ancestrales y aceptaran la religión que les ofrecía. Los indígenas, que sentían temor por el castigo que sus dioses podrían imponerles, solicitaron a Perea un cierto plazo para poder tomar una decisión; el agustino volvió a Ocuilan y cuando regresó a los tres días, y llevando a cuestas una cruz, se hizo acompañar por otros religiosos y por los ocuiltecos quienes encontraron que dentro de la cueva el ídolo estaba reducido a fragmentos y sirviendo de apoyo a una imagen de Jesús crucificado en el mismo sitio en que antes tenían lugar los sacrificios de la antigua religión.
Uno de los cuadros colocados en la sacristía del santuario y que, como otras pinturas, ilustra sobre la aparición, lleva la siguiente inscripción: En el mismo año de 1539 y en el consecutivo día de la pascua del Espíritu Santo, los mismos vv. PP. Fr. Nicolás de Perea y Sebastián de Tolentino resueltos a volver a predicar a los idólatras, destruir el ídolo y colocar en su lugar el leño de la cruz, para ahuyentar al común enemigo y presentar un objeto a quien debían rendir adoraciones, hallaron ¡oh efectos maravillosos de la misericordia de nuestro Dios! el ídolo hecho pedazos, la cueva toda sembrada de flores y aromas exquisitos y colocada en el mismo lugar la portentosa y devotísima imagen de nuestro Dios y Señor Crucificado que hoy veneramos en este templo.... (4)
2.-EMPLAZAMIENTO
El sitio natural en el que se encuentra el Santuario de Chalma es uno de los más espectaculares del Estado de México y quizá de todo el país: desde un punto de vista geográfico, el lugar se caracteriza por ser una cañada que corre casi de norte a sur y que está formada por una sucesión de cerros cuyas formas recuerdan al macizo del Tepozteco o a las eminencias que protegen por el poniente al cercano valle de Malinalco. En el fondo de la barranca corre el río Coatlán, o Tetecala, que es uno de los afluentes del Amacuzac y que da vida a una extensa superficie de terreno a pesar de no llevar un caudal que pueda considerarse importante.
El Santuario está ubicado en una de las plataformas menos elevadas respecto del nivel medio del río y está, de hecho, limitado por aquel cauce en su extremo poniente. Hacia el norte del templo, en un paraje casi inaccesible, se encuentran las cuevas que forman parte fundamental de la historia de este lugar. La iglesia y el conjunto anexo rematan la única circulación del pueblo que no llega a ser una calle pues no sólo no ofrece las posibilidades para el tránsito de vehículos sino que se encuentra invadida por toda clase de pequeños comercios.
El pueblo de Chalma fue fundado un poco después de que se terminaran las obras de edificación del convento en 1683 (5), y como tuvo que adaptarse a la caprichosa topografía del lugar no hubo posibilidades de trazarlo con apego a ninguna de las normas urbanísticas que impusieron los españoles en territorio mexicano. Los primeros pobladores de la localidad fueron sólo unas cuantas personas que tenían vinculaciones directas con los servicios y dependencias de la iglesia y del convento, y aunque luego se les sumaron algunos comerciantes que buscaban proporcionar servicios a los peregrinos, la población siempre se mantuvo con un número muy reducido de habitantes. A lo largo de los siglos XVIII y XIX varios grupos de trabajadores que intervinieron en algunas de las obras del conjunto decidieron quedarse también a vivir en Chalma; entre ellos hubo albañiles, canteros, carpinteros y herreros. En épocas más recientes se han unido muchos comerciantes procedentes de los pueblos vecinos, circunstancia a pesar de la cual la población fija sigue siendo muy baja: un censo realizado en el mes de abril de 1963 permitió saber que, entonces, el número total de habitantes de Chalma ascendía a 595. (6)
Los servicios de energía eléctrica y de agua potable fueron instalados en el pueblo en el curso de los últimos 25 años y es probable que el desarrollo actual del sitio se deba en buena medida a la apertura del camino que llega desde La Marquesa. El pueblo, que ha conservado la estructura de sus cinco barrios llamados La Plaza Nueva, La Loma de las Jícaras, La Calle Principal, El Calvario y el de las Guitarras (7), ha crecido de una manera desordenada y caótica: las pocas calles que se han trazado transversales a la que baja de la carretera al Santuario, así como las que surgen espontáneamente por otros rumbos, se han llenado de construcciones que no tienen otro objeto que saturar de ofertas de productos y servicios a los muy numerosos peregrinos que visitan el Santuario. Las condiciones en que se desenvuelven las actividades del pueblo son en extremo precarias: los hacinamientos tanto de viviendas como de comercios han puesto en evidente peligro el equilibrio de una vasta zona pues sus desechos ya contaminan lo mismo al suelo que a las aguas del río. Los pobladores de Chalma, como los de o tros muchos lugares del país, viven en la miseria rodeados por la riqueza que no le aceptan a la naturaleza.
