Nombre del Inmueble
Santa María Magdalena
Clave del estudio monográfico
MX-SC-DGSMPC-EM-000559
Estado, Municipio, Localidad
México > Metepec > Santa María Magdalena Ocotitlán (150540055)
Estudio Monográfico
Clave del estudio monográfico
MX-SC-DGSMPC-EM-000559
Contenidos
1.-ANTECEDENTES
Los pueblos que ahora se encuentran en la jurisdicción municipal de Metepec tienen, casi todos, un origen matlatzinca; el que fue más importante de ellos, actualmente se ha convertido en la cabecera. La organización de aquellos primeros pobladores había favorecido la constitución y crecimiento de algunos asentamientos en la región entre los que se contaron, además de Metepec, Jalatlaco, Capulhuac, Ocoyoacac y, por supuesto, Toluca.
Durante el siglo XV todos los poblados del valle de Matlatzinco, aún aquellos con distinta ascendencia, enfrentaron en repetidas ocasiones las campañas guerreras de expansión de los mexica. Aunque algunas hostilidades comenzaron antes, fue hasta el reinado de Axayácatl (1469-1481) (1) cuando pasaron a la condición de conquistados -y, claro, de tributarios- la mayor parte de los pueblos matlatzincas.
Entre los primeros efectos de la sujeción a México-Tenochtitlan que experimentaron las localidades del área de Metepec, se cuenta su cambio de nombre al idioma náhuatl de los vencedores. El tratamiento que recibieron aquellos pueblos entonces deja constancia de su antigüedad y de su importancia relativa antes del establecimiento de los mexica. La comunidad de Ocotitlán, pues, lleva ese nombre desde finales del siglo XV y significa lugar juntos a los ocotes (2), aunque también se interpreta como lugar entre los pinos u ocotes (3), de ocotl, abreviatura de ococuahuitl... el árbol de las teas, y de ti-tlán, entre (4).
El sitio se encuentra en las estribaciones del lado noreste del Xinantécatl -o nevado de Toluca- de manera que es comprensible que su área haya estado cubierta por bosques como seguramente lo estuvieron muchos otros sitios de la región en los que se han presentado diversos degradamientos por erosión o por ampliaciones de las áreas urbanas y cultivadas. En las láminas IX y X del Códice Mendocino y en la XIII de la Matrícula de Tributos (5) se consagraron informaciones sobre las poblaciones sometidas y las cantidades de mercancias que debían ser entregadas a la capital del imperio. Ocotitlán, entonces, como sujeto que era de Metepec, contribuyó para cumplir su parte proporcional de textiles y productos agrícolas hasta la violenta interrupción provocada por la conquista española.
Gonzalo de Sandoval fue el capitán encargado de hacer las primeras penetraciones al valle de Toluca donde, tras varias batallas destruyó Toluca, Metepec y otros sitios aún antes de que Cuauhtémoc fuera capturado en 1521 (6). Después de la derrota de México-Tenochtitlán el valle de Toluca fue repartido entre Cortés y su primo Juan Altamirano, a quien fue entregado el territorio de Metepec como encomienda de indios. No hay datos que confirmen la inclusión de Ocotitlán en esa merced, pero así se deduce si se considera que pueblos como Calimaya, Tepemaxalco y Chapultepec quedaban dentro de sus límites.
Ocotitlán fue evangelizado en algún momento posterior a 1526 (7), año de la fundación española de Metepec y a partir del cual se propagaron los primeros frailes franciscanos por la región. Uno o varios de ellos participaron, también, en la reorganización urbana de muy numerosos sitios a los que, desde luego, les modificaron el nombre añadiéndoles los de los patrones a cuyas advocaciones quedaban dedicadas las nuevas plazas. Así, la localidad se llama Santa María Magdalena Ocotitlán desde el mismo siglo XVI.
