La parroquia de Concepción de Buenos Aires es, ahora, una suma de espacios procedentes, sobre todo, de la demolición de la iglesia antigua, acción que tuvo lugar en los años sesenta del siglo XX. De aquella construcción sólo se conservaron la torre del campanario y las imágenes que hoy, en la primera mitad de 2009, forman parte de una capilla que fue provisional y que ahora es utilizada como sede de la reserva del Santísimo y del nuevo edificio de la parroquia, una obra del más escaso mérito.
La parroquia, en fin, ocupa, el lado oriente de la plaza principal del pueblo que, ése sí, es un sector de la urbanización verdaderamente interesante, y más si se considera que el atrio del templo es una especie de continuación por lo menos visual del área cuidadosamente ajardinada y atendida que es la plaza.
La parroquia está formada por un espacio contemporáneo conseguido con más buena voluntad que con fortuna: se trata de una obra de planta de tres naves en la que predominan los materiales modernos sobre un esquema de confusión y en el que lo mismo aparecen arcos de medio punto que un presbiterio fuera de las proporciones que requieren este tipo de elementos. El nuevo edificio ocupa el sitio en el que se alzó la obra desaparecida y contiene, en el sitio principal, por arriba del nicho que se abre en el muro testero para completar el presbiterio, un relieve en el aparece la imagen que representa a la Purísima Concepción sobre un fondo azul bordeado de ángeles, lo que significa una alegoría realmente poco frecuente en edificios de poblaciones de dimensiones menores.
También está integrado el conjunto por una capilla que se extiende sobre un eje de composición distinto, el que corre de norte a sur. Se trata de la obra que fue provisional durante la construcción del nuevo recinto y que ahora se ha consolidado como la reserva del Santísimo. Es un espacio de dimensiones menores al que se resolvió con una planta rectangular de gran sencillez, a cuyo auxilio estructural concurren seis postes de acero y, sobre todo, en el que se alojó la parte central de un retablo que podría considerarse como el único objeto de cierto valor histórico del conjunto si bien tampoco es de mayor antigüedad que del siglo XIX.
El fragmento de retablo es de madera y consta de un solo cuerpo en el que un nicho central terminado en un arco de medio punto aparece flanqueado por dos hornacinas laterales de las mismas características y de menor tamaño. Las tres calles de la pieza han sido señaladas por columnas medias muestras en las que aparecen capiteles y cimacios como los que propagó como influencia la Catedral de Guadalajara. Las imágenes que ocupan los nichos son ángeles de factura contemporánea prácticamente sin méritos artísticos y con la única función de acompañar la custodia que resguarda al Santísimo.
Por insólito que parezca, el componente arquitectónico principal de la parroquia es su torre de campanario, como se indicó, el único elemento que sobrevivió de la demolición de la obra antigua. Esa torre se levanta sobre un cubo al que se agregaron cuatro pilastras adosadas a todo lo largo de su altura en cada una de sus caras, lo que desde luego es un recurso pero también es una poco afortunada manera de comprender el uso de las proporciones. El cubo, así, asume también una función decorativa y entre las pilastras centrales se dispusieron un nicho vacío y tres ventanas que iluminan la escalera que conduce a las sedes de las campanas.
El campanario propiamente dicho es de dos cuerpos también de planta cuadrada en los que