Nombre del Inmueble
Santa Ana y San Francisco Javier de Chinarras
Clave del estudio monográfico
MX-SC-DGSMPC-EM-000417
Estado, Municipio, Localidad
Estudio Monográfico
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Contenidos
1.-ANTECEDENTES
La porciones norte y noreste del actual estado de Chihuahua se extienden en una árida llanura hasta las antiguas provincias mexicanas de Texas y Nuevo México con un paisaje casi uniforme, interrumpido por algunas sierras de poca elevación que rompen su monotonía. Como balcón hacia esa llanura está la población de Aldama, la antigua San Gerónimo, asiento ocasional de una buena parte de las noventa y cuatro tribus indígenas que en épocas prehispánicas habitaron en el territorio chihuahuense. Con la notable excepción de algunos grupos de origen náhuatl que en su peregrinar hacia el sur dejaron interesantísimos vestigios de su cultura en Paquimé (hoy Casas Grandes, al noroeste del estado), los primeros habitantes de la región nunca superaron el estado seminómada o francamente nómada. Varios grupos fueron denominados genéricamente conchos por vivir en la extensa cuenca del río del mismo nombre, grupos que disputaban sus terrenos y aguajes con otras tribus como los tarahumaras habitantes del oeste, los tobosos, julimes, chisos, salineros, mamites y otros desde la parte oriental, los sumas, norteños, mansos, cholomes, cíbolos, apaches, entre numerosos grupos asentados más al norte y los janos, jocomes, diferentes tribus de apaches y sumas y aún tribus de territorios muy alejados como ópatas, sinaloas, pimas y sonoras del noroeste. En este rudo y casi siempre violento ambiente vivió un pequeño grupo tribal, muy emparentado con los grupos de tribus conchos: los chinarras.
Los chinarras tuvieron su asiento más estable en las riberas del río Chuvíscar, afluente del Conchos, sin dejar en el lugar construcciones estables o vestigios arqueológicos importantes.
Sus correrías, sin embargo, se extendieron hasta lugares tan remotos como Paso del Río del Norte (hoy Ciudad Juárez) y Janos, en donde, aún en la época colonial, se encuentran registros de algunos chinarras establecidos en aquellos presidios militares.
La penetración española durante el siglo XVI pasó por alto el área chinarra y aún todo el corredor central del ya entonces reino de la Nueva Vizcaya. Los fabulosos viajes de Cabeza de Vaca, Vázquez Coronado y Vázquez del Mercado, así como las exploraciones del primer gobernador del nuevo reino, el Capitán Don Francisco de Ibarra y del adelantado del virrey Velasco (el segundo), Don Juan de Oñate que incorporó el territorio de Nuevo México. Pasaron todos sin afianzar ningún tipo de asentamiento en la zona. La fundación de los primeros poblados novohispánicos necesitó de fuertes alicientes que impulsaran a los colonizadores a adentrarse en aquellas soledades siempre peligrosas. Este aliciente sería en primer lugar el descubrimiento de la gran riqueza minera que escondían las montañas chihuahuenses. A partir del descubrimiento en 1567 de las minas de Santa Bárbara, en el sur del estado, la búsqueda de nuevas vetas y su descubrimiento llevó una corriente colonizadora cada vez mas fuerte hacia el norte. Pero la zona chinarra fue colonizada un poco al margen del auge minero. A finales del siglo XVI y principios del XVII había ya mineros explorando la región y denunciando algunos pequeños yacimientos que en ningún caso resultaron productivos. Todavía pasarían varios decenios (hasta 1704) para que se encontraran en la región las enormes vetas de plata de Santa Eulalia. Mientras tanto, a poca distancia del principal asiento de los chinarras, se fundaron varias haciendas, ganaderas unas pocas y de beneficio de mineral o de sacar plata la mayoría, co mo la de Tabalaopa cuyo casco se conserva entre Aldama y la ciudad de Chihuahua y que data de 1671. Pocos años antes se había formado en la región el poblado de Nombre de Dios, primer asentamiento en lo que hoy es la ciudad de Chihuahua, por algunos grupos de conchos y que pronto recibió reconocimiento del gobernador de Nueva Vizcaya, nombrándole protector de los naturales al capitán Juan Portillo. Al mismo tiempo, 1678, se efectuó lo que se considera la fundación de la ahora llamada Aldama y acerca de la cual existen algunas discrepancias. En el folleto de Monografías Municipales de la Dirección de Desarrollo Económico del Gobierno del Estado de Chihuahua (1982) se asienta escuetamente: Aldama: fundada por el Cap. Pedro CAno de los Ríos el 7 de agosto de 1621 (sic). Almada en su diccionario destaca la denuncia de una propiedad en el lugar por el Capitán Pedro Cano de los Ríos, el 7 de agosto de 1671, con el nombre de San Gerónimo y la fundación del pueblo antes de 1707 (1). Hadley asienta la denuncia y merced de tierras a Diego Cano de los Ríos el 20 de junio de 1678 y la posterior venta de esas tierras por su hijo Blas (Phillip L. Hadley (2) citando a Lorenzo Arellano Schetelig).