La conversión de los naturales se debe a religiosos cuyos nombres se ignoran pero que, como muchos otros, recurrieron a circunstancias históricas y simbólicas para apoyar sus prédicas y lograr cabalmente la incorporación de grandes masas a la práctica de la nueva religión. Es evidente, pues, que en el caso de Ocotitlán se basaran en el ejemplo de conversión que llevó a Magdalena a la santidad.
El primer misionero que atendió con especial dedicación a los grupos matlatzincas fue fray Andrés de Castro, quien llegó al valle de Toluca en 1542 (8); aprendió el idioma, predicó en él y, aunque no consta que haya estado en Ocotitlán puede suponerse que sí pues fue fama que visitó todos los poblados de ese origen y que, en casi todos, impulsó o facilitó la construcción de iglesias, algunas pequeñas y otras provisionales. A grupos formados o influidos por él, y seguramente establecidos en el convento de Metepec, se atribuye haber participado en la definitiva traza de Ocotitlán.
El pueblo no fue nunca muy grande; su importancia es debida a su cercanía con la villa de Metepec, a la calidad de sus tierras y a la producción de adobes y otros objetos. Se sabe que tanto las calles y casas de la localidad, así como su iglesia, han sufrido transformaciones después de diversas obras, pero se ignoran las circunstancias y las condiciones que han coadyuvado a modelar su imagen actual. Entre los pocos datos de que se dispone destacan los relativos a crecimiento demográfico: hacia 1901 contaba con 400 habitantes (9) y con 1,518 según el censo de 1970 (10).
2.-EMPLAZAMIENTO
La ubicación de la mancha urbana de Ocotitlán respecto de los caminos y carreteras que relacionan a los distintos poblados del municipio hace posible la observación del conjunto religioso desde distancias considerables. El templo, además, ejerce una función ciertamente relevante pues parece, a la distancia, que su presencia organiza al caserío; la altura de su torre y las dimensiones de los muros de la nave, lo mismo que las suaves pendientes del terreno que se presentan de poniente a oriente, acentúan un efecto que es característico en un número importante de pequeñas comunidades mexicanas y que consiste en definir los perfiles urbanos a partir de la comprensión del establecimiento religioso.
Los accesos al poblado son vias de comunicación que unen los ejes troncales con los campos de labranza y con las calles; en ninguna de las entradas es posible advertir una intención urbanística y simbólica definida pues no se les ha vinculado con remates o con destinos específicos. En el mejor de los casos es presumible que alguna de esas circulaciones también conduzca, por lo menos visualmente, a observaciones del paisaje, elemento intangible pero presente que siempre forma un notable fondo en ésta y en otras regiones del Estado.
Los trazos urbanos de varias localidades del municipio de Metepec siguen sólo de manera parcial los modelos consagrados por los fundadores y pobladores españoles; en Ocotitlán las manzanas están dispuestas sobre una retícula con cruces a noventa grados alterada únicamente por una diagonal que corre de noreste a suroeste pero no hay, sin embargo, un espacio central del que partan las calles principales o en el que se congreguen los edificios de cierta relevancia. Es posible que esta apariencia actual no sea la que siempre tuvo el pueblo toda vez que la fábrica de la capilla sí sigue algunos lineamientos que pueden considerarse tradicionales; las áreas que fueron comunes deben haber cedido su lugar a varios tipos de construciones que el crecimiento relativo del poblado llegó a exigir en algún momento de su desarrollo.
Hoy día, pues, la capilla de Santa María Magdalena ocupa un lugar destacado pero que dista mucho de ser la zona más importante de la localidad: su fachada de atrio no da a una calle o a una plaza sino que forma parte de los paramentos de la gran diagonal del conjunto; por razones geométricas cuyo origen fue la necesidad de definir la esquina noroeste del atrio con un ángulo recto, la portada y el acceso atriales limitan una pequeña explanada de planta trapezoidal cuya forma es un accidente resultado de la necesidad de continuar los rumbos de las circulaciones. Ese espacio, a pesar de sus dimensiones y de la ausencia de los elementos que caracterizan a una plaza, cumple satisfactoriamente con la misión de dotar al ámbito religioso de un vestíbulo por demás interesante. Lo límites que esa plazoleta tiene hacia el sur colaboran, por su amplitud, a que los volúmenes de la capilla destaquen como solamente podrían hacerlo si estuvieran comprendidos en los ámbitos de una plaza formal.
