Nombre del Inmueble
San Jerónimo
Clave del estudio monográfico
MX-SC-DGSMPC-EM-000455
Estado, Municipio, Localidad
Estudio Monográfico
Clave del estudio monográfico
MX-SC-DGSMPC-EM-000455
Contenidos
1.-ANTECEDENTES
La población de Huejotitlán se encuentra en la región sudoriental de la Sierra Madre occiental que en el estado de Chihuahua toma el nombre de Sierra Tarahumara, en justa correspondencia al pueblo tarahumara que la habita desde épocas prehispánicas.
La conquista española de estas tierras había avanzado rápidamente hacia el norte durante la primera mitad del siglo XVI. Poco después, el 8 de julio de 1563, se fundó la villa del Guadiana (Durango y se dió a la región el nombre de Reino de la Nueva Vizcaya que abarcaba casi todo el noroeste del país.
El desarrollo de la Nueva Vizcaya no progresó gran cosa en el resto del siglo XVI, pues el territorio era demasiado extenso y sus habitantes, agrupados en pequeños pueblos independientes entre sí, se mostraron hostiles a la dominación española en la mayor parte de los casos. No obstante, para 1564, se habían descubierto ricos yacimientos minerales en Santa Bárbara, alentando a los mineros a continuar las exploraciones y por otro lado, los franciscanos fundaron un convento en el Valle de San Bartolomé, (hoy Valle de Allende), desde donde partieron las grandes expediciones que extendieron la Nueva España hasta el Nuevo México, Colorado y Nevada.
Mientras el territorio llano era recorrido ampliamente y los franciscanos procedían a su evangelización, el gran macizo montañoso permanecía firmemente defendido por los tarahumaras en su mayor extensión y los tepehuanes en el sur. A estas regiones fueron enviados otros misioneros recién llegados a la zona. La Compañía de Jesús había sido fundada apenas en 1540 (aprobación pontificada), pero a finales del siglo XVI tenían ya misiones en Sinaloa y Zacatecas y para 1607 algunos de sus misioneros recorrían el Valle de San Pablo (hoy Balleza, a poca distancia de Huejotitlán).
En estos lugares tuvieron los primeros contactos formales con los Tarahumaras (el P. Pedro Mendez S.J. en 1601 había bautizado 14 Tarahumaras en el lado opuesto de la sierra, rumbo a Sinaloa, pero sin lograr una misión estable). Considerando seguras las misiones del sur entre los Tepehuanos el P. Juan Font invitó a algunos Tarahumaras a establecerse en las misiones de San Miguel de Bocas (Ocampo, Dgo.) y la recién fundada de San Pablo (Balleza Chih). Una rebelión Tepehuana costó la vida al P. Font, acompañado de P. Jerónimo Moranta y retrasó algunos años el paso definitivo hacia territorios Tarahumaras. Las penetraciones parciales de los jesuitas hacia el norte se sucedieron inmediatamente los P.P. Sangüeza y Nicolás Estrada regresaron a San Pablo, poco después el P. José Lomas y en 1623 el P. Martín Larios llevó a Tarahumaras de San Pablo, aún reticentes al traslado, a San Miguel de Bocas como lo había intentado el P. Font. El año de 1630 fué definitivo para afianzar los contactos jesuitas en la Tarahumara; por una parte otro intento de reacomodo de Tarahumaras en San Miguel fué tan exitoso que requirió formar en el sur dos misiones más a base de inmigrados Tarahumaras: San Gabriel y Tizonazo. En el mismo año una expedición militar al mando del después famoso capitán Juan Barraza penetró en la sierra hasta Nonoava y el Jesuita Juan Heredia que acompañaba a la expedición logró convencer a 400 Tarahumaras más de trasladarse a San Miguel de Bocas, según algunas versiones a petición de varios caciques ante el gobernador (en Durango) Hipólito de Velasco. Una vez consolidadas las misiones del sur (durante muchos años a cargo del P. Díaz), conociendo mejor a los tarahumaras y preparados al gunos guías (Nicolás, el más conocido) se lanzaron dos misioneros jesuitas hacia la Tarahumara por su vertiente oriental siguiendo el río Conchos; uno de ellos, español valenciano el P. José Pascual fundó San Felipe de Conchos, San Francisco Javier de Satevó y su visita San Francisco de Borja. El otro mexicano, probablemente toluqueño, el P. Jerónimo Figueroa fundó San Felipe de Jesús, reinstaló la misión de San Pablo y estableció la cabecera de partido de varias visitas en San Jerónimo de Huejotitlan.