Los franciscanos tenían a su cargo la evangelización de la zona comprendida al este de la línea que partía de Zacatecas a Paso del Norte y los encargados de la misión de Nombre de Dios, Fr. Alfonso Briones y Fr. Jerónimo Martínez fundaron varios pueblos de visita entre ellos San Jerónimo (3).
2.-EMPLAZAMIENTO
La antigua misión jesuita de Santa Ana y San Francisco Javier de Chinarras es conocida actualmente en el lugar unicamente como Santa Ana, una capilla situada a unos dos kilómetros del poblado de Aldama, a pocos metros de la carretera que viene de Chihuahua.
Se ha descrito líneas arriba a Aldama como el balcón de la capital del estado que se abre hacia las dilatadas planicies del norte y en siglos pasados fue también baluarte contra las incursiones de los aún indómitos apaches. De hecho, las primeras construcciones con que contó Aldama, fueron del fuerte militar o prsidio de San Carlos, cuyas ruinas se aprecian a poca distancia de Santa Ana.
El río Chuvíscar, de pequeño caudal, pasa a corta distancia de la capilla y dió lugar al asentamiento (nunca llegó a considerarse un poblado) de chinarras al que sirvió la misión. La tupida arboleda que crece a orillas del río, sirve de fondo al templo y de atractivo visual y ambiental en el seco y extremoso clima del lugar. Los grandes árboles, sin embargo, se encuentran alejados unos cien metros del templo que se encuentra prácticamente aislado en un terreno llano salpicado de vegetación desértica, únicamente con algunos árboles muy jóvenes, principalmente ciprses en el cercado que enmarca exclusivamente la parte construída del templo y unos siete metros al frente que de ninguna manera conforman un atrio o algún otro espacio arquitectónico.
Podemos considerar al templo de Santa Ana de Chinarras como de emplazamiento rural sin relación alguna con ningún trazo urbano. A poca distancia y en dirección al río existen varias construcciones de tipo rural para atención a los sembrados que rodean el lugar y habitaciones de los campesinos pero no se advierte ningún tipo de liga urbana entre ellas (son muy escasas) o con el templo.
3.-ASPECTO HISTORICO
Habiendo quedado muy claramente establecidos los territorios por evangelizar a cargo de jesuitas y franciscanos en la Nueva Vizcaya, tenemos como una notable excepción, tal vez la única, la misión de Santa Ana y San Francisco Javier de Chinarras, fundada y atendida por la Compañía de Jesús en pleno centro de la provincia y por tanto en territorio exclusivo de la Orden de Frailes Menores de N. P. San Francisco.