La manzana que aloja al edificio es una de las más grandes en el pueblo; a eso se debe, sin duda, que un grupo de otras construcciones se desplanten también en esos terrenos. Las colindancias de la capilla son todas con viviendas dispuestas en predios destinados, en su mayoría, a patios y corrales, de manera que, a pesar de la fragmentación de los solares, el templo a conservado una buena relación incluso con el contexto natural.
3.-ASPECTO HISTORICO
La capilla de Santa María procede de una primitiva fundación cuya época no se puede establecer con precisión a partir de los datos disponibles. Su calidad de capilla y su permanente dependencia de la parroquia de Metepec contribuyen a dificultar la comprensión de los primeros decenios de su vida. Los frailes franciscanos, encargados del convento y de la parroquia de la cabecera, dejaron algunas huellas de su administración que deben ser situadas históricamente entre 1639 (11) y 1754 (12) fechas en que se fundó y se secularizó el curato, respectivamente. La mayor parte de las evidencias atribuibles a los frailes desaparecieron en el curso de los años siguientes y hoy sólo se conservan fragmentos de pinturas murales -ya retocadas- en las que se recrea el característico cordón de aquella orden. Sabemos que a finales del siglo XVII ya formaba parte de los itinerarios que cubrían los párrocos residentes en Metepec: Las visitas de los Pueblos, que cada cual tiene su Iglesia á donde alternativamente en dos parcialidades se dice Misa los días de obligación; son seis: ...Santa Maria Ocotitlan,... (13), y que durante el siglo XVIII se realizaron en el templo obras de tal trascendencia que a ellas se debe, todavía, la apariencia del conjunto. La portada, en efecto, corresponde a un momento constructivo que bien puede ubicarse cerca o antes de 1750 si se atiende a su trazo, a manera de nicho, y a sus componentes ornamentales, piezas en las que no se oculta la influencia de carácter barroco que otros ejemplos ejercieron sobre los constructores. A mediados del siglo XVIII (14) se produjeron, en otras áreas del Estado de México, diversas muestras de portadas-nichos.
La sacristía de la capilla aloja, entre otros objetos, una pintura al óleo que al parecer representa a un obispo al que le ofrece unos enseres un segundo personaje, sin datos en la deteriorada cartela, y montada sobre bastidor de madera- que se supone llegó a formar parte de un retablo del que no se conserva ningún otro fragmento. En ese mismo recinto se guardan dos imágenes de Cristo crucificado cuya antigüedad también podría relacionarse con un retablo.
La dedicación del templo a Magdalena ha sido complementaria de una segunda devoción de interés en el conjunto: se trata de la que recibe el Cristo que ocupa el lugar central del presbiterio. Esa imagen tiene una larga historia a juzgar por los exvotos que algunos fieles hicieron llegar a la sacristía y a otros locales de la capilla; el más antiguo de ellos está fechado en 1779 (15) y menciona, expresamente, al Señor de Ocotitlán.
El desarrollo de la comunidad durante el siglo XIX no está suficientemente documentado: se presume que buena parte de la apariencia interior de la nave se debe a intervenciones que tuvieron lugar durante esa centuria, de mediados a finales, por la manera de plantear ciertas modificaciones y por el deseo de conservar algunos componentes relevantes, como el piso de madera del área de feligresía, por ejemplo. El motivo principal del presbiterio, desde el altar hasta el remate que corona la composición, ofrece una serie de integrantes cuyo origen no puede ser otro que la búsqueda de la congruencia con los elementos que se superpusieron a las pilastras que corresponden a los contrafuertes así como con las repisas que recorren a todo lo largo las partes altas de los muros laterales. El mismo sentido decorativo que colabora a identificar la época de intervención es ostensible, finalmente, en el trazo y acabado de l os nichos en los muros laterales así como en el tratamiento del intradós del arco del coro y en la concepción de la apariencia de la cubierta.