2.-EMPLAZAMIENTO
El poblado de Huejotitlán se encuentra situado a unos 60 km. al poniente de la ciudad de Hidalgo del Parral en el estado de Chihuahua.
La región corresponde a la parte baja de la sierra Madre Occidental que al cruzar este estado toma el nombre de sierra Tarahumara.
Antiguamente tanto Huejotitlán como San Pablo Balleza, a 30 km. de aquí, eran puntos de paso hacia los poblados de la sierra alta, pero en la actualidad, los caminos principales bajan directamente pasaje y mercancias (principalmente madera y derivados) de la sierra a Balleza y de allí a Parral dejando a un lado a Huejotitlán, comunicado apenas por un muy deficiente camino de terracería.
El terreno es ondulado con algunos llanos alternados con pequeñas elevaciones, notoriamente seco, con poca vegetación cruzado por algunos arroyos provinientes de los escurrimientos de la sierra. El clima es extremoso.
Las actividades de la zona son primordialmente agropecuarias con alguna primacía de la ganadería sobre la agricultura.
El poblado está asentado en las cercanías del río Balleza y consta de dos a cuatro manzanas en derredor a una plaza pública central con el trazo de las calles muy irregular a una cuadra de la plaza.
Hacia el oriente de la plaza y sin acceso desde ella, se encuentra el templo de San Jerónimo con una calle cerrada hacia el sur del atrio y un camino vecinal hacia el norte, sin un acceso directo.
A pesar d ser raras las construcciones de dos niveles no es fácil distinguir el volumen del templo debido a lo poco conspicuo de su ubicación dentro de la traza de la población.
3.-HISTORIA
Hacia finales de 1639 quedó establecida la misión de San Jerónimo Huejotitlán por el jesuita Jerónimo Figueroa y como era costumbre se inició de inmediato la construcción del Templo.
La población estaba enclavada en territorio Tepehuano compuesta por individuos de este pueblo, habitantes de los alrededores y de Tahumaras provinientes del norte y el occidente, habiendo logrado para entonces los jesuitas una armónica convivencia de ambos pueblos.
El P. Figueroa dividió su actividad entre Huejotitlán y San Pablo, con sus respectivas visitas, durante nueve años. A San Pablo llegó otro jesuita Gabriel Villar que pronto se hizo cargo de Huejotitlán, quedando definitivamente el P. Figueroa a cargo de aquella.
El sistema seguido por la Compañía de Jesús en sus misiones de mantener un mismo sacerdote a cargo de cada una durante largos períodos dió frutos en Huejotitlán ya que el P. Villar permaneció en su misión durante 41 años. A este sacerdote se debe principalmente el progreso de la misión en su época y el enriquecimiento de su templo que aún hoy podemos admirar. En efecto, ya en 1678 el visitador Ortiz describe elogiosamente el templo como amplio, bien decorado, con ricos ormentos y objetos de plata. En los años siguientes Huejotitlán llegó a ser considerada como la misión jesuita más rica y mejor organizada y los indios que albergaba cobraron fama como carpinteros y herreros. Fué de las raras misiones en que se justificó la permanencia continua de varios sacerdotes. Al P. Villar le asistió en 1678 el P. Manuel Gutierrez y se atendió entonces las visitas de San Javier y San Ignacio, de población 100% Tarahumara. Al poco tiempo arribó el P. José Sánchez pues para entonces el P. Villar, muy anciano, se debilitó definitivamente.
El padre Villar murió en su misión en 1689, dejándola completamente consolidada.
Esta situación propició que en el siguiente año, después de ser nombrado como nuevo encargado al P. Luis Fernandez, decidiera radicar en Huejotitlán el más famoso misionero jesuita de la Tarahumara: el P. Tomás Guadalajara quien después de consolidar las fundaciones de la Tarahumara Alta siguió realizando su trabajo de organización desde este lugar debido a su salud quebrantada, no obstante lo cual, permaneció aquí hasta su muerte en 1720. La permanencia del P. Guadalajara en Huejotitlán fué sin duda benéfica para la misión y su templo, aun cuando él personalmente nunca fungiera como encargado de los mismos, pues en este período el P. Fernández fué sustituido en 1692 por el P. Cristóbal Condarco y otros cuyos nombres se han extraviado. Es hasta 1723 cuando aparecen como encargado el P. Cristóbal Laris.
