Nombre del Inmueble
Santa María
Clave del estudio monográfico
MX-SC-DGSMPC-EM-000458
Estado, Municipio, Localidad
Chihuahua > Dr. Belisario Domínguez > Santa María de Cuevas (080220014)
Estudio Monográfico
Clave del estudio monográfico
MX-SC-DGSMPC-EM-000458
Contenidos
1.-ANTECEDENTES
El pueblo tarahumara siempre ha ocupado un lugar importante entre los habitantes originales de nuestro país. Sus orígenes se han remontado al tronco de pueblos Uto-azteca y habitaron una gran porción del territorio del actual estado de Chihuahua desde fines del primer milenio de nuestra era. Su idioma, actualmente un poco más estudiado por los especialistas, guarda una relativa similitud con los demás lenguajes de la zona, en cambio se han encontrado grandes coincidencias con los de algunas regiones de Ecuador, con el natural surgimiento de numerosas conjeturas al respecto.
La penetración española siguió en la zona tarahumara el mismo patrón que en todas las extensas regiones del norte, con los adelantados, aquellos personajes, generalmente militares, autorizados por el gobierno virreinal para explorar y ocupar nuevas tierras, como punta de lanza en la búsqueda de minas y tierras para la agricultura, seguidos inmediatamente (y en ocasiones acompañados) por los misioneros.
Es indudable que la labor de los misioneros no se apartó en lo esencial, de todo lo que le es propia durante su permanencia en la región chihuahuense. Las dos Órdenes religiosas que atendieron misiones en estos lugares, los franciscanos y los jesuitas, desarrollaron con todo rigor su función evangelizadora. Pero, en numerosos casos, este celo apostólico fue aprovechado en forma por demás malintencionada por los colonos españoles y así cubrían sus necesidades de fuerza de trabajo en minas y haciendas, utilizando a los indígenas que los misioneros habían logrado reducir, es decir, asentar en torno a una misión para su más efectiva evangelización y adaptación a la vida de la colonia. Existían cédulas reales que ordenaban la protección de los indígenas y sus tierras, pero en estas extensas lejanías, su aplicación resultó generalmente utópica.
Los misioneros de la Compañía de Jesús habían obtenido en una delimitación de jurisdicciones que llevó a cabo el obispo correspondiente, la parte oeste de lo que entonces era llamada la Nueva Vizcaya, como territorio para su trabajo misional. Esta zona la sierra Madre Occidental incluida, era predominantemente tarahumara.
En los primeros años del siglo XVII, los jesuitas entraron en contacto con los tarahumares. Establecidos en el sur, en territorio tepehuano (Balleza y Huejotitlán), recibieron invitación de algunos caciques tarahumares para trabajar entre ellos. No tardaron mucho en seguir su cadena de misiones hasta el resto de la zona ocupada por este pueblo.
Una vez establecidas las fundaciones que llamaron Misión de la Tarahumara Baja, se organizó la Misión de la Tarahumara Alta que abarcó, no solamente la parte más abrupta de la sierra, sino hasta los últimos asentamientos tarahumaras al norte y noreste. En esta última región se encontraban las mejores tierras de este gran pueblo y por tanto era una reacción lógica la defensa que los tarahumares hicieron de estos territorios, no precisamente en contra de los misioneros, sino de los abusos de los hacendados, pero que los jesuitas sufrieron de cualquier modo.
Las tres primeras rebeliones de los tarahumaras dejaron asolada la región por más de veinte años a partir de 1653. Fue necesaria la labor de algunos de los principales organizadores jesuitas para reestablecer las misiones destruidas y hacer nuevas fundaciones en la Tarahumara Alta.
Nombres tan famosos como los P.P. Gamboa, Tardá, Barrionuevo y Guadalajara, aparecen a cargo de esta nueva organización que, unidos a una pléyade de excelentes misioneros, llevaron a esta misión (regional) a su época de mayor auge durante casi un siglo.
2.-EMPLAZAMIENTO
El pequeño poblado de Santa María de las Cuevas ha mantenido el nombre que recibió como misión jesuita hace poco más de trescientos años. Actualmente depende del municipio de Belisario Domínguez (la antigua misión de San Lorenzo).
