Nombre del Inmueble
San José
Clave del estudio monográfico
MX-SC-DGSMPC-EM-000378
Estado, Municipio, Localidad
Estudio Monográfico
Clave del estudio monográfico
MX-SC-DGSMPC-EM-000378
Contenidos
1.-CONTEXTO URBANO
La parroquia de San José siempre ha ocupado un lugar limítrofe. En el Virreinato, porque atendía a toda la parte norte de la ciudad y a algunos de los barrios de indios. Luego, durante la mayor parte del siglo XIX, el rumbo conservó algo de sus características de suburbio, con su Alameda al oriente, y más allá, huertas y molinos por los que cruzaban acequias y derivaciones del rio Almoloya. Todas esas zonas húmedas se conservaron hasta el primer tercio del presente siglo, cuando se trazan catorce manzanas angostas y alargadas, en torno a un parque central, razonablemente bien arreglado.
Por eso ahora, la parroquia de San José, ubicada en la esquina de las calles 2 Norte y 18 Oriente, sigue estando en el límite entre la tradición y la modernidad urbanísticas. Hacia el sur y el poniente quedan las partes más o menos conservadas del Centro Histórico, mientras que al norte y al oriente hay tejido urbano nuevo, nuevos edificios y nuevas vías de comunicación.
El ejemplo más evidente de esto último es el conjunto del Instituto Mexicano del Seguro Social, que ocupa toda la manzana entre las calles 2 y 4 Norte, y 20 y 24 Oriente. Es un equipamiento útil, sin duda, pero poco compatible con la Zona de Monumentos en que se encuentra y con el templo de San José en particular. Su edificación hace pocos lustros supuso la demolición de algunas construcciones tradicionales para dar paso al moderno edificio. Afortunadamente se conservó una de ellas, incrustada ahora en la mole hospitalaria: se trata de la pequeña biblioteca Benito Juárez, edificio histórico por su vinculación al fusilamiento del secretario de Morelos, Juan N. Rossainz.
La Alameda frente a San José ocupa apenas la cuarta parte de la superficie que tuvo hasta el siglo XIX. No obstante, es un digno espacio arbolado, en cuyo centro, el Gobierno del Estado levantó en 1931 una estatua de buena factura para honrar a Francisco I. Madero, prócer de la Revolución Mexicana.
Hacia el Oriente da comienzo una colonia de clase media, con casas de uno y dos pisos de los años cuarenta y décadas subsecuentes, mientras que del lado Sur de la Alameda de San José hay edificios de productos relativamente recientes, algunos en estilo neocolonial. En cambio, en la esquina al sur del templo hay una noble casa tradicional de dos niveles que muestra un nicho de esquina con la imagen de San José. Siguiendo por 18 Oriente hay otros edificios, la mayoría del siglo XIX. Lo mismo ocurre con el resto de la manzana donde se encuentra el templo.
2.-ANTECEDENTES E HISTORIA
La actividad parroquial fue iniciada, tanto en Puebla como en el resto del virreinato, por el clero regular. Las órdenes religiosas fueron la primeras encargadas de administrar los sacramentos a españoles e indígenas mientras realizaban la tarea de evangelización. Los franciscanos, que se contaban entre los fundadores de la ciudad de los Angeles en 1531, fueron su primeros párrocos, particularmente en el asentamiento inicial sobre la margen oriental del río San Francisco. Luego, al reubicarse la ciudad sobre la banda opuesta, las funciones parroquiales se prestaron en la primera iglesia que se levantó en el costado norponiente de la plaza mayor. Al autorizarse en 1539 el traslado de la sede episcopal de Tlaxcala a Puebla, las funciones parroquiales las asumió el sagrario de la catedral. Su territorio abarcaba casi todo el centro de la ciudad, hasta la capilla de los Dolores del Puente, que era su límite oriental.1
La segunda parroquia se erigió en el último cuarto del siglo XVI, en los primeros años de la gestión episcopal de don Diego Romano (1578-1606). Se la ubicó en una capilla que el cabildo de la ciudad erigió desde 1556 en honor de San José, al recurrirse a su protección como santo patrono contra los rayos y centellas que asolaban al joven asentamiento en la temporada de lluvias.2 El propio ayuntamiento asignó tres solares en el extremo norte de la traza, donde se realizaría la obra, así como otros solares y huertas para su sostenimiento. El obispo fray Martín Sarmiento de Hojacastro (1546-1557) también proporcionó recursos para la fábrica. Hacia 1570, Juan de Formicedo y Gregorio Genovés se encargaron de hacer una capilla de mayores dimensiones, en la que Domingo Hernández levantó tres arcos de cantera según la traza de Alonso Ruiz. Fué ese edificio, aún sin terminar, el que ocupó la nueva parroquia que se terminó en 1595. Era de dos bóvedas, por lo que algunos consideran que corresponde al nártex o vestíbulo del templo actual, aunque Castro Morales señala que esta parte del edificio es posterior.3
Para el primer tercio del siglo XVII, la concurrencia al templo había aumentado considerablemente, tanto por la devoción a San José, como por los servicios religiosos que ahí se proporcionaban. Eso motivó que, en 1628, el bachiller Diego García promoviera ante el ayuntamiento la construcción de un edificio con mayor capacidad y riqueza. Fué de una sola nave y probablemente llevaba cubierta de artesón, es decir, de armadura de madera y tejas de barro. El cambio a la estructura actual de bóvedas debe haber ocurrido en 1653, cuando se contrató al maestro albañil José de la Cruz para que le agregara otras dos naves a los costados, mediante el patrocinio del capitán Antonio Fernández de Aguilar, quien aportó 70,000 pesos para ese efecto.