Mientras tanto la región había sufrido cambios notables. El auge minero de la Nueva Vizcaya creció a partir del descubrimiento del mineral en Santa Bárbara (1557) al que siguieron los de Parral (1631), Cusihuiriachi (1687) y Santa Eulalia (1707), la zona central se consolidó con la fundación de Chihuahua en 1709 y el progreso de hacienda en toda la región llana y regada, acontecimientos que acarrearon tanto la llegada de numerosos colonos españoles y mestizos como la gran demanda de mano de obra indígena en toda aquella provincia. Era entonces natural que la población indígena radicada en las misiones disminuyera a pesar de los esfuerzos de los jesuitas por mejorar sus condiciones de vida y aún protejerlos en contra de los malos tratos y trabajos muchas veces forzados a los que los sometian los mineros y hacendados contraviniendo las cé lulas reales de protección a los indios. La situación indígena en la Tarahumara se agravó durante la segunda mitad del siglo XVII con las sucesivas rebeliones indígenas, sofocadas todas a sangre y fuego.
Con la población indígena disminuida notablemente, el P. Benito Rinaldini, quien había tomado el partido de Huejotitlán en 1748, tuvo que entregar el templo a las autoridades eclesiásticas en septiembre de 1753 cuando fue ordenada la secularización de las misiones tarahumaras.
Y en la época independiente del país y hasta nuestros días, el templo de San Jerónimo en Huejotitlán ha continuado prestando servicios religiosos sin interrupciones notables.
5.-DESCRIPCION ARQUITECTONICA
Aún cuando en el emplazamiento del templo de San Jerónimo de Huejotitlán se asienta la existencia de un atrio en su frente y su ubicación poco relevante dentro de la traza urbana, es necesario ampliar estas descripciones para mejor comprender la incongruencia entre la importancia histórica del templo y sus condiciones actuales.
El atrio mencionado es un amplio solar urbano que se extiende al frente del templo, pero sin ninguna obra que indique su función. Está limitado en algunos tramos por un precario murete de adobe y en otros puntos por las bardas de colindancia de las construcciones vecinas, casi todas de adobe y por las construcciones mismas. Es únicamente un terreno más o menos nivelado y limpio de piedras y basura.
En la actualidad el templo ha perdido su fachada original y su paramento frontal presenta dos paños correspondientes a lo que fueron los cuerpos principales de nave y torre. En el primero, sobre un aplanado de protección al adobe, se distingue algo de lo que fue su ornamentación en el marco de cantera de la puerta de entrada y una moldura del mismo material sobre ella a modo de frontón simplemente insinuada.
Dos ventanas, al coro de la primera sobre la portada y otra pequeña a la capilla lateral completan los vanos existentes.
En el segundo cuerpo se ha levantado una construcción de muros de carga de tabique con refuerzos de concreto para sostener las campanas a un nivel ligeramente superior al de la cubierta de la nave. Esta construcción de soporte contiene una serie de vanos rectangulares, a diferentes alturas, pareados en la parte superior (donde se encuentran las campanas) y está cubierto con lámina galvanizada.
La disposición general corresponde al tipo más común de las construcciones de templos jesuitas de la Tarahumara, con una estructura simplificada al máximo con muros de adobe de gran espesor en sentido longitudinal a la nave, separados entre si la distancia máxima correspondiente al claro normal suceptible de ser salvado por una viga normal de madera. En este caso, las vigas están apoyadas en ménsulas de madera ornamentadas con relieves en su extremo.
Dentro de este esquema de composición básico, el templo de Huejotitlán muestra algunas pequeñas variantes que evidencian la antigua importancia misional del templo.
La nave única es de dimensiones ligeramente mayores a las de la mayoría de los templos de la Tarahumara (similares al antiguo Sisoguichi y solamente inferiores a San Francisco de Borja), con los muros laterales del presbiterio desviados hacia el eje en forma apenas preceptible para formar el ábside y una importante variación (Antecedente de algunas otras en la sierra) representada en los muros laterales por dos pequeñas capillas a modo de transepto o crucero, demasiado pequeñas para conformarlo claramente, pero suficientes, para poder considerar la planta como de cruz latina.
En la del lado de la epístola, el altar está enmarcado en un corto baldaquino de madera y en el opuesto se encuentra otro altar.