Esta región pertenece a la vertiiente noreste de la sierra Tarahumara en sus primeras estribaciones y en forma general se puede considerar como una zona de transición entre la parte llana del estado de Chihuahua y la región serrana. De este modo, el terreno es accidentado, con pequeñas elevaciones, entre las cuales existen algunas extensiones más o menos planas susceptibles de cultivo.
El clima es extremoso, como en la mayor parte del estado. En la época de calor alcanzan a llegar algunos vientos frescos de la sierra, pero las lluvias son escasas. Está regado por algunos arroyos que corresponden a los escurrimientos de la sierra, pero su caudal llega muy mermado y casi desaparece en la temporada seca. Aún así, la agricultura y la ganadería son las principales actividades de la zona. La vegetación es baja y escasa pero en algunos lugares existen algunas coníferas de poca altura.
El poblado ocupa una corta extensión de terreno casi plana, cercana a un arroyo y rodeada por cerros de poca elevación y escarpadas pendientes en algunos casos. No son muy numerosos sus habitantes (aproximadamente 1400), número muy poco superior al que tuvo desde épocas coloniales. Este corto crecimiento se debe probablemente a que la región no es muy rica en recursos y a que hasta hace poco tiempo, se encontraba poco comunicada. No obstante, su extensión aparenta ser mayor de la que realmente tiene, debido a que su desarrollo urbano no ha sido en torno a un núcleo central, como es más común, sino a lo largo del camino de terracería que la une con la cabecera municipal de Belisario Domínguez y que a últimas fechas ha sido prolongado hasta unirlo con la carretera de Satevó a Parral, por otro lado, única vía de comunicación del lugar.
Este camino se transforma en la calle principal de Santa María de las Cuevas y corre, aproximadamente, de oriente a poniente. A lo largo de esta calle (de terracería) se alinean la mayor parte de las construcciones de la población y sobre este mismo eje se encuentran los dos polos principales de desarrollo de la misma; hacia el oriente, rumbo a la salida a Satevó está la mayor parte de los comercios y edificios administrativos, en el extremo opuesto, hacia la ruta a Belisario Domínguez, la escuela y el templo.
El templo tiene su fachada principal hacia el oriente y la calle a la que se ha hecho referencia pasa por su costado norte. En este punto la calle se ensancha sensiblemente, sobre todo en el frente del templo, lo que le permite la formación de un pequeño atrio y un desahogo normal del edificio. Este pequeño atrio jardinado limita al sur con un edificio escolar actualmente en desuso. En la acera opuesta, la que ve al sur, se alinean algunas casas habitación y la escuela con los patios de juego hacia la calle. Estos edificios, como la gran mayoría de los de la población, son de un solo nivel.
3.-HISTORIA
La reorganización de la misión de la Tarahumara Alta llevó a los jesuitas a establecer misiones hasta los últimos asentamientos de los tarahumares, en territorio colindante con el de los conchos y por tanto de la jurisdicción de los franciscanos. Tal fue la situación del templo de Santa María de las Cuevas.
Su fundación se debe al misionero jesuita P. Juan Sarmiento en el año de 1678.
La documentación existente no proporciona mayores datos acerca del inicio de la construcción del templo y esta situación corresponde exactamente al silencioso y modesto, pero altamente efectivo trabajo misional que realizaron los jesuitas en esta región.
Pero de cualquier modo, Santa María de las Cuevas no nació como una misión en sí misma, o al menos no en el sentido como podríamos imaginarla desde una perspectiva actual. La organización jesuita tenía como base en la región a la misión de la Tarahumara Alta, conjunto de todas sus fundaciones, ésta se dividía en partidos centrados cada uno en cabeceras o iglesias principales con uno o varios sacerdotes de planta que se establecían en los poblados indígenas más importantes. Cada una de las cabeceras atendía a poblados secundarios o rancherías en donde se construía algún templo menor y se visitaban esporádicamente, estas últimas eran las llamadas visitas
.