3.-ASPECTO HISTORICO
La imagen de Cristo crucificado que quedó en la principal de las cuevas de Chalma se adoptó como uno de los motivos fundamentales en que se basó la conversión de prácticamente todos los naturales de la región. Cuando se practicaron los arreglos necesarios a la cueva, ésta fue cerrada con una reja con la que se buscó proteger a la escultura y la llave fue entregada para su custodia en el convento de Ocuilan. No se designó a nadie para que se encargara específicamente del cuidado del sitio pues las labores de evangelización comenzaban a demostrar que los indígenas no tenían intenciones de recuperar la cueva o de volver a las prácticas de sus antiguos cultos. Durante 60 años sólo se celebraron en aquella gruta, y en presencia de la imagen del Cristo, oficios que de manera esporádica iban a presidir los religiosos de Ocuilan o de Malinalco a los que acompañaban pequeños grupos de peregrinos.
Algunos autores sugieren que los alrededores de la cueva no estuvieron totalmente deshabitados durante el siglo XVI pero las noticias más bien documentadas informan que fue hasta 1599 (8), cuando el lugar pasó a estar, realmente, bajo el cuidado y la protección de una persona: se trató de un ermitaño que llegó de Jalapa y solicitó permiso para instalarse; la licencia le fue concedida y él mismo fue aceptado como hermano lego en la orden de San Agustín con el nombre de fray Bartolomé de Jesús María. Es probable que este hombre, que permaneció en Chalma por espacio de 39 años haya sido el primero que levantó un construcción... su habitación, y con las limonsnas que le daban espontáneamente lo (los) que allí concurrían, labró casa para hospedar a los peregrinos con piezas y oficinas, cortas y pobres, pero suficientemente acomodadas para el tiempo limitado que ocupan en sus novenas. Edificó un conventículo con su clausura y sus celdillas, aunque tan ceñidas y estrechas, que mas parecian sepulturas que celdas. (9)
Las limosnas que recibía ese hermano lego no sólo servían para su sustento y las primeras obras del más temprano conjunto sino que se fueron acumulando y luego se utilizaron en la erección de un primer templo situado en un sitio de más fácil acceso y al que pudieran llegar, sin demasiadas complicaciones, las personas enfermas y ancianas. Las informaciones disponibles sobre la edificación de la iglesia primitiva no precisan la fecha en que pudo ser comenzada ni, obviamente, muchos de los detalles que podrían ser de algún interés, como la identidad de los autores o las consideraciones que se hicieron para la elección del terreno en que se levantó la obra; esas fuentes tampoco logran asegurar que el templo se debiera a las iniciativas de fray Diego Velázquez de la Cadena, personaje que sí intervino en las labores de conclusión del conjunto y a quien se debe la fundación del convento.
