Nombre del Inmueble
Santa Ana
Clave del estudio monográfico
MX-SC-DGSMPC-EM-001171
Estado, Municipio, Localidad
Estudio Monográfico
Clave del estudio monográfico
MX-SC-DGSMPC-EM-001171
Contenidos
1.-ANTECEDENTES
Varios de los pueblos que hoy se encuentran en las inmediaciones del área metropolitana de la ciudad de Guadalajara pertenecieron, durante largas temporadas de la época prehispánica, a distintos cacicazgos y señoríos. Tepetitlán formó parte, desde tiempos anteriores al siglo XVI, del reino de Tonalá que unos años antes de la conquista española había alcanzado un relevante desarrollo.
El control que ejercía Tonalá sobre los poblados que se encuentran en la zona próxima a Tlajomulco, a Santa Anita y a Tepetitlán, se consolidó de una manera definitiva a raíz de la guerra de salitre, enfrentamietno con el que se ganó a los tarascos la posesión tanto de abundantes territorios como de salinas que resultaban fundamentales para la conservación de los alimentos. Esos hechos ocurrieron hacia 1510 (1) año que señala el principio de un corto período a lo largo del cual se despobló la mayor parte del campo y el área urbana que pertenecía a Tepetitlán. Los habitantes fueron nuevamente congregados, como también ocurrió en otros asentamientos importantes de la región, pues formaban ya una comunidad más o menos organizada cuando hicieron su aparición los primeros conquistadores españoles.
Poco tiempo después de que las primitivas avanzadas españolas comenzaron a influir en las localidades que iban sojuzgando, llegaron a las proximidades de lo que hoy es Guadalajara algunos frailes franciscanos que se encargaron de realizar las labores de evangelización al mismo tiempo que procedían a sentar las bases sobre las cuales se trazarían varias de las nuevas poblaciones. No son pocos los casos en los que religiosos de la orden de San Francisco determinaron las formas y orientaciones de los nuevos conjuntos urbanos, circunstancia que fue pronto aprovechada por ellos mismos para localizar los solares en los que se construirían los recintos religiosos.
Tepetitlán fue un asentamiento que tocó visitar a fray Antonio de Segovia en época relativamente cercana a 1530. Igual que hizo en otros sitios vecinos del pueblo, ese misionero quizá no sólo dio principio a la evangelización de los naturales sino que formuló una serie de ordenamientos a partir de lo cuales ha sido posible el ulterior desarrollo de la comunidad: se cree que fue él, o alguno de los frailes de su grupo, quien colaboró a definir la traza del pueblo y, en consecuencia, a situar el primitivo edificio que se destinaría al culto y que, ya desde entonces, llevaba la advocación de Santa Ana.
El templo de Tepetitlán fue administrado desde Tonalá durante casi todo el siglo XVII; en esa época, según el historiador Matías de la Mota Padilla, el vecindario apenas formaba un pequeño pueblo. No se dispone de datos suficientes para establecer las condiciones por las que atravesó el poblado ni las circunstancias que condujeron a la erección del hospital del sitio, conjunto del que sólo se conserva la capilla.
El pueblo perteneció al corregimiento de Tala hacia mediados del siglo XVIII, período durante el cual se acentuaron las influencias que ya ejercía la cercana ciudad de Guadalajara. Tepetitlán forma, hoy en día, parte del municipio de Zapopan.
2.-EMPLAZAMIENTO
Se llega a Santa Ana Tepetitlán por el anillo periférico al sur de Guadalajara o por la carretera que conduce hacia la costa.
El centro del pueblo ya no lo es sino de nombre y porque en su área se localizan los dos edificios religiosos del sitio, pues los crecimientos de la localidad se han presentado hacia las zonas por las que se accede de Guadalajara.
Los actuales habitantes del lugar tienen una importante cantidad de vínculos con los centros de trabajo de la capital del Estado, de manera que es comprensible que el pueblo se haya organizado de un modo que facilite y acorte los desplazamientos de transeúntes y de transportes. El conjunto, que permanece pues como pueblo, también ofrece un aspecto negativo: la delegación municipal no cuenta con los recursos suficientes para proporcionar algunos servicios tan necesarios como la pavimentación o como el adecuado mantenimiento de las varias áreas comunes.