Santa María de las Cuevas tuvo su principio como visita del partido cuya cabecera estaba en San Francisco Javier de Satevó (de allí la explicación de las pinturas murales con tema alusivo a este santo que se encuentran en un muro interior) y sin duda su fundación hubiera tenido lugar años antes de no haberse presentado los sangrientos sucesos de 1648 y 1652.
La primera gran rebelión de los tarahumaras había sido sofocada en 1641 en los alrededores (San Lorenzo, hoy Belisario Domínguez) y como recurso para afianzar la pacificación, las autoridades españolas alentaron la fundación de misiones jesuitas. Así se establecieron los partidos de Satevó y San Francisco de Borja (a unas quince leguas), pero la actividad misional no pudo extenderse ya ue la segunda insurrección (1648) destruyó ambas cabeceras, San Borja en forma total, Satevó parcialmente. No hubo tiempo para una restauración total, ya que para marzo de 1652 los tarahumaras habían logrado reunir mayores contingentes en armas gracias a varios importantes caciques, entre ellos el famoso Tepóraca y en esta ocasión el ataque a Satevó fue absolutamente devastador.
La construcción del templo en la visita de Santa María de las Cuevas, tuvo que esperar más de veinte años y una vez lograda la pacificación, el primer problema fue el de reunir nuevamente a la comunidad tarahumara de todo el partido, pues el ataque de los insurrectos abarcó también a los indígenas ya evangelizados que se vieron obligados a huir de sus poblaciones.
El P. Juan Sarmiento, a cargo del partido de Satevó, logró hacia 1678, la reunión de los tarahumaras en su antiguo poblado y proceder por fin a la construcción del templo. En poco tiempo, los reportes de los visitadores generales de la Misión, daban fé de la existencia del templo y casa para el sacerdote.
La importancia del asentamiento tarahumara creció en los años siguientes y por tanto la del templo y su función, al grado de que en 1692, Santa María de las Cuevas fue elevada a la categoría de cabecera de partido y asignado al lugar el P. Sebastián Pardo, quien debía atender también San Lorenzo. No pudo este misionero permanecer mucho tiempo en su cargo y por algun os años Santa María volvió a ser visita de Satevó.
Aún así, los mejores días en la vida de Santa María de las Cuevas como establecimiento misional estaban por venir. La última gran rebelión de los tarahumaras no afectó la integridad de los edificios en 1697 y ya desde el año anterior había sido nombrado un nuevo encargado que le daría un gran impulso a la misión: el P. Luis Mancuso.
Este notable misionero, de origen italiano, ilustra perfectamente lo beneficioso que resultaba para las misiones el sistema de la Compañía de Jesús de mantener largamente a sus miembros a cargo de un mismo establecimiento. El mayor conocimiento del lugar que les daban aquellas prolongadas estancias y el apego emocional creciente hacia su misión, producían efectos altamente positivos.
El P. Mancuso permaneció en Santa María de las Cuevas hasta su muerte en 1728, a cargo del partido que para entonces comprendía también Santa Rosalía (de las Cuevas) y San Lorenzo. Durante su gestión se completaron los templos y sus locales anexos y se atendió a su equipamiento y ornamentación. Todas la magnificencia que admiramos en este pequeño templo, más todo lo que ha perdido en más de dos siglos, proviene principalmente de esta época. El P. Mancuso tuvo otros importantes cargos que lo obligaban a ausentarse en ocasiones de Santa María de las Cuevas y a solicitar la ayuda del P. Antonio Aragón (1723), pero siempre fueron ausencias temporales y como se ha dicho, murió en su puesto.
A partir de 1728, otros jesuitas se hicieron cargo de Santa María de las Cuevas, como los P.P. de la Peña, Calderón, Rico y Treviño, pero la población tarahumara disminuyó notablemente (asimilación a la vida colonial y pérdida de su identidad indígena, mestizaje, emigración, etc.) y para 1753, las autoridades eclesiásticas decidieron secularizar la misión.
El templo sigue hasta nuestros días prestando servicios religiosos a la comunidad, atendido por sacerdotes diosesanos y depende de la parroquia de San Lorenzo (Belisario Domínguez).