Entre los datos relativos a aquella primera iglesia destacan los que proporcionó fray Juan de San José por medio del Primer Libro de Inventario que se conserva en el archivo y que publicó el padre Jorge Ayala: Año de mil seiscientos y ochenta y dos años (en) la pascua de Navidad se armó el colateral en la Capilla de abajo y el día de Sto. Tomás canturiénse se bajó el Sto. Christo y se puso en el colateral el qual dió Nicolás de Arteaga... y a siete de febrero de ochenta y tres se dedicó la capilla en que están tres altares el del Sto. Xpto. el de Jesús Nazareno y el de Ntra. Sra. de la Soledad y en la sacristía el de Ntra. Sra. de Guadalupe adornada con algunas pintu ras. (10)
En ocasión de haberse mudado la imagen de Cristo de la cueva a la iglesia, muchos religiosos llegaron a visitar el sitio; algunos de ellos hicieron públicos sus deseos en el sentido de quererse trasladar a Chalma para cumplir de mejormanera su vocación eremitiva; fray Diego Velázquez de la Cadena hizo una visita al Santuario y ...vió y considero todo el sitio, trazó las viviendas, dió principio a las primeras celdas que se habían de fabricar para los primros religiosos... (11). El convento comenzó pues a organizarse con las dificultades que imponía lo accidentado del terreno, circunstancia que finalmente se superó para luego ser imitada en sucesivas obras de ampliación y mejoramiento.
Una segunda obra de importancia, destinada a ampliar y fabricar de nuevo el templo se presentó a principios del siglo XVIII; ese conjunto de obras se realizó entre el 5 de marzo de 1721 y el 25 de febrero de 1729 (12) aunque luego tuvo otros dos períodos durante los cuales fueron trabajados y montados varios colaterales. Las labores fueron promovidas por los padres Juan de Magallanes y Simón Cervantes. (13)
El volumen básico del conjunto se debe a varias etapas que no concluyeron en 1729 sino que fueron continuadas a partir del mismo esquema: la sacristía se agregó mediante trabajos llevados a cabo entre 1756 y 1758 y las cubiertas, bóvedas y cúpula, se terminaron, junto con otros elementos de importancia, en 1830 después de haber sido iniciadas en 1817 (14). Entre los componentes de mayor relevancia que fueron concluidos ese mismo período se encuentra el altar principal, que se hizo de 1817 a 1824.
Los años siguientes sirvieron para que se concluyeran totalmente los trabajos de ornamentación del templo; el decorado actual fue comenzado en 1888 (15) bajo la dirección de fray José María Márquez y terminado, después de vencer algunas dificultades, por fray Antonio Durán en 1942 (16). Otras obras se han llevado a cabo tanto en el convento como en la hospedería y en varias dependencias adicionales del conjunto a lo largo de casi toda la vida del establecimiento.
4.-DESCRIPCION ARQUITECTONICA
El Santuario de Chalma es propiamente un templo que forma parte de un conjunto religioso de grandes dimensiones; la iglesia desempeña un papel tan relevante en la composición urbanística y social del pueblo que llega a formar parte de él gracias a la ausencia de relaciones formales ortodoxas entre los edificios a través de espacios abiertos comunes: la portada del atrio y el acceso al recinto rematan la única circulación que podría considerarse como una calle. La proximidad entre unas construcciones y otras y entre todas y el paisaje circundante no hace sino extremar los contrastes más violentos: en efecto, las perspectivas de sur a norte hacia el Santuario están compuestas por edificaciones precarias pero ambiciosas que ofrecen una especie de marco a la observación de las torres, la balaustrada y la cúpula del templo que continuamente reciben atención hasta en sus más mínimos detalles. En el paisaje se contempla lo mismo una serie de elevadas cimas y combinaciones entre roca y frondas de árboles, que un río convertido en arroyo y en cuyos recodos se arremolinan espumas y desperdicios. Los espacios construidos, en suma, no sostienen relaciones con el medio natural si no es a través de espacios intermedios en los que algunas veces se han acumulado escombros o desechos.
Un segundo grupo de contrastes se muestra en las distintas elevaciones de los pavimentos por los que deben transitar los peregrinos: la vía por la que se accede al templo presenta pavimentos de diversa calidad usualmente dispuestos sobre el terreno sin compensar las pendientes y sin ligar los varios tramos de que consta. El atrio y las entradas a las dependencias del conjunto se desplazan, en cambio, sobre una superficie plana y cómoda en la cual es posible tanto la circulación como la formación de grupos.