Las obras en los edificios populares no terminan sino transitoriamente: el ritmo con que se presentan las etapas de trabajo depende de muchas circunstancias, en especial del interés que se manifieste en la comunidad por renovar sectores del edificio o por dotarlo de mejores soluciones. En Ocotitlán no han cesado los períodos de remozamiento de la iglesia en lo que va del siglo: en 1923 se terminó el cancel de madera y vidrio que, en el sotocoro, organiza y jerarquiza los accesos y las circulaciones; en 1927 se instalaron la reja y las puertas que forman la principal entrada al atrio. Ha habido desde entonces numerosas inquietudes que no se han expresado sino en muy pequeñas adiciones; la última aportación fechada es la de la puerta que comunica a la sacristía con la nave y que data de 1968.
La capilla se ha conservado siendo parte del interés de la comunidad por muy atendibles razones, una de las cuales es la siguiente: el pueblo todavía no dispone de un cementerio civil, de manera que el atrio de la iglesia continúa prestándose, como seguramente ocurrió durante todo el virreinato, como el espacio ideal para realizar las inhumaciones. La doble función que cumple el atrio no necesariamente lo mejora, del mismo modo que las lápidas, las tumbas y las cruces no evitan que persista el problema del mantenimiento. Lo que sí aporta el camposanto es la capacidad de cambio al ritmo en que, en el año, se presentan fechas y circunstancias que hacen recordar a los difuntos.
4.-DESCRIPCION ARQUITECTONICA
La capilla se encuentra limitada por su propia barda de atrio y por varias colindancias. Al atrio se accede por dos entradas, una principal, que da al poniente, y otra totalmente secundaria ubicada al noreste de la portada. La primera es una portada a manera de arcada de tres vanos que hoy se halla alterada pues fueron tapiados los arcos laterales y sólo quedó en funciones el central y más importante. Los tres son de medio punto y de gran sencillez: los de los extremos son menos altos además de que fueron concebidos para salvar un claro también menor: aún cegados se advierte en cada uno de ellos el dovelaje y la presencia de las impostas que, como en el central, son los únicos elementos moldurados de los arcos. La composición remata con un juego de molduras que vinculan a las pilastras que definen el vano del centro; sobre los arcos exteriores baja un pretil en diagonal hasta encontrar a otras pilastras, más bajas, que establecen la frontera entre la portada y la barda del atrio.
El espacio exterior que rodea al inmueble no es propiamente el atrio pues está dedicado, casi en su totalidad, a alojar al cementerio de la población. Entre las portadas del atrio y de la capilla se dispuso un andador en el que hoy se llevan a cabo todas las funciones atriales en vista de que la zona de inhumaciones no cuenta con senderos ni con recesos que permitan la menor expansión del área a descubierto. Sobre el muro lateral sur de la capilla, y en el extremo sureste del terreno, se ubica el volumen de la sacristía cuyo acceso se abre francamente sobre la zona de lápidas y cruces.