4.-DESCRIPCION ARQUITECTONICA
La fachada principal del templo de Santa María de las Cuevas se abre hacia el oriente y se aprecia con cierta dificultad en su conjunto debido al frondoso follaje de algunos árboles que se elevan desde un pequeño atrio. Este se extiende hacia el frente apenas con las dimensiones mínimas para contener las cinco gradas que conducen al templo. Está limitado por una simple malla metálica sostenida al frente por dos pequeñas columnas que también soportan la reja de entrada, estos dos elementos, reja y columnas, contrastan por su falta de calidad con el resto de la fachada. Esta es en su conjunto, un solo paño rectangular, estucado en blanco que sirve de fondo a la magnífica portada de la entrada principal que se abre mediante una gran puerta de madera trabajada en tableros y visiblemente antigua, aún cuando se encuentra en mal estado de conservación.
El trabajo que se aprecia en la portada es realmente notable; está realizada en cantera rosa, cuya relativa dureza le ha permitido permanecer sin grandes daños hasta nuestros días, a la vez que acentúa la dificultad de su trabajo inicial. El enmarcamiento de la puerta de entrada está realizado en lineas muy sencillas y consta de pilastras laterales que sostienen mediante una moldura un arco de medio punto. Las pilastras, de sección rectangular, tienen como única ornamentación un tablero rectangular en bajorrelieve a todo lo largo. En el arco este tablero se continúa con molduras y remata en una clave labrada en forma de tres hojas de acanto, frontal y laterales, con volutas en la parte inferior y laterales para sostener un capitel que se eleva hasta el friso.
Este primer cuerpo de la portada tiene como elementos principales a dos elaboradas pilastras de sección rectangular, de orden compuesto, con un pedestal cuya base está bastante deteriorada, tablero intermedio y una gran cornisa de remate sobre la que se asienta la basa de la pilastra, en varias molduras, fuste tratado con un tablero simple y capitel también en varias secciones de molduras. El friso sentado en molduras múltiples, esta tratado en toda su extensión con elipses superpuestas que enmarcan al centro el anagrama de la Compañía de Jesús. Una gran cornisa, similar a la de los pedestales de las pilastras laterales pero de mayores dimensiones y con un cambio de paño al centro, separa al segundo cuerpo de la portada.
La parte central de este segundo cuerpo es un fino relieve que contiene el anagrama de la Santísima Virgen, rodeado por volutas y coronado. La corona remata en una cruz de malta incompleta. El enmarcamiento de estos símbolos esta constituido por pilastras similares a las del cuerpo inferior en dimensiones menores y con la cornisa de remate que sostiene dos pilones pequeños de muy simple diseño y a los lados del conjunto dos mayores con moldura y remate.
Al clasicismo de cada una de las partes de este conjunto que nunca llega a resultar rígido, se añade un toque de gracia y libertad, mediante molduras laterales en linea curva quebrada rematadas en volutas que descansan en la basa y el capitel de las pilastras mayores.
Se completa el paño de fachada con un remate de mezcla sobre el muro central y la torre que se eleva en el lado sur en un solo cuerpo con cuatro luces y una pequeña cúpula que por sus escasas dimensiones y deficiente elaboración, contrasta desfavorablemente con el resto de la fachada.
Los tres lados restantes del edificio del templo están tratados a base de grandes volúmenes formados por los muros de c arga de adobe y sus contrafuertes simplemente estucados y pintados de blanco.
La nave presenta en primer término un sotocoro con una capilla lateral, a la que se accede por medio de una portada del mismo estilo de la portada principal, pero sin cantera en el medio punto y con el resto de los elementos muy simplificados. En la actualidad las piezas de cantera de esta portada no se aprecian debido a que han sido pintadas de blanco. Como remate, sobre esta portada existe un pequeño mural alusivo a San Francisco Javier.
La nave única es rectangular y esta conformada por muros de adobe de gran altura y espesor. Está separada del presbiterio por dos pilastras adosadas a los muros laterales que soportan un arco de medio punto, elementos que también delimitan un cambio entre las cubiertas de la nave y el presbiterio. En este último, los muros laterales modifican ligeramente su dirección hacia el centro para conformar este espacio a modo de ábside. En el piso, el cambio de niveles está compuesto por una grada en la barandilla del comulgatorio y tres más para subir al altar situado al centro de este espacio de acuerdo a la liturgia actual, pero manteniendo en el fondo el altar antiguo con el sagrario y un sencillo ciprés artesanal para enmarcar la escultura de la patrona del templo.