El centro de la localidad alguna vez fue pensado como un espacio en el que se encontraran las diversas manifestaciones sociales . Al paso del tiempo esa zona central se desdibujó a tal punto que sólo algunas de las circulaciones tienen lugar a través de la plaza, obra esta última que parece haber sido dividida en dos secciones para disponer con mayor libertad de un predio en el que se construyó una escuela.
El espacio abierto que cumple las funciones de plaza tiene, en términos generales, la misma apariencia que comparten un elevado número de comunidades jaliscienses de mediano y pequeño tamaños en las que se construyeron capillas de hospital en frente de las iglesias principales: en Tepetitlán ese esquema fue extremado en virtud de que la plaza es una prolongación natural del atrio y no hay calle entre ambos espacios. Si bien esta disposición urbana no es producto de obras de remozamiento recientes, es evidente que ha sido revalorada pues tanto la barda atrial como el diseño de las jardineras, de los andadores y del quiosco de la plaza sí acusan haber sido motivos de una intervención en el pasado inmediato. Los autores de ese arreglo prescindieron del buen efecto urbano que pudo lograrse con sólo unir, a través de un eje de composición, las portadas de las dos iglesias.
La manzana en que se ubica la parroquia es una solución típica de lotificación en el lugar pues aloja a una multiplicidad de construcciones entre las que las viviendas son las más abundantes; las divisiones y colindancias entre unas y otras son producto de toda clase de obras sucesivas de edificación y, en algunos casos, hasta de superposiciones. La propiedad federal, en esa virtud, sólo tiene linderos precisos hacia la plaza y, parcialmente, hacia la calle lateral norte pues, al parecer, incluso el conjunto de la casa cural ha ido dispuesto sobre terrenos que alguna vez comenzaron a fragmentarse.
La circulación por el área antigua del pueblo, un tanto fuera de los nuevos conglomerados de habitación y de comercio, tiene el atractivo de ofrecer diversos remates visuales dentro de las mismas perspectivas, pues aunque casi todas las construcciones reflejan la modestia de la comunidad, es notable la cierta calidad unitaria que se observa cuando los paramentos y las alturas conservan trazos y dimensiones semejantes. Así, logran destacar los elementos superiores de las dos edificaciones religiosas para contribuir no sólo a formar puntos de referencia necesarios sino para coadyuvar a jerarquizar las varias zonas en que naturalmente se ha dividido el contexto d el poblado.
3.-HISTORIA
Noticias proporcionadas por varios investigadores han permitido suponer que en Tepetitlán -igual que en otros distintos sitios- los primeros edificios fueron desplantados de manera provisional, utilizando materiales perecederos, o bien constituyeron sólo pequeños espacios, a modo prácticamente de capillas abiertas, a partir de los cuales más tarde fue posible completar recintos bastante más grandes y ya definitivos.
La etapa temprana, pues, de la parroquia de Santa Ana es un tanto indefinible en la medida en que el conjunto que ha llegado a nuestros días probablemente proceda de una larga temporada constructiva que se inició hacia finales del siglo XVII. Hasta entonces puede afirmarse que la mayor parte de los establecimientos religiosos habían sido proyectados en base a esquemas de plantas rectangulares. Aunque desde los últimos años del siglo XVI se habían comenzado a construir algunos templos de planta basilical en las zonas cercanas a Guadalajara, no fue sino hasta por lo menos medio siglo después que se generalizó, si así puede decirse, un cierto gusto por recrear, popularmente, varios de los rasgos arquitectónicos y espaciales que dieron y han dado, un carácter muy peculiar a la catedral tapatía.
La planta de la parroquia de Santa Ana se ajusta, en dimensiones y gracias a otras características, al modelo utilizado en otros edificios por la misma época. Durante el siglo XVIII debió tener, también como quizá ocurrió en obras similares, un juego de cubiertas a base de viguería o de artesonados de madera. Las arquerías que limitan a las naves sí se han conservado pues fue habitual que se construyeran empleando cantera a la que se labraba para lograr columnas o pilares. El sistema constructivo al que se recurrió en la fábrica del ahora templo parroquial no era, por la longitud de los claros, muy diferente a los que solían encontrarse en las casas habitación. La definición del espacio interior terminó por sugerir composiciones ornamentales en las que los remates visuales y los ritmos señalados por la estructura jugaron un papel particularmente importante.