Los niveles de los terrenos circundantes del conjunto hacen posible la observación de las varias fachadas que se forman gracias a la superposición de los distintos volúmenes que se han ido agregando con el paso del tiempo. La fachada principal, que mira al sur, es un conjunto integrado por las dos torres de campanario y la portada del Santuario. Las torres son prácticamente iguales y de altura más bien mediana; los cubos que las soportan flanquean y contienen a la portada de la que se diferencian por los distintos tratamientos que se dieron a los muros pues mientras los de los apoyos de los campanarios van aplanados y divididos por entrecalles de cantera, el muro frontero de la iglesia está resuelto a base de dos clases de aparejo de piedra de colores más oscuros. Cada torre tiene un solo cuerpo de planta cuadrangular terminado con notable sencillez y resuelto en las esquinas con unos nichos cuyas bases les confieren una cierta verticalidad; en cada cara se abre un vano como arco de medio punto que parce apoyarse en un balcón de fierro. Los remates también son productos de los mismos trazos aunque el que se levanta al lado oriente lleva un reloj en el óculo frontal en tanto que el otro lo presenta vacío. El diseño de cada remate incluye un juego de doce jarrones que se colocaron en las esquinas y en las partes superiores de las ocho pilastras que refuerzan un pequeño tambor sobre el que descansa el chapitel que, junto con la esfera que lo corona, es propiamente el elemento de remate. La cúpula que se alza sobre el crucero no carece de atractivos visto desde el exterior: es un volumen de mayor altura que las torres y se organiza, con su estructura peraltada, sobre un ta mbor octogonal que lleva una ventana rematada por un frontón triangular en cada uno de sus lados: esa construcción, que vista a la distancia contrasta con la aspereza del medio que rodea al Santuario por el norte, termina en una esbelta linternilla en la que se apoya otro remate formado por una nueva cúpula de dimensiones mucho menores y otra esfera en la que se apoya una cruz. La portada es una pieza interesante dada su sencillez: está formada básicamente por dos columnas que alcanzan toda la altura de la composición y que se apoyan en unas basas enormes para terminar recibiendo un entablamento inspirado en el orden clásico dórico. El espacio que resulta entre ambos apoyos está ocupado por la puerta, que se aloja en un arco de medio punto de piedra y por la ventana de coro, elemento que destaca por sus dimensiones; el trabajo de cantería que hizo posibles a ambos vanos es de una notable pulcritud y no sobresale demasiado en virtud de que no incluyen componentes que se presten al lucimiento. El coronamiento de la portada se resolvió mediante una especie de galería que lleva una balaustrada con jarrones que recuerda el trazo de los remates de la Catedral de México.
Los exteriores más atractivos del conjunto son los que lo limitan al poniente, junto al río; entre los volúmenes que más destacan hacia ese lado está la sacristía, elemento interesante tanto por sus formas y su cúpula como por la solución estructural que se utilizó en su fábrica pues una calle le pasa justo por debajo. Los paramentos que se alzan a la orilla del río son todos de piedra aparente y aunque acusan sus diversas procedencias se muestran como una unidad de entre la que destacan las cúpulas, algunos vanos y los puentes que comunican al conjunto con los andadores situados al otro lado del cauce.
Los interiores de los diversos espacios que forman el complejo ofrecen muy variados ángulos de interés toda vez que se trata de distintas soluciones que se adoptaron en presencia de requerimientos concretos. El convento comprende una serie de construcciones que van desde las hospederías que se encuentran al oriente del atrio hasta dependencias que se han tenido que situar en terrenos más altos y que incluyen lo mismo capillas que locales para otras funciones y actividades específicas. En prácticamente todo los recintos de que consta el convento se hallan pinturas de muy buena calidad entre las que destacan los 21 lienzos que ilustran la vida de San Agustín, firmados por Pedro Calderón y colocados en el claustro bajo del patio central; en el claustro alto hay otros 20 cuadros que representan la Pasión del Señor: algunos de ellos van firmados por Juan Rodríquez Juárez. Lo más valioso e interesante del Santuario es, sin duda, la imagen de Cristo crucificado que ocupa el sitio más importante de la nave y que ha dado fama nacional a la comarca: se trata de una excelente escultura de madera que algunos autores consideran española mientras otros especulan en el sentido de que pudiera no ser la original pues aquella se habría perdido en un incendio ocurrido a fines del siglo XVIII. Otra imagen de eminente calidad es la del Santo Niño del Consuelo, obra quizá de un escultor de apellido Solache (17) realizada en fecha que se desconoce.