Un par de ventanas a cada lado, cuadradas, sin mayor relieve, proporcionan la iluminación necesaria.
La cubierta etá realizada de acuerdo al sistema más usado en las misiones de esta región, a base de grandes vigas de madera que cubren todo el claro, pero en este caso el trabajo en sí y sobre todo su ornamentación, lo hacen verdaderamente extraordinario. Tres partes, con variantes en su detalle pero de similar estilo, podemos distinguir en los plafones interiores de la cubierta: la que corresponde a la estructura del coro, la que cubre la nave principal y la del presbiterio que, desgraciadamente se ha perdido casi en su totalidad y está sustituida actualmente con un simple cielo raso. En la primera, observamos que el coro está sostenido en forma tradicioal por una viga maestra que soporta a las vigas secundarias, cubriendo el espacio entre éstas con tablas transversales a modo de artesonado. La solución estructural es simplemente correcta y el gran valor de su trabajo radica en la profusa ornamentación policromada que cubre este artesonado en toda su extensión.
Otro tanto podemos decir del plafón de la nave donde las vigas transversales están apoyadas en una moldura que remata los muros laterales en toda su extensión y cubren el claro total sin ménsulas de apoyo. También aquí existen piezas de madera entre cada viga en forma de artesonado y la ornamentación policromada abarca todo el plafón.
El interior del templo tiene acabados muy sencillos que hacen resaltar más las pinturas ornamentales. Los muros están pintados en blanco con una cenefa policromada con motivos florales en la parte inferior. El piso es de mosaico de pasta blanco con lineas negras en los pasillos.
Completa el conjunto una pequeña sacristía en el lado sur del presbiterio que se encuentra en servicio actualmente. No sucede lo mismo con algunas otras dependencias que posiblemente correspondieron en otras épocas a la casa del sacerdote (lo tuvo de planta en su periodo misional), pero que actualmente se encuentra fuera de servicio en estado ruinoso.
5.-OBRAS DE ARTE
En el templo de Santa María de las Cuevas podemos apreciar claramente el fenómeno, muy comón en el país, de la interpretación artística en diferentes conceptos como producto del mestizaje general y su influencia en las artes. Los estilos artísticos de procedencia europea son interpretados en algunos casos, con un profundo conocimiento de los mismos y en los materiales más idóneos, mientras que a su lado surgen las inquietudes artísticas locales, el trabajo artesanal y la concepción indígena de la ornamentación en forma por demás vigorosa.
La estructura general del edificio del templo, tal como ha sido descrita, corresponde a aquel tipo de construcción, casi elemental, forjada con materiales del lugar y sin otros medios que una mano de obra indígena no especializada. Sus formas resultan por tanto, simples y masivas., de allí que la portada principal del templo con su gran calidad de diseño y realización dentro del estilo barroco prevaleciente en la época, pueda considerarse en sí misma, como una obra de arte, en cierto modo contrastante con el resto del edificio, sin que ésto implique falta de integración al conjunto. Es evidente aquí, no solamente la mano de un experimentado cantero, sino también el trabajo de un profundo conocedor de los estilos arquitectónicos, capaz de manejar los elementos clásicos con gran soltura, tanto en el diseño como en la realización.
El resto del trabajo artístico de Santa María de las Cuevas corresponde al realizado por artesanos locales, en donde se pierde todo academismo en función de la libertad del realizador. En primer término es necesario mencionar la magnífica ornamentación de los plafones del interior del templo sobre la parte principal de la nave, el plafón descrito se encuentra decorado en toda su extensión con pinturas que pueden aún apreciarse en su casi totalidad a pesar de las numerosas piezas de madera faltantes y el deterioro general que presenta el conjunto.