En la segunda mitad del siglo XVII, el interior del templo se decoró con algunos retablos barrocos. Entre ellos sobresalía el principal, dedicado a San José, que mostraba una imagen del patrono, tallada por Andrés Fernández de Sandrea casi un siglo antes. La imagen era muy venerada, y con frecuencia se la sacaba en procesiones.
El nuevo inmueble ya tenía varios anexos, entre los que sobresale el llamado cañón dorado, que se edificó para albergar una imagen de Jesús Nazareno. La pieza escultórica tenia una historia azarosa, ya que provenía de un embargo inquisitorial que se había hecho a su propietario original; luego fué donada al hospital de San Pedro y por último se trasladó a San José, a la ca pilla antes mencionada, cuyo nombre se debía la bóveda cilíndrica que tenía, toda decorada con yeserías recubiertas de hoja de oro.
Pronto aumentó la devoción por esa figura de Jesús Nazareno, y la cofradía con el mismo título, patrona de la capilla del cañón dorado, contó con los recursos para fabricar una más grande. El 3 de agosto de 1693, el obispo Fernández de Santa Cruz puso la primera piedra de esta obra que edificó el arquitecto Diego de la Sierra, a quien se pagaron 343 pesos por sus emolumentos4 La imagen titular se trasladó al nuevo recinto el 17 de abril de 1706, y se colocó en un retablo adornado con esculturas que representaban la pasión de Cristo. Ese retablo no se conserva en la actualidad.
La parroquia de San José contaba con otras capillas. Una de ellas era la dedicada a Santa Ana, y se encontraba en la nave lateral del lado de la Epístola. Frente a la puerta del costado, los indios tenían su capilla, la cual fue empleada, temporalmente, como sagrario de la iglesia. Actualmente está dedicada a la Virgen del Sagrado Corazón. Otras salas importantes del templo eran el bautisterio y el camarín del Santísmo.
Entre 1771 y 1772, el doctor don José de Ortega Moro, con el apoyo económico del mercader José Felipe de Saldaña, mandó remodelar la iglesia de San José. Las ventanas de alabastro fueron cambiadas por vidrieras, se emparejó el piso, las paredes se blanquearon y pintaron y las claves de las bóvedas se adornaron con florones, de donde se colgaron las lámparas.
Los retablos no se libraron de la renovación. La mayoría de los fabricados en el siglo XVII fueron sustituidos por otros de estilo barroco estípite que aún se conservan, entre ellos, los decorados con pinturas de Miguel Jerónimo Zendejas. El retablo dedicado a San José subsistió, aunque modificado, y la escultura original fue nuevamente colocada en él después de haber sido retocada por José de Cora.
Para entonces, la capilla que fuera de Jesús Nazareno había pasado a manos de la cofradía de zapateros bajo la advocación de San Crispín y San Crispiniano, pero, como esta congregación decayó, hacia 1772 se entregó la capilla a la Santa Escuela de Cristo. Desde entonces se le dedicó al Divino Preso, por una pintura que tenía, representando a Jesús en casa de Caifás. Actualmente está dedicada al Santo Cristo. El bautisterio también se blanqueó y pintó, y fue decorado con lienzos, algunos de ellos firmados por Pascual Pérez, el mixteco.
A fines del siglo XVIII y principios del XIX se construyó una casa de ejercicios anexa a las viviendas curales, por iniciativa de los presbíteros Sebastián Muñoz del Prado y Joaquín Polanco y Santa Cruz. Eran las postrimerías de la etapa colonial, cuando la parroquia ya administraba un territorio relativamente amplio que incluía los barrios de San Antonio, Santa Ana, San Antonio el Chico y San Pablo; además de los pueblos de San Felipe y San Jerónimo.
Se sabe que, en las primeras décadas del siglo XIX, José Manzo participó en una nueva redecoración de la iglesia. por lo que es posible que el altar principal que ahora existe sea obra suya.
Ya en la época independiente, el conjunto parroquial y su entorno fueron testigo de diversos hechos históricos. En 1830 fué fusilado en la plaza frontera Juan Nepomuceno Rossainz, que había sido secretario del cura Morelos. Tres años más tarde, en abril de 1833, fué bautizado en la parroquia con el nombre de José Vicente de la Soledad quien quince años más tarde pasaría a la historia como un o de los cadetes defensores del castillo de Chapultepec: Vicente Suárez. A su vez, Benito Juárez estuvo preso por breve lapso - antes de ser enviado por Santa Anna a Jalapa, San Juan de Ulúa y el exilio en 1853 - en un edificio cuyos vestigios aún se conservan en el conjunto del Seguro Social ubicado en la contraesquina del templo.
La parroquia siguió prestando sus servicios ininterrupidamente, y ya en este siglo (1932) el cura Felipe Rodríguez Montenegro arregló el atrio y el templo, reconstruyó parte de la fachada y le colocó un reloj.5 El 16 de abril de 1936, el templo fué declarado monumento histórico, precisamente cuando se encontraba en muy malas condiciones de mantenimiento por fisuras en las bóvedas que causaban múltiples humedades. Desgraciadamente, la declaratoria no incluyó la antigua casa de ejercicios, ya que ésta fué vendida entre 1939 y 1940 por el gobierno federal a particulares, mismos que pronto establecieron ahí sus negocios.6
A partir de 1946 se inicia un proceso de lenta recuperación del conjunto parroquial, mismo que todavía requiere un proyecto integral de rehabilitación. Actualmente sigue funcionando como la segunda parroquia en importancia después del sagrario de Puebla.
1 F. de E. y Veytia, Historia de la fundación..., t. II, p. 10-12 y 201-202.
2 Fray Agustín de Vetancurt, Teatro mexicano, t. II, p. 307.
3 Cfr. Leicht, Las calles de Puebla, p. 400-401, y Castro Morales, n. 151, en Veytia, op. cit., t Ii, p.205.
4 Castro Morales, n. 155, en Veytia, op. cit., t. II, p. 209.
5 Almendaro, Indice de las iglesias..., p. 29.
6 SEDUE, Exp. 114-0001-6
3.-DESCRIPCION ARQUITECTONICA
La parroquia de San José, que originalmente llegó a ocupar toda la cabecera de la manzana, tiene ahora colindancias con entrantes y salientes hacia el norte y el poniente, producto de la separación, el siglo pasado, de algunas dependencias que pertenecieron al curato y su casa de ejercicios. Las dimensiones máximas de esa configuración irregular son 80 por 80 metros.
El conjunto parroquial descansa sobre una plataforma de cerca de un metro de altura y concentra la mayor parte del atrio en la esquina de 2 Norte y 18 Poniente; una porción menor forma la franja atrial que se extiende frente al ingreso al templo. Todo ese recinto está embaldosado con cantera y carece de bardas o elementos delimitantes, si bien los cortos pilares de piedra sobre el alineamiento, de abultado gálibo y regularmente espaciados, sugieren la intención de poner ahí enrejados. Se sube al atrio por dos escaleras: una frente al ingreso al templo, donde se alzan sobre plintos dos robustas columnas toscanas, y otra en la esquina ochavada.
Los principales edificios del conjunto son el templo parroquial, dedicado a San José, y la capilla de Jesús Nazareno, adosada al transepto sur del primero; además están lo que queda de la casa de ejercios, sobre la calle 2 Norte, y la casa cural, sobre la 18 Oriente.
El templo parroquial es producto de tantas etapas, modificaciones y adiciones, que resulta difícil identificarlas a primera vista. Su disposición es basilical, de tres naves, pero éstas se convierten en una sola, tanto en el nártex como en el presbiterio. Además, tiene añadidas otras capillas menores aparte de la del Nazareno, así como un camarín octogonal tras el testero.
Haya sido o no parte de la fábrica de la capilla primitiva, el nártex de 8 por 11 metros se aprecia como algo distinto y anterior al resto del templo. Los dos tramos de cañón con lunetos cubren, efectivamente, un espacio que se usa como vestíbulo, pero no hay ningun otro dato que permita suponer que esa fué la función para la que fué construído. Los otros locales que lo flanquean sólo rellenan lo necesario para prolongar la caja del edificio hasta la fachada actual. Uno de ellos es el bautisterio, cubierto con bóveda de arista.
Además, en el interior de la basílica de tres naves hay otra anomalía que denota la preexistencia del actual vestíbulo: el coro en el primer tramo de la nave central se construyó como balcón; pero los arcos formeros que soportan la bóveda del sotocoro no son perpendiculares a los fajones, ya que se desvían, para apoyarse en el par de machones que flanquean la entrada a la nave. Ese trayecto, al parecer forzado por las circunstancias, obligó a dejar voladizos laterales en la cubierta del sotocoro para regularizar su planta. Un reconocimiento arqueológico somero, no destructivo, podría esclarecer si, cubiertos por los robustos apoyos antedichos, se encuentran otros elementos de la ermita primitiva.
Por lo demás, la parte basilical del templo, de casi 50 metros de longitud, está muy bien proporcionada y regularmente dispuesta. La nave central tiene siete tramos, cubiertos por bóvedas de cañón con lunetos excepto el sexto, donde está el crucero con la cúpula. A los brazos del transepto también los cubren cañones con lunetos, mientras que en los cinco tramos restantes de las naves laterales, que son más bajos, hay bóvedas vaídas o de pañuelo.
Vale la pena fijarse en los soportes de esta estructura basilical: cada uno de los pilares entre la nave central y las laterales muestra un desplante cruciforme, configurado por cuatro secciones semicilíndricas; tres de ellas terminan su trayecto en capiteles de los que surgen los arcos fajones y formeros de las naves laterales, mientras que la situada hacia el interior de la nave principal asciende otros tres metros, ya como pilastra, entre las enjutas de los arcos laterales, hasta donde se encuentra el sencillo capitel. A primera vista no se nota que, antes de llegar al capitel, la sección semicilíndrica de la pilastra se vuelve cuadrangular gracias al par de mascarones de escayola que disimulan la mutación geométrica. Es posible que a partir de ahí se haya reconstruído la estructura a mediados del siglo XVII, para substituír el techo artesonado por las bóvedas. Sobre el capitel surge un tramo alterado, que sólo se entiende releyendo a Veytia, quien indica que, en el último tercio del siglo XVIII, la iglesia era algo oscura, en parte porque las ventanas se cerraban con placas de mármol de Tecali:
... por donde no se comunica libremente la luz. agrégase a esto que tenía todo el templo una doble cornisa, que la superior sobre que asientan las bóvedas era de casi una vara de ancho y su sombra la oscurecía mucho, hasta que en el año de 1771 se le quitó este embarazo y todos los transparentes de las ventanas, poniendo en ellas vidrieras muy claras... 7
No es una contradicción que en el Siglo de las Luces se prefirieran espacios mejor iluminados, al punto de demoler la cornisa del entablamento que ligaba entre sí los apoyos de los arcos de la bóveda principal. Lo más probable es que, al hacer esa operación, sus restos se hayan visto tan mal que de plano se optó por rasurar el relieve de la arquitrabe y el friso correspondientes. Por eso, los resaltos sobre los capiteles son ahora incomprensibles: su lectura es imposible ateniéndose solo al código de signos convencionales que caracteriza a la arquitectura virreinal.
El último rasgo notable de esta estructura está en los arcos de las bóvedas en la nave central. No son de medio punto, como sería lo habitual, sino que se aperaltaron casi un metro introduciéndoles estribos, es decir, cortos tramos verticales debajo de los arranques. Este recurso permite que el espacio libre de la nave central se vea más alto, más esbelto. Es, indudablemente, una corrección óptica hecha con la suficiente destreza como para que pase casi desapercibida, pero también lleva a preguntarse si no habría que incluírla entre las múltiples influencias de la arquitectura mudéjar que se ven en Puebla, ya que este tipo de arco es precisamente lo que caracteriza a edificios como la Alhambra de Granada, por ejemplo.
Tanto la cúpula y las bóvedas de la nave central como las de las naves laterales conservan bastante de las yeserías originales. Bandas de intricados entrelazos recorren las intersecciones de unos cañones con otros en las bóvedas, y entre los gallones de la cúpula. Las cúspides llevan florones dorados, agregados en el siglo XVIII, así como rayos y azucenas concéntricas. En las pechinas de la cúpula, lo mismo que en el tímpano del transepto del lado de la Epístola, hay arcángeles en altrorrelieve con filacterias alusivas a San José. En cambio, los arcos torales, fajones y formeros, así como la bóveda del presbiterio, se redecoraron con otras yeserías y pinturas más sencillas, al gusto del siglo XIX.
El vetusto edificio parroquial tiene muchos más elementos arquitectónicos interesantes, comenzando por la capilla de Jesús Nazareno. Se ingresa a ella por el transepto, del lado del Evangelio, a través de un notable vano cuyas jambas y arco escarzano ya anuncian el vigoroso motivo de estrías en zig-zag que escogió el sevillano Diego de la Sierra para decorar los elementos estructurales, combinado en este caso con entrelazos fitoformes que recubren casi todo el resto: los fustes de las pilastras extremas, las enjutas (donde asoman ángeles) y el friso del entablamento. Los capiteles jónicos de las pilastras introducen un toque de formalidad, mientras que, sobre ellos y sobre la clave hay ángeles-atlantes que parecen cargar sobre sus tiernos hombros la pesada cornisa. Incluso la reja que cierra este vano de ingreso es de calidad sobresaliente. La planta de esta capilla de las postrimerías del siglo XVII introduce en Puebla, según Martha Fernández8 la disposición en cruz griega, con la cúpula al centro sobre tambor octogonal y bóvedas de cañón con lunetos en los cuatro brazos. Los brazos de la cruz no son exactamente iguales, ya que la nave mide 30 metros de longitud total, mientras que el transepto sólo tiene 26, sin embargo, esa distribución biaxial permitió a De la Sierra atender bien a los minuciosos detalles que ahí se aprecian. En las esquinas del crucero surgen pares de plintos ricamente labrados con entrelazos manieristas, que soportan pilastras semicilíndricas con fuste literalmente tritóstilo, ya que está decorado en tres tramos distintos: arriba y abajo con entrelazos de formas vegetales y grutescos, mientras que enmedio hay estrías en zig-zag. Luego siguen los capiteles y los resaltos del entablamento que recorre todos los muros, con el friso discretamente decorado. Sobre la cornisa arrancan los arcos abocelados en distintas direcciones, cada uno con cuatro tramos de estrías en zig-zag y tres de entrelazos manieristas.
Es una lástima que no se hayan conservado las yeserías barrocas que probablemente hubo en las bóvedas de esta capilla. El diálogo entre ambos medios, el yeso y la cantera, debe haber sido verdaderamente extraordinario.
Las otras capillas del lado del Evangelio no son tan grandes y suntuosas, pero no por ello carecen de interés. La más antigua es la famosa capilla del Cañón Dorado, donde se inició la devoción a la imagen de Jesús Nazareno. Está situada en el primer tramo de la nave lateral, y su nave abovedada consta en realidad de cuatro tramos: tres de cañón con lunetos, sin arcos fajones, y uno más sobre el presbiterio, delimitado por un arco triunfal, en el que asciende un cubo con bóveda de arista más alta que el resto de la nave, lo que permitió ubicar en ella ventanas por todos los costados. Los tramos de cañón han perdido las yeserías doradas a las que la capilla debía su sobrenombre; ahora se la conoce como capilla del Divino Preso. La portada de ingreso todavía tiene rasgos de mediados del siglo XVII: jambas y arco con canaladuras perimetrales, al igual que las pilastras de capiteles jónicos; clave y enjutas fitoformes; frontón quebrado con escudo al centro, enmarcado por pilastrillas, entablamento y frontón curvo con el rostro del Redentor; y a los lados, motivos muy elaborados que asemejan jarrones.
En el tercer tramo del espacio basilical se situaban, del lado del Evangelio, el ingreso lateral, ya clausurado, y del lado opuesto, la antigua capilla del Sagrario, que en tiempos de Veytia ya era capilla de los Naturales y ahora es la capilla del Sagrado Corazón de María. Su nave es de tres tramos, dos cubiertos por bóvedas de cañón con lunetos y el de enmedio por bóveda vaída.
Por el transepto del lado de la Epístola se ingresa a otra capilla más, la de Santa Ana. Consta de sólo dos tramos: uno de cañón corrido y el presbiterio con bóveda de arista.
Otro espacio sumamente interesante por su atrevimiento estructural es la sacristía. Como correspondía a la importancia de esta parroquia, tiene una planta cuadrangular con un claro de 12 metros, cubierto por una singular combinación de bóvedas montadas una sobre las otras. Los muros de este singular espacio muestran rodapié perimetral y nichos con lavabos, recubiertos de azulejo. Luego, a unos tres y medio metros de altura, inician su ascenso cuatro segmentos de cañón, como si fueran a formar una boveda de rincón de claustro. Pero en vez de culminarla, se interrumpen en un marco cenital de 6 por 6 metros. Como los mantos se apoyan unos a otros, en cada lado del marco se producen esfuerzos de compresión, que contrarrestan sobradamente la tensión a que lo someten los cuatro tímpanos perforados por vanos de iluminación que se alzan ahí mismo y que, de hecho, funcionan como armaduras semicirculares. Cada lado del marco funciona, entonces, más como puntal que como tirante. Luego, las cuatro armaduras-tímpano y las pechinas entre ellas se encargan de sostener a la elegante cúpula octogonal gallonada, con cuatro lucarnas, una sobre cada pechina para aligerar aún más el peso en ese sitio crítico. Es una de las estructuras virreinales más atrevidas e ingeniosas de que se tiene noticia, y merece un estudio a fondo que esclarezca su admirable funcionamiento y sus detalles constructivos. Seguramente en los refuerzos exteriores, de difícil acceso en este punto, se encuentra parte de la explicación a este sorprendente arte de equilibrio.
Se menciona al último, entre los locales de interés, al camarín octogonal tras el testero, cubierto por cúpula gallonada. Perdió ya su función original y ahora se usa como bodega.
Si en el interior del templo hay múltiples espacios bien diferenciados entre sí, el aspecto exterior sólo refleja el volumen del templo parroquial, el de la capilla de Jesús Nazareno, más alto, y la fachada de la antigua casa de ejercicios que se prolonga hasta la esquina.
El volumen del templo parroquial no muestra bien lo que ocurre en su interior. De hecho, sólo la fachada lateral permite apreciar la estructura, con su portada sur, severísima, sus pilastras rítmicamente espaciadas en un primer nivel, sus arcos botareles, que ayudan a bajar los empujes laterales de las bóvedas de la nave principal, y su tranquila cúpula gallonada, forrada de ladrillo y provista de ocho lucarnas, cada una con su portadita, donde el vano de medio punto está flanqueado por columnas salomónicas, entablamento y tres pináculos sobre la cornisa. La linternilla cuadrangular, con p ilastrillas en las esquinas ochavadas, chapitel, veleta y cruz de hierro forjado, remata toda esta perspectiva.
El cubo y la torre del campanario actúan como elemento de transición entre la fachada lateral, clara y reveladora, y la fachada frontal, ambigua y polisémica. Las dos caras visibles del cubo tienen rodapié de cantera en grandes lajas, encima del cual da comienzo el forro de ladrillo, con tres franjas de azulejo espaciadas. El campanario, por su parte, se destaca con sus tres cuerpos, dos de planta cuadrada y el último, muy corto, octagonal, sólo para apoyar el cupulín y su pináculo de remate con cruz.
El resto de la fachada frontal es del siglo XVIII. Forma un paramento de dos niveles, con dos realces sobre el pretil: uno, de perfil mixtilíneo, asciende hasta el remate del cubo de la torre, minetras que el otro marca la portada principal. Esta úlima adopta la disposición de dos cuerpos de amplitud descendente. En el primero, las jambas y el arco de medio punto del vano de ingreso se labraron en cantera con extrema desnudez. Incluso muestra enjutas lisas, al mismo paño del arco. Un entablamento con friso de azulejo remata todo el primer cuerpo, con resaltos sobre cada una de las medias muestras de fustes tritóstilos -también de azulejos- y capiteles corintios de argamasa. Entre las pilstras hay nichos de argamasa, con esculturas de San Pedro y San Pablo. En el siguiente cuerpo, sobre las dos columnas extremas del primero se situaron plintos con figuras de ángeles con escudos, a manera de pináculos, mientras que sobre las dos interiores continúan su trayecto sendas pilastras con fustes de azulejo y capiteles jónicos. Otro par de ellas se repite hacia el centro, flanqueando la ventana del coro y el curioso tablero, donde la efigie del Patrocinio de San José y su marco acodado son de argamasa. No hay un entablamento que ligue entre sí a estas cuatro pilastras, sólo prolongaciones en cada una que ascienden hasta la cornisa de remate, sobre la cual todavía se elevan cuatro pináculos y la caja del reloj, coronada por otro remate inadecuado y reciente.
Como hay vanos de ventanas en dos niveles por ambos lados de esta portada, y algunos se ven cegados, el resultado final carece de la monumentalidad que correspondería a un templo de la magnitud y jerarquía de San José. Esto se ve acentuado por el volumen de la antigua casa de ejercicios, también de dos niveles y forrado de ladrillo, con marcos y cornisas de argamasa. La parroquia adquiere así un aire relativamente popular y doméstico, a escala del barrio que la rodea.
En cambio, la monumentalidad de la capilla del Nazareno hacia el exterior está controlado hasta en sus últimos detalles por una voluntad de diseño equivalente a la que se ve en el interior. Es la mano maestra, sin duda, de Diego de la Sierra, que muestra aquí su habilidad para dosificar volúmenes, escalas, texturas y diversas técnicas constructivas y decorativas para lograr uno de los ejemplos más acabados del barroco poblano en el tránsito de los siglos XVII al XVIII.
Su destreza se aprecia desde las dimensiones y el tratamiento que le da al banco de curiosos sillares estriados y almohadillados de cantera de donde surge el resto de la fábrica. Este elemento, que no solo proorciona indudable solidez estructural sino sensación visual de firmeza, va rematado p or una hilera de balaustres en relieve que ya anuncian el ímpetu decorativo que se verá mas arriba. En las esquinas, los plintos y las basas de las pilastras están labrados con similar vigor. Las pilastras mismas ya son más finas, estriadas, pero todavía de cantera, lo mismo que los marcos de las ventanas. De hecho, las pilastras ascienden de una vez los dos niveles de la estructura interior: el de los apoyos y el de los tímpanos. De la Sierra marca discretamente los capiteles del nivel inferior, pero prosigue inmediatamente el segundo tramo, sin ningún resalto o estribo que altere el perfil. Al llegar al segundo capitel hay un cambio de material, y la dureza de la piedra deja a la delicadeza y suavidad de las argamasas la tarea de dar forma a los delicados relieves que se encuentran en todos los pretiles del volumen cruciforme. Capiteles, entablamentos, plintos y arcos, todo está recubierto por el encaje de argamasa. De la clave de los tímpanos surge un escudo con la Cruz de Jerusalén flanqueado por ángeles, y encima, el Divino Rostro. Todo ello se emareja con las balaustradas que recorren los pretiles.
El tambor y la cúpula sobre el crucero siguen ascendiendo, pero alternan azulejos con argamasas. Los vanos del tambor están flanqueados por dos pilastras lisas y dos medias muestras. Además, hay otra media muestra en cada vértice del octágono. Luego, sobre la cornisa y el anillo octogonal de la cúpula se levantan ocho jarrones elaboradísimos de argamasa, a manera de pináculos. Finalmente, cada uno de los gallones muestra franjas en zig-zag y medallones con cruz griega y rayos concéntricos. Todos convergen sobre la linternilla octogonal, con pilastras en esquina, entablamento, flameros de cerámica y chapitel, hasta culminar en la cruz de hierro forjado, una de las más elaboradas de toda Puebla.
Pocas obras tienen tal consistencia y eficacia de diseño, interior y exteriormente, como esta hermosa capilla. Sus enseñanzas están ahí, sólo hace falta verlas con cuidado.
7 M. F. de Echeverría y Veytia, Historia de la Fundación..., p. 206.
8 M. Fernández, Artificios del Barroco..., p. 137
4.-OBRAS DE ARTE
Son muchos los bienes muebles y objetos artísticos que aún se conservan en la parrroquia de San José y sus anexos, sobre todo, si se compara su situación con lo ocurrido en muchos otros templos poblanos que sufrieron drásticas transformaciones durante el siglo XIX.
El retablo mayor es decimonónico, pintado de blanco con filetes dorados. Al parecer, es obra de José Manzo, quien en piezas como esta hace una interpretación muy personal, casi ecléctica, del neoclásico: como en la calle central, que se eleva por encima de las laterales gracias al arco con que adelgazó el banco del remate; o como los róleos aplastados que flanquean este último elemento. Más importante es, en todo caso, la antigua imagen de San José en el baldaquino coronado por fanal que ahí se encuentra.
Los dos retablos barrocos dorados en los brazos del transepto y los otros ocho en las naves laterales sobrevivieron a los estragos de la modernidad del siglo XIX. El más antiguo de todos se encuentra en el tercer tramo, del lado del Evangelio. Sus columnas salomónicas exentas lo sitúan todavía dentro del siglo XVII, probablemente en época posterior a la substitución del artesonado por bóvedas. Seguramente proviene de otra ubicación, ya que cubre el antiguo ingreso lateral al templo, actualmente tapiado. Es de dos cuerpos con tres calles, y muestra en el lugar de honor una imagen reciente, de pasta, de la Inmaculada, así como dos pinturas y dos esculturas de arcángeles todavía antiguas.
Los retablos en el transepto son más altos, de tres cuerpos y tres calles. Se labraron y doraron en el último tercio del siglo XVIII, cuando ya el barroco estípite entraba en una etapa tardía, de gran exhuberancia y libertad formal, abandonando incluso la simetría rigurosa en los detalles. El mejor conservado de los dos es el que se encuentra del lado del Evangelio, con imágenes estofadas alusivas a los padres de la Virgen, San José y Santa Ana, en la calle central del primer cuerpo. Arriba se encuentra un óleo con el mismo tema, atribuído por Toussaint a Diego de Borgraf, un pintor flamenco que estuvo activo en Puebla durante la segunda mitad del siglo XVII.9 A los lados hay seis pinturas más, con escenas de Virgen y sus padres, dos de ellas en los tercios del tímpano superior, flanqueando a la ventana que ahí se encuentra. En el otro retablo, del lado de la Epístola, subsisten siete óleos antiguos con el tema de la Sagrada Familia; el central del segundo cuerpo, con la representación de la Huída a Egipto, también se atribuye a Borgraf. En cambio, la imagen en la vitrina central es de factura más reciente.
Los otros seis retablos en las naves laterales son de la misma época y estilo, sólo que más cortos, de dos cuerpos con tres calles, donde el cuerpo superior sigue el perfil del tímpano bajo la bóveda correspondiente. Del lado del Evangelio están: el dedicado a San José, con pinturas de Miguel Jerónimo Zendejas alusivas al patriarca; el de Santa Teresa de Avila, muy incompleto; y el de los Santos Crispín y Crispiniano, donde cuatro óleos con escenas de su martirio rodean al grupo central, cuyas imágenes parecen más recientes. En cambio, los del lado de la Epístola parecen mejor conservados, especialmente los dedicados a la Virgen de Guadalupe y San Juan Nepomuceno. El otro, dedicado a la Virgen de la Soledad, muestra una Crucifixión y dos figuras estofadas de la Virgen María y el apóstol Juan.
Además de las pinturas en los retablos, hay grandes lienzos en los testeros de los bra zos del transepto. Los del lado de la Epístola son cinco, cuatro de ellos agrupados en torno a una ventana rectangular y otro más, bajo la cornisa de esta última. En los dos superiores aprarecen prelados y personajes postrados ante San José y La Virgen, vestidos a la usanza borbónica, mientras que los dos de abajo son más interesantes por los ambientes y paisajes de fondo. Por cierto que las yeserías que enmarcan el óculo superior, así como los dos arcángeles en relieve que lo flanquean, son de muy buena calidad.
En el otro extremo, sobre el ingreso a la capilla del Nazareno, hay otras cuatro escenas de la vida de Jesús que cubren el resto de ese paramento, incluyendo el tímpano.
El nártex y el bautisterio tienen sus propias riquezas: comenzando por el cancel, cuya parte inferior lleva tableros labrados de buena factura. Ahí mismo se encuentran una Aparición de Cristo a la Virgen, firmada en 1806 por Miguel Jerónimo de Zendejas, un antiguo San Cristóbal, y dos escenas de la Pasión de Cristo de Pascual Pérez, El Mixteco. Por otra parte, en el interior del bautisterio hay otras telas del mismo autor. En una de ellas se representa un bautismo con personajes vestidos a la usanza del siglo XVII, mientras que otra es notable por los paisajes de fondo. La propia píla bautismal en ese recinto es interesante, porque consta de la pila propiamente dicha, su cubierta, una pileta superior y un crucifijo.
La capilla del Nazareno también sufrió cambios en la decoración durante el siglo XIX. Los tres retablos en ese sitio son de diseño similar: un cuerpo, tres calles y remate semicircular. La antigua figura del Nazareno ocupa la vitrina del retablo mayor, mientras que en el remate se encuentra un buen óleo de la Crucifixión de Francisco Morales Van den Eyden, fechado en 1843. Del mismo autor son las demás pinturas alusivas a la Vida y Pasión de Cristo que se encuentran en los muros y los otros retablos de esta capilla, así como las telas con efigies de Profetas bíblicos situadas en las pechinas.
En cambio, en el coro alto se aprecian seis pinturas de Miguel Jerónimo de Zendejas, alusivas a la institución del sacramento de la Eucaristía en la Ultima Cena.
En las otras capillas quedan pocas obras dignas de mención, sin embargo, sobre el ingreso a la capilla del Divino Preso hay un tímpano con una escena bíblica llena de personajes. En el muro contiguo hay un curioso retablo mural, pintado en el siglo pasado, que enmarca el altar y el nicho con la figura de San Martín de Porres. En el interior de la capilla, hay cuatro telas con escenas de la Pasión toscamente repintadas.
La antigua capilla del Sagrario, ahora del Sagrado Corazón de María, muestra todavía un retablo al que sólo le quedan las pilastras estípites. La serie de escenas de la vida de la Virgen son, según Toussaint, de Diego Berrueco, por lo que su factura se remonta a la primera mitad del siglo XVII.10 El mismo autor elogia una obra de Marimón que se encuentra en la sacristía que tiene esta capilla: representa a Cristo con la Cruz a cuestas...seguido por tres sacerdotes, cada uno con su cruz; a la izquierda muchos que han arrojado sus cruces. Es cuadro fuerte que impresiona, a pesar del aspecto de maderería que presenta..11
El retablito de la capilla de Santa Ana es del siglo XIX. En la vitrina central están las figuras de bulto, muy dispares, por cierto, de Santa Ana con la Virgen niña. Las pinturas en las calles laterales de este retablo y en los muros de la capilla son muc ho mejores.
La sacristía no se queda atrás, ya que en sus muros cuelgan cuatro grandes lienzos con representaciones de la tierna infancia de Jesús, de autor anónimo pero que, según Toussaint, podrían ser del siglo XVII.12 Las demás pinturas con escenas de la vida de San José en las atrevidas bóvedas y la cúpula de este espacio, así como los querubines en las pechinas, son mucho más recientes.
9 M. Toussaint, Pintura Colonial en México, p. 121
10 Ibid. p, 180
11 Idib, p. 186
12 Ibid. p. 186
Inmueble de pertenencia
Nombre del Inmueble
San José