El interior de la nav del Santuario acusa los efectos de las obras que se realizaron durante el período neoclásico de la fábrica: los altares, los acabados en los arcos, la cúpula y la ornamentación en general tienen el atractivo de conservarse en muy b uen estado y de colaborar, con su sencillez, a destacar la presencia del Santo Cristo Crucificado. La sacristía es también un espacio notable por su disposición arquitectónica y por la calidad extraordinaria de las cinco pinturas que aloja, tres de las cuales recuerdan la conquista espiritual del sitio; un cuarto lienzo es una interpretación de la visión que San Juan Evangelista tuvo sobre la iglesia y qu el autor, quizá Miguel Cabrera, adaptó a la orden de San Agustín, el quinto cuadro es la batalla del arcángel San Miguel con el demonio.
5.-NOTAS Y BIBLIOGRAFIA
(1) Sardo, Joaquín, Relación Histórica y Moral de la portentosa Imagen de N. Sr. Jesucristo Crucificado aparecido en una de las cuevas de S. Miguel de Chalma, Edición facsimilar de la de 1810, Biblioteca Enciclopédica del Estado de México, México, 1979, Nota introductoria sin firma pág. XII
(2) Rivera Cambas, Manuel, México Pintoresco, Artístico y Monumental, Tomo Tercero, edición facsimilar realizada por Editorial del Valle de México, México, 1974, pág. 73.
(3) Sardo, Joaquín, obra citada, Nota Introductoria, pág. XVII
(4) Sardo, Joaquín, obra citada, Nota Introductoria, pág. XVIII El anónimo autor de la Nota se apoya en la obra Cultura Popular y Religión en el Anáhuac, de Gilberto Giménez, México, 1978.
(5) Ayala, Jorge, Chalma: Su Señor, su Santuario, su Convento, sus Ferias, sus Danzas, sus Leyendas y sus Tradiciones, México, 1983, pág. 15.
(6) Ayala, Jorge, obra citada, pág. 15.
(7) Ayala, Jorge, obra citada, pág. 16
(8) Sardo, Joaquín, obra citada, págs. 143 a 161.
(9) Sardo, Joaquín, obra citada, pág. 87.
(10) Ayala, Jorge, obra citada, págs. 18 y 19.
(11) Sardo, Joaquín, obra citada, pág. 107.
(12) Ayala, Jorge, obra citada, pág. 21.
(13) Ayala, Jorge, obra citada, pág. 22.
(14) Ayala, Jorge, obra citada, págs. 29 y 30.
(15) Ayala, Jorge, obra citada, pág. 34.
(16) Ayala, Jorge, obra citada, pág. 35.
(17) Ayala, Jorge, obra citada, pág. 38.
(18) Ayala, Jorge, obra citada, pág. 31.
(19) Ayala, Jorge, obra citada, pág. 65.
Vicente Mendiola Quezada, Arquitectura del Estado de México, siglos XVI, XVII, XVIII y XIX, Tomo 1, Textos, Biblioteca Enciclopédica del Estado de México, Tomo CXII, México, 1982.
José Rogelio Alvarez Noguera, El Patrimonio Cultural del Estado de México, Primer Ensayo, Biblioteca Enciclopédica del Estado de México, Tomo CX, México, 1981.
Enciclopedia de la Iglesia Católica en México, Tomo 1, Enciclopedia de México, México, 1982.
Enciclopedia de México, Tomo 8, segunda edición, México, 1977.
ELABORO: ARQ. JOSE ROGELIO ALVAREZ
FECHA: 1984.
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