En este caso, a diferencia con otros plafones similares, el diseño de las pinturas no toma en cuenta la colocación de la estructura de vigas y sus entrecalles, sino que se extiende como si estuviera realizado sobre una superficie plana totalmente. Las pinturas enmarcan en la parte central a varios elementos de madera, superpuestos a las vigas y de los que se reconoce, hacia el frente, una media luna con cara figurada en fondo circular, tal vez existió una estrella al centro y una figura simbólica hacia el coro con marcos rectangulares las de los extremos y romboidal la del centro. El resto de las pinturas presenta básicamente un complicado follaje de figuras estilizadas en el que solamente son fácilmente distinguibles algunas flores y en conjunto hacen recordar, a pesar de su antigüedad, a algunos diseños del estilo llamado art nouveau.
Los colores se han perdido en su mayoría, pero aún se puede distinguir el predominio de azules y verdes, algunos ocres y rojos y el fondo blanco. En general, como sucede en el estilo al que se asemeja, domina el dibujo sobre el color.
La estructura del coro presenta una situación semejante en su plafón inferior. Aquí el diseño en su conjunto es mucho más rígido, con grecas en los extremos y un ritmo muy exacto en las figuras interiores. Estas son del mismo tipo que las anteriores, estilizaciones de follaje y flores en los mismos tonos que el anterior. Es curioso, también en este caso, que aún cuando el ritmo con el que se repiten las mismas figuras se prestaría a ser acomodado al de las piezas de la estructura, son independientes de él y se han pintado siguiendo su propio ritmo, sobre vigas o entrecalles indistintamente.
Otro plafón, o sección del mayor, debió existir sobre el presbiterio, pero de él no queda absolutamente nada.
Otras muestras de pintura popular se encuentran en todo el interior del templo. Una cenefa con motivo vegetal a modo de greca en el que dominan los rojos, se extiende sobre los muros, en toda su longitud a poco más de un metro del piso. En este caso, la necesidad de renovar la pintura de los muros ha propiciado un continuo repintado de la cenefa con lo que ha perdido calidad el dibujo. No sucede lo mismo con la pintura alusiva a San Francisco Javier que remata la portada de la capilla lateral. Aquí se ha preservado el espacio del pequeño mural al repintar el interior del templo. En este corto espacio entre la cornisa superior y el plafón del sotocoro, dos arcángeles sostienen el emblema de la Compañía de Jesús que descansa sobre un medallón que contiene una inscripciòn en latín alusiva a la labor del santo como misionero. Los colores son aún vivos y la realización plenamente popular, llena de ingenuidad.
En los tímpanos laterales del arco que divide al presbiterio se encuentran pintados con el mismo estilo popular que se ha descrito, dos arcángeles con trompeta que sostienen cada uno, una sección de listón con la inscripción, en conjunto de ambas, Beatam me dicent omenes generationis, aludiendo al mensaje de La Anunciación.
Del equipamiento primitivo poco queda, en la nave se conserva una pila de agua bendita labrada en cantera y tal vez correspondan a esa época, dos de las campanas.
La imaginería es escasa, contemporanea y de poca calidad. Algunas esculturas de yeso policromado y cromos colgados de los muros. Es posible que la imagen escultórica de la virgen del altar mayor sea de relativa antigüedad y mayor mérito artístico.
ELABORO: ARQ. ALBERTO VALENCIA
FECHA 1984
6.-BIBLIOGRAFIA
ALMADA, Francisco R.
Diccionario de historia, geografia y biografía Chihuahuenses.
Ciudad Juárez, Chih. 1968.
ALMADA, Francisco R.
La Enciclopedia de México. Tomo 3.
México, D.F. 1980.
DECORME, Gerard, S.J.
La Obra de los Jesuitas Mexicanos durante la época colonial.
Porrúa. México, D.F. 1941.
ROCA, Paul M.
Spanish Jesuit Churches in Mexico's Tarahumara.
The University of Arizona Press.
Tucson Ariz. EUA. 1979.
PORRAS Muñoz, Guillermo.
Las luchas con los indios en la frontera.
México. 1981.
ELABORO: ALBERTO VALENCIA
FECHA:1984
Inmueble de pertenencia
Nombre del Inmueble
Santa María