La cubierta de madera y terrado cedió su lugar, en la parroquia de Santa Ana, a una interesante techumbre resuelta con bóvedas de arista que ahora dan al recinto una calidad poco frecuente en edificios de su tipo pues gracias a las distintas perspectivas interiores quedan ocultas algunas zonas de los techos bajos y se tiene la sensación de que la altura del edificio es mayor de lo que parece a simple vista. Los motivos decorativos, incluido por supuesto el prebisterio, fueron modificados o cambiados durante la segunda mitad del siglo XIX cuando se atendió a las insinuaciones formales de la escuela neoclásica.
Las obras de carácter popular a menudo atraviesan por períodos constructivos que dificultan establecer con alguna precisión los momentos en que las edificaciones son concluídas. En la parroquia de Santa Anta se siguieron haciendo trabajos después de que el 18 de noviembre de 1971 (2) se erigió la parroquia: el 3 de enero de 1973 se puso en funcionamiento el reloj mientras se avanzaba en la adaptación de la casa cural.
4.-DESCRIPCION ARQUITECTONICA
La parroquia de Santa Ana comparte con la antigua capilla del hospital los puntos más interesantes de la precaria plaza del pueblo. Tiene el templo principal la virtud de ubicarse en el extremo oriente de un atrio que más bien parece una ampliación del espacio libre exterior, lo que sin duda contribuye a darle a su aspecto general el valor formal de elemento rector en el centro de la localidad.
El atrio, en efecto, adquiere una cierta relevancia gracias a la ausencia de una calle que lo separa de la plaza. Está limitado por un murete que sirve de apoyo a una reja y por las construcciones de los predios con los que colinda; por el frente del edificio se abre una puerta de dos hojas formada por la continuación de la reja esta apertura es una concesión a las tradiciones pues no se dispuso sobre el mismo eje de acceso al templo sino cargada un tanto hacia el sur sin corresponder, al parecer, con ningún elemento arquitectónico o urbanístico. El espacio atrial propiamente dicho es una plataforma de cemento en la que no se establecieron diferencias entre áreas de distintos usos. El tratamiento, en suma, que se dio al atrio parece corresponder a la intención de no crear problemas de mantenimiento o renglones de egresos que seguramente la parroquia no siente que pueda afrontar.
Los exteriores de la parroquia se ostentan sólo de modo parcial pues las fachadas laterales y posterior se encuentran ocultas por las edificaciones vecinas o por adosamientos que ha propiciado la misma vida del conjunto religioso: al oriente se hallan varias de las dependencias de la casa cural y una sección de las viviendas colindantes; al norte, desde el patio central de la habitación del párroco, es visible una pequeña parte de la fachada lateral; y al sur se encuentra una crujía anexa, del mismo ancho de la sacristía, en la que se han erigido un salón de actos, varios otros recintos destinados al uso de los participantes en la adoración nocturna y algunos locales, más chicos, para la satisfacción de otras necesidades.
La fachada principal es también uno de los paramentos fundamentales del atrio y de la plaza: comparte el mismo paño de un largo muro que limita a la casa cural, por el norte, y a los anexos y una de las casas vecinas, por el sur. Esta fachada consta, pues, de varios elementos de distinta altura: el muro que contiene a las naves es el más importante pues además de su mayor dimensión son ostensibles en él los rasgos que denotan una cierta jerarquía a pesar de la modestia de su composición. El arco de acceso al templo, que se abre en un primer cuerpo, es el componente mejor resuelto tanto por su trazo, por la sencillez de los elementos que lo enmarcan -pilastras y entablamento de inspiración neoclásica- y por la buena calidad de su trabajo de cantería que incluye una buena pieza que cumple las funciones de clave. Sobre el entablamento se dispuso una ventana rectangular que no tiene sino un objeto formal, toda vez que el edificio no cuenta con coro. Esa ventana se encuentra en una sección del paramento que presenta el único remate de la composición: una sucesión de pequeñas molduras superpuestas sobre la que se alza el volumen que aloja al reloj. Ese elemento es, en esquema, un arco de mampostería en cuyo centro se ubicó a la figura circular del reloj; se encuentra entre otros dos arcos semejantes a los que se atribuyó la función de campanarios. Esta clase de remates aparecen, con alguna frecuencia, en varios templos de la región y como a menudo se les ha construido aislados no podría afirmarse que se trate de espadañas. La fachada de la parroquia de Santa Ana es un ejemplo peculiar en la medida en que incluye interpretaciones de formas de diversa procedencia pero sin perder las características que la identifican con otros edificios similares en esa zona del Estado.