La explicación de esta invasión de los territorios establecidos tiene antecedentes en rápida expansión de la ciudad de Chihuahua (fundada primero como Real de San Francisco de Cuellar y elevada poco después a Villa de San Felipe el Real de Chihuahua) debido, mas que otra cosa, a la riquísima zona minera de Santa Eulalia, ya para entonces en plena explotación. Este crecimiento de la población y la riqueza de la zona provocaron que sus gobernante se apresuraran a igualar y aún a superar a regiones más antiguas como por ejemplo Parral. Fue en Parral precisamente en donde alrededor de 1685, el gran fundador y evangelizador jesuita, poblano de nacimiento, el P. Tomás Guadalajara, estableció el primer colegio en el norte, institución que adquirió un gran prestigio en toda la Nueva Vizcaya. Para 1717 el gobernador Manuel San Juan y Santa Cruz decidió que la ciudad de Chihuahua necesitaba un colegio de jesuitas y por ser el virrey el único que podía dar esa autorización, el propio gobernador la consiguió estableciéndose ese mismo año el Colegio de Nuestra Señora de Loreto de San Felipe el Real de Chihuahua. Es de suponerse que esta fundación requirió de varios convenios particulares tanto con los jesuitas como con los franciscanos para subsanar el problema de las jurisdicciones y de esta forma los franciscanos recibieron autorización para edificar su convento en Chihuahua, además de un solar para el mismo y ayuda económica.
En cuanto a los jesuitas, sus razones extrapostólicas para instalarse en territorio ajeno, fueron bastante poderosas. Por principio de cuentas su colegio quedó situado en la mejor zona de la ciudad, en donde actualmente se encuentra el Palacio de Gobierno del Estado. Para el sostenimiento de su fundaciones en la zona recibieron la hacienda de Dolores, según indica el investigador Paul M. Roca (4) y adicionalmente a la anterior, la hacienda de Santo Domingo de Tabalaopa, según William B. Griffen (5). Cercano a las haciendas, estaba el asiento de los chinarras, mencionado anteriormente y en el cual, en el mismo año de 1717, establecieron los jesuitas una misión dedicada a Santa Ana y San Francisco Javier, a un cuarto de legua de la misión y templo de los franciscanos en San Gerónimo (en el centro de la actual Aldama), contando, sin duda alguna, con la autorización de su protector el gobernador San Juan.
Posiblemente los jesuitas realizaron algunas exploraciones en la zona y lograron reducir (atraer y asentar en un determinado lugar) a varios grupos de chinarras y conchos para formar su futura misión, pues W. Griffen indica que en 1716, varios grupos de chinarras y conchos, comandados por los caciques Don Santiago y Don Esteban juntaron poco más de un centenar de indígenas de algunas rancherías cercanas y algunos otros que realizaban correrías en el llano deshabitado hasta la zona de El Paso y fundaron Santa Ana y San Francisco Javier (6).
De un modo o de otro para 1720 el jesuita Antonio Arias, fundador del colegio de Chihuahua, se hizo cargo de la misión y edificó una casa para el misionero y un pequeño cuarto que servía de iglesia. La labor del P. Arias debió ser bastante positiva, pues, aún cuando las construcciones de la misión revelan poco avance para esas fechas, el reporte de fieles atendidos había ascendido a 234 gentiles y apóstatas.
No existen reportes directos del avance de la construcción del templo, pero algunos indicios se pueden tomar de las pocas relaciones que nos han quedado de los jesuitas. El P. Arias permaneció en la zona, atendiendo alternativamente el colegio de Chihuahua y la misión de Santa Ana (distan entre si 25 Kms.) hasta 1723 en que tomó el cargo el P. Lorenzo Mendívil y para 1725 el visitador P. Juan Guenduláin anota que la iglesia no tenía sacerdote de planta (7). Ambas anotaciones hacen referencia a la iglesia, por lo que podemos suponer que ésta estaba terminada.