El componente más relevante de la capilla es el conjunto de la fachada principal: consta de la torre del campanario, la portada y un cubo o basamento sobre el que finalmente no llegó a desplantarse una segunda torre, un campanil o el respaldo de un reloj. La torre del campanario es en verdad interesante: tiene dos cuerpos principales que arrancan de un cubo alto y esbelto cuya verticalidad se acentúa por los recubrimientos de piedra que señalan sus esquinas; hacia el tercio superior de su desarrollo se ostenta una ventana que ilumina la escalera que conduce del coro al campanario y a la azotea. El primer cuerpo se separa del cubo por medio de un voluminoso e interesante juego de molduras y remetimientos logrados en su mayoría con piedra y con algunos aplanados. Este cuerpo, como el segundo, se organiza sobre una planta cuadrangular con pilares en las esquinas; el bajo las resuelve con una elegante sucesión de quiebres a noventa grados mientras el superior presenta nichos que forman un tercer paño en los sitios donde convergen los paramentos. Ambos tienen cuatro vanos, uno por lado, y todos están formados por arcos de medio punto a base de sillares y piezas de piedra labrada que contrastan con los tramos en que se optó por los aplanados. Los pilares esquineros del primero llevan pilastras en los exteriores que soportan un capitel insinuado y un entablamento que se prolonga por cada una de las caras de la torre. El remate de la torre es un pequeño volumen abovedado y campaniforme que se alza detrás y arriba de un pretil terminado en una cornisa mixtilínea. En las repisas que forman los entablamentos en las esquinas, como en otras zonas del conjunto, se colocaron jarrones y otros objetos de barro que hacen las veces de remates.
La portada-nicho es un ejemplo de su tipo. La obra comienza al mismo paño de los cubos que la limitan y se desplaza hacia dentro hasta quedar remetida un poco más de un metro, lo que resulta suficiente para que su remate, en lo alto, consiga la apariencia de un gran nicho terminado en un arco de medio punto que se organiza apoyándose en medias columnas que limitan, en los extremos, a los dos cuerpos de la composición. Las portadas compuestas de esta manera hacen ostensible la presencia de arquitectos o constructores muy aptos para el ejercicio de su profesión pues exigen verdadera maestría en el tratamiento de superficies inclinadas, cóncavas y hasta regladas dentro de un mismo paramento continuo. En los dos cuerpos de la portada, por otra parte, se suceden formas y soluciones de diverso origen estilístico que coexisten, naturalmente, con las aportaciones e interpretaciones regionales: el primero aloja a la puerta en un vano que es un arco polilobulado y mixtilíneo; lo flanquean dos juegos de columnas pareadas cuyos diseños incluyen unas basas altas; dos distintos tratamientos en los fuestes; unos anillos en las partes altas y capiteles en los que se advierte una muy lejana influencia del orden corintio. En cada una de las partes que integran a las columnas, en los nichos situados entre ellas y en los relieves de argamasa y piedra que ocupan los paños y la clave del arco, se advierte la participación de artistas vernáculos. Igual ocurre en los dos entablamentos que dividen tanto los cuerpos como el segundo de ellos y el remate. En el segundo cuerpo se continuan los trazos estructurales del primero; los apoyos siguen hacia arriba convertidos en pilastras que también confinan nichos; la ventana de coro recrea las mismas formas del acceso; e igualmente se repiten los trabajos en relieve, de argamasa sobre los paños y de piedra labrada por encima de los nichos y del marco del vano. Los motivos que reproducen estos relieves son vegetales y sólo varían a los lados de la ventana, en unos que incluyen unas caras y otras proposiciones abstractas. El trabajo de la piedra es distinto en los dos entablamentos: el primero aloja elementos que se originaron en reminiscencias del orden dórico toda vez que incluye interpretaciones de triglifos y de metopas; en el segundo, soportado por sencillos capiteles que recuerdan al orden jónico, el friso se ocupa con una sucesión de rectángulos de líneas rehundidas y de esquinas redondeadas hacia dentro. El remate está formado por los elementos a modo de pináculos que coronan a los apoyos, por dos roleos que enmarcan el espacio central, y, claro, por la imagen que lo ocupa. Se trata de la representación de una Piedad Trinitaria, o de La Trinidad, compuesta por el Padre Eterno, el Espíritu Santo y Cristo; el conjunto escultórico simboliza el misterio de la redención.