El presbiterio está delimitado por una grada de comulgatorio y barandilla metálica.
Actualmente el coro se ha desmontado y la parte posterior presenta solamente una puerta lateral al lado del evangelio, tapiada y que hace suponer la anterior existencia de dos torres en la fachada.
Las antiguas dependencias auxiliares del templo han desaparecido por completo y sus restos se pueden detectar en sus inmediaciones, tanto en terrenos propios como en los de las propiedades particulares vecinas.
L a parte baja de la construcción lateral para soporte de las campanas contiene los espacios destinados a sacristía y bodega.
6.-OBRAS DE ARTE
Dada la importancia de Huejotitlán en la época colonial como base de la Misión de la Tarahumara Baja y aún de toda la Tarahumara al ser sede del P. Guadalajara en los primeros años del siglo XVIII, existe evidencia documental de un acervo artístico no detallado en ella, pero descrito como amplio y rico. Poco se ha conservado hasta nuestros días, pero por todos motivos digno de ser conservado y difundido.
Destaca en primer lugar el retablo de la capilla lateral derecha. Es éste un trabajo de una gran originalidad realizado en madera policromado para enmarcar un altar evidentemente desaparecido ya que el actual, de madera sin ningún relieve digno de mención, destaca en forma por demás desfavorable de su esplendido marco. Ocupa todo el espacio interior de la capilla (aprox. 4.00 x 2.00 m y 5.00 m. de altura) con un diseño a modo de baldoquino con cuatro apoyos; dos columnas aisladas al frente y dos más adosadas en las esquinas interiores del espacio total. Todas ellas realizadas en su forma y proporciones de acuerdo a un orden corintio bastante ortodoxo con base y capitel, este último con las hojas de acanto finamente talladas en madera. En el fuste se ha sustituido el estriado con una talla en motivos geométricos en la mitad inferior y una decoración helicoidal pintada en la superior. Los cuatro capiteles sostienen unos muy ligeros arcos rebajados al tipo carpanel de tres centros que a su vez soportan un friso rematado en moldura a modo de cornisa con salientes rectangulares en los extremos. En su interior, la cubierta presenta una terminación aconchada con marcado relieve en sus nervaduras. Todo el conjunto superior del baldaquino contiene un armonioso trabajo de talla en la madera en el que se alternan los motivos geométricos con los de inspiración vegetal. Todo el fondo es un pano liso de madera, sin relieve y con decoración policromada en motivos de flores y follaje principalmente.
Todo este conjunto sirve en la actualidad de marco a dos esculturas colocadas al centro inmediatamente una sobre otra. La superior corresponde a un gran crucifijo de tamaño cercano al natural con la figura policromada, de evidente antigüedad y buena calidad. El letrero superior de la cruz tiene en lugar del muy usado INRI, la inscripción evangélica completa en hebreo, griego y latín. La figura inferior es una Dolorosa de las mismas características del crucifijo.
El resto del acervo artístico colonial del templo está conformado por una serie de esculturas en madera tallada y estuco, de 40 a 130 cm. de altura y de muy diferentes grados de calidad artística, desde el trabajo artesanal de vigorosa ingenuidad de un crucifijo hasta la gran delicadeza de trazo en un San José y El Niño, pasando por varios cristos en diversas actitudes, vírgenes y santos varios.
Es famosa en la región la escultura sedente del santo patrón San Jerónimo, que se encuentra fuera el templo sobre una base a modo de pedestal, en cantera, como la figura y procedentes ambas de algunas secciones de la ornamentación de cantera que debió poseer la fachada.
A este respecto es necesario mencionar algunos detalles que muestran el trabajo artístico que debió estar integrado a la fábrica del templo como los restos de cantera existentes, la escultura mencionada y una pila de agua bendita. Y por otro lado el trabajo en madera muy deteriorada en la actualidad y que, según nos muestra el tallado de las ménsulas del plafón y los cerramientos de las capillas laterales, debió ser de gran calidad, así como algunos fragmentos de decoración policroma del mismo plafón.
El resto de la imaginería en uso no corresponde a la calidad de las piezas descritas. Son algunas esculturas, víacrucis y cromos enmarcados, convencionales sin ningún relieve
ELABORO: ALBERTO VALENCIA
FECHA:1984
Inmueble de pertenencia
Nombre del Inmueble
San Jerónimo