Los jesuitas continuaron atendiendo sus fundaciones en la zona con grandes altibajos por falta de personal, ya que indudablemente les afectaron grandemente tanto el hecho de estar lejos de sus misiones más numerosas (Alta y Baja Tarahumaras) como las presiones políticas que sufrieron, no solamente fuera del territorio que les había sido asignado, sino aún dentro del mismo. El resultado fue que los encargados del colegio tuvieron que seguir atendiendo la misión de Santa Ana, pero con la irregularidad que podemos suponer. Pasaron por la misión de 1725 a 1762 los padres Nicolás Sachi, Dionisio Murillo, Antonio Texeiro y Rafael Palacios. A la labor de ellos se debe la terminación del templo, ya que en 1765 realizó su importante recorrido por todos los territorios a su cargo el famoso obispo Don Pedro Tamarón y Romeral. En su descripción detallada (que llena todo un libro) el obispo describe también la misión de Santa Ana y San Francisco Javier de Chinarras como costosa, de techo abovedado, con buena casa para el misionero. Es pues probable que continúe en pie la misma construcción, debidamente restaurada que vió el obispo Tamarón. Después de la expulsión de los jesuitas en 1767, el templo, ahora a cargo del clero diocesano, ha permanecido como visita, ya que nunca más volvió a formarse alguna comunidad en el lugar.
5.-DESCRIPCION ARQUITECTONICA
La descripción arquitectónica de la antigua misión de Santa Ana y San Francisco Javier de Chinarras, antes de empezar por el edificio mismo, es necesario hacerla por la relación de éste con el paisaje que lo rodea.
La arquitectura misional jesuita que encontramos en todo el noroeste de México puede enmarcarse dentro de características en las que domina la solidez un tanto rígida, matizada solamente con alguna decoración de fachada, elemento que constituye el único intento de composición plástica deliberada, quedando el resto de los edificios con los elementos estructurales presentados escuetamente al exterior, en la mayoría de los casos.
En el templo que nos ocupa notamos un cambio drástico en la concepción del proyecto. Este no está determinado en principio por los elementos estructurales tomados únicamente en función de un utilitarismo inmediato, sino que se seleccionaron para formar entre ellos una unidad armónica en si misma y a la vez contrastante con el paisaje que la rodea, árido, seco, sensiblemente plano, rematado a poca distancia por una pequeña arboleda y a lo lejos por una serranía de poca elevación. Rigidez y aridez a las que el templo contrapone un armonioso conjunto de redondeces, cúpulas y bóvedas unidas entre si, sin elementos intermedios que rompan su airoso juego, en el que los muros de apoyo se desdoblan para eliminar la pesantez de contrafuertes y cuya altura no alcanza a destruir con elementos planos el dominio de la curva.
La posición de los jesuitas en la zona, lejos de la abrupta Tarahumara, dedicados a labores académicas en el colegio de Chihuahua y con menos estrecheces económicas, dió por resultado una arquitectura plena de forma e intención, libremente racionalizada, situada en un paisaje determinado sobre el que manifiesta un pleno dominio.
La fachada contiene una composición de espadaña en la que es evidente la intención de mantener el dominio general de la curva en todo el conjunto, obteniendo así la capilla otra de sus características sui generis: la supresión de las tradicionales torres. En un solo plano, la fachada muestra tres partes divididas en sentido vertical con una absoluta simetría. Esta división logra además equilibrar la proporción francamente horizontal de la fachada por medio de la ornamentación de cantera sobre el acabado plano del muro en blanco que solamente existe en el tercio medio, ornamentación que consiste en cuatro pilastras de orden compuesto, de muy simple pero correcta elaboración, pareadas a ambos lados de la puerta principal enmarcada también en cantera que remata en un medio punto apoyado en los capiteles de las jambas. Tiene este arco una clave ricamente labrada (es el elemento más elaborado de la fachada) que se eleva hasta la corniza que divide la parte superior de este tercio central, la cual simplifica sus elementos rectos verticales a únicamente dos pilastras laterales a una ventana con marco rectangular e integra el conjunto al remate curvo que acusa la bóveda de la nave hasta la fachada por medio de dos volutas invertidas en cantera colocadas lateralmente que llevan el conjunto con algunas otras secciones de cantera al remate en arco de medio punto en cuyo tímpano existe un nicho actualmente vacío. Los paños laterales de la fachada son simples muros aplanados en blanco con dos ventanas rectangulares pequeñas en la parte inferior y sendos remates en espadaña para conformar la perfecta simetría apuntada.