El basamento de torre al sur de la portada no recibió elementos superiores: es una obra inconclusa en la que se ostentan sólo los primeros sillares de lo que bien hubieran sido cuatro pilares situados en las esquinas. Los elementos más interesantes de los exteriores son las fachadas laterales -todas de piedra aparente y terminadas en un pretil que sucede a una ininterrumpida hilera de dentículos- y la cúpula, de planta cuadrada con ochavos en las esquinas y coronada por una linternilla ricamente ornamentada. El tambor de la cúpula e ciego y está terminado en una especie de balaustrada en cuyos quiebres se apoyan remates vinculados por pretiles como roleos. Hacia el centro de la cúpula, por el exterior y sobre la cubierta del templo, un Cristo de manufactura popular hace las veces de un noveno remate.
El templo es de planta rectangular y la nave está techada con bóveda de cañón de medio punto corrido a la que se añadieron unos lunetos tan grandes que los tramos definidos por los arcos torales casi parecen sostener bóvedas de arista. El espacio interior es resultado, pues, de cuatro tramos y la cúpula: en los primeros se aloja a la feligresía y bajo la última al presbiterio. El coro ocupa íntegro el tramo que ubica al acceso y se apoya en un arco de tres puntos. Los objetos que pueblan el interior de la nave corresponden a una misma planeación de la decoración; las imágenes, por su parte, acusan muy distintos orígenes pero dos de ellas sobresalen por el mérito de su manufactura: se trata de los Cristos que ocupan el lugar central del presbiterio y un basamento situado al eje de la nave sobre el barandal del coro.
5.-NOTAS Y BIBLIOGRAFIA
(1) Enciclopedia de México, tomo 8, segunda edición, México, 1977, pág. 559
(2) Olaguíbel, Manuel de, Onomatología del Estado de México, edición facsimilar de la de 1894 preparada por Mario Colín. Biblioteca Enciclopédica del Estado de México, tomo XLI, México, 1975, pág. 12
(3) Gobierno del Estado de México, Monografía del Municipio de Metepec, Toluca, 1973, pág. 15
(4) Gobierno del Estado de México, obra citada, pág. 16
(5) Enciclopedia de México, tomo 8, obra citada, pág. 559
(6) Enciclopedia de México, tomo 8, obra citada, pág. 560
(7) Gobierno del Estado de México, obra citada, pág. 14
(8) Valverde y Téllez, Emeterio, Bio-bibliografía eclesiástica del Estado de México, Biblioteca Enciclopédica del Estado de México, tomo LI, México, 1976, pág. 202
(9) Basurto, J. Trinidad, El Arzobispado de México, jurisdicción relativa al Estado de México, obra basada en la edición de 1901 del mismo Padre Basurto; Biblioteca Enciclopédica del Estado de México, tomo LX, México, 1977, pág. 187
(10) Gobierno del Estado de México, obra citada, pág. 39
(11) Basurto, J. Trinidad, obra citada, pág. 186
(12) Vera, Fortino Hipólito, Itinerario Parroquial del Arzobispado de México y reseña histórica, geográfica y estadística de las parroquias del mismo arzobispado. Edición facsimilar de las de 1880, 1881 y 1889, Biblioteca Enciclopédica del Estado de México, tomo XCIX, México, 1981, pág. 119
(13) Basurto, J. Trinidad, obra citada, págs. 185 y 186
El Padre Basurto reproduce parcialmente notas contenidas en la obra del Padre Vetancurt Chrónica de la Provincia del Santo Evangelio... publicada en México en 1697
(14) Alvarez Noguera, José Rogelio, El Patrimonio Cultural del Estado de México, Primer Ensayo, Biblioteca Enciclopédica del Estado de México, tomo CX, México, 1981, pág. 197
(15) Dato obtenido gracias a las facilidades proporcionadas por los mayordomos del templo.
ELABORO: ARQ. JOSE ROGELIO ALVAREZ
FECHA: 15 de diciembre de 1983
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