Hay una sola puerta de acceso que comunica al interior; éste se organiza con tres naves de igual altura pero de distintos claros. El área sumada de las tres naves es más bien reducida, de manera que tanto los ejes visuales como el amueblamiento se sacrifican un tanto a cambio de tener un espacio tan interesante y tan bien relacionado con los de otros templos en los que se decidió utilizar el mismo sistema. Los apoyos que sostienen a las arquerías en los dos sentidos crearon no sólo una modulación estructural sino diríase que hasta espacial y decorativa: en efecto la prolongación de los ejes de trazo de los pilares que soportan el primer tramo y de las columnas que hacen lo propio en el resto del interior, tienen una cierta correspondencia con las pilastras que forman parte de los muros laterales y, claro, con los paños que éstas mismas definen. En el muro sur, además, la separación del paramento en ritmos sugeridos por las danzas de arcos se subraya con la presencia de ventanas que proprocionan varias zonas de claroscuro interior aprovechando la luz natural. El diseño de la iluminación artificial también se basó, aunque quiza inconscientemente en las posibilidades expresivas que sugerían las concavidades de las bóvedas.
Los lineamientos de ornamentación originales tal vez fueron totalmente distintos de los que hoy ostenta el edificio: el elemento central es el conjunto de formas neoclásicas que se instaló en el presbiterio; consta de un altar respaldado por un remate a modo de retablo de un único cuerpo integrado por dos pilastras y dos columnas que llevan capiteles corintios, un entablamento, un frontón triangular y dos jarrones cuya misión es destacar el sitio en el que se realizan los ritos litúrgicos.
Los otros objetos en los que se basó la composición de los interiores son imágenes y pinturas de escasa calidad; destaca, sin embargo, un Cristo que se encuentra sobre la cajonera principal de la sacristía.
Los anexos del edificio cumplen satisfactoriamente las funciones para las que fueron realizados aunque el volumen, los espacios y la apariencia de la casa cural tienen el interés adicional de haberse integrado, con muy buena fortuna, a las maneras tradicionales de la localidad. El volumen que congrega a los varios locales que se utilizan como aulas y como sedes de las asociaciones de adoración nocturna es sólo el resultado de la satisfacción de una necesidad: se accede a él por medio de la sacristía y se desarrolla paralelo al eje longitudinal de la nave lateral sur sin incluir elementos ni soluciones que aprovechen la calidad del resto de los interiores o las posiblidades de abrise, mediante ventanas, a las áreas exteriores.
Todas las partes de que consta este edificio reflejan el interés arquitectónico que prevaleció en las épocas en que fueron incorporadas al conjunto. La totalidad de esos elementos proceden tanto de inquietudes como de labores locales que tal vez no sugieran profundos conocimientos relativos a los tratamientos de los espacios. Son muestras, todos ellos, de que la voluntad y la capacidad de trabajo pueden, muy bien, orientarse hacia la consecución de mejores espacios y mej ores objetos para la comunidad.
5.-NOTAS Y BIBLIOGRAFIA
(1) OROZCO, Luis Enrique. Iconografía Mariana de la Arquidiócesis de Guadalajara, Tomo I, p.170, Jalisco, 1954.
(2) Directorio de los Templos del Arzobispado de Guadalajara. Ediciones del Arzobispado de Guadalajara, p.45. Jalisco, 1983.
ZALDIVAR Sergio. Arquitectura, Barroco Popular (1). Jalisco en el Arte. Jalisco, 1960.
Arquitectura religiosa del siglo XVIII en el Valle de Atemajac, en la obra Jalisco antes de la Independencia. Departamento de Bellas Artes del Gobierno del Estado de Jalisco. Jalisco, 1976.
DAVILA Garibi, José Ignacio. Apuntes para la Historia de la Iglesia en Guadalajara, Tomo tercero, 1, Editorial Cultura, T.G., S.A., México, 1963.
Enciclopedia de México, tomo 7, segunda edición, México, 1977.
Historia de Jalisco, tomo II, edición del Gobierno del Estado de Jalisco. Jalisco, 1981.
Inmueble de pertenencia
Nombre del Inmueble
Santa Ana