La planta tiene una composición completamente clásica, crucif orme, con bóveda de medio cañón corrido en ambos sentido y cúpula en el crucero.
La nave, rectangular, cubierta por bóveda de medio cañón corido que se continúa después del crucero hasta cubrir también el presbiterio, amplía así, visualmente sus proporciones, más bien pequeñas y que, de haberse mantenido el desarrollo más habitual, común en la región, de remate en ábside del presbiterio, sin duda alguna habría dado a la nave cierta estrechez visual. En este punto es necesario hacer notar el gran equilibrio que la capilla logra en cuanto al desarrollo libre de una concepción clásica con un fin evidentemente plástico que no afecta a su funcionalidad. Así, además de la ausencia de ábside ya mencionada, tenemos el contraste que se establece entre la solución absolutamente clásica de la cúpula sobre el crucero, colocada sobre pechinas correctamente asentadas en pilastras hacia ambos brazos del crucero y la solución dada a una pequeña capilla lateral colocada no en el extremo del crucero, como es usual, sino a un lado del presbiterio, con una entrada desde el crucero enmarcada con arco de medio punto en cantera ornamentada con sencillos elementos curvos y una inscripción I+S en la clave. La cubierta de esta capilla está desarrollada a base de una pequeña cúpula asentada sobre los espesos muros mediante un tambor de muy escaso peralte.
Como ornamentación interior, que podemos suponer fue un poco más rica originalmente sin llegar a ninguna ostentación, quedan solamente la portada de la capilla lateral ya mencionada, un arco transversal a la bóveda de la nave principal, labrado linealmente, sin ninguna función estructural aparente (aún cuando es posible que en algún tiempo haya enmarcado a un coro hoy desaparecido) y por último, las pilastras del crucero, trabajadas correctamente con base doble, estriado simple en el fuste, capitel recto simple y una corniza que recibe los cuatro arcos y las pechinas de la cúpula.
En el otro extremo del presbiterio, opuesto a la pequeña capilla, está la sacristía que se extiende hacia atrás del conjunto en un solo espacio. Participa este espacio del mismo sistema constructivo a base de muros de gran espesor por lo que es posible que originalmente su cubierta fuera también de bóveda. Actualmente tiene una cubierta plana.
Otros dos pequeños locales, a ambos extremos de la entrada principal, con acceso desde la nave a través de simples vanos sin puerta ni marco, fueron, presumiblemente, bautisterio y escalera al coro. Tienen también cubierta plana y se encuentran sin uso aparente.
6.-NOTAS
(1) ALDAMA, Francisco R.
Diccionario de historia, geografía y biografía chihuahuenses.
Chihuahua, Chih. 1968.
Pag. 25
(2) HADLEY, Phillip L.
Minería y sociedad en el centro minero de Santa Eulalia.
Chihuahua (1709-1750).
Fondo de Cultura Económica. México. 1979.
Pag. 68
(3) HADLEY.
Obra citada. Pág. 68.
(4) ROCA, Paul M.
Spanish Jesuit Churches in Mexico's Tarahumara.
The University of Arizona Press. Tucson 1979.
Pag. 94
(5) GRIFFEN, William B.
Indian Assimilation in The Franciscan Area of Nueva Vizcaya.
The university of Arizona Press. Tucson. 1979.
Pag. 78
(6) GRIFFEN, obra citada. Pag. 80.
(7) ROCA, obra citada. Pag. 94.
(8) GRIFFEN, obra citada. Pag. 80.
ELABORO: ARQ. ALBERTO VALENCIA
FECHA: 1984
7.-BIBLIOGRAFIA
ALDAMA, Francisco R.
Enciclopedia de México. Tomo 3.
México, 1977.
DECORME, Gerard S.J.
Historia de la Compañía de Jesús.
Ed. Porrúa. México. 1941.
TAMARON y Romeral, Pedro Ob.
Relación del Vasco Obispado de Durango.
México. 1947.
ELABORO: ALBERTO VALENCIA
FECHA: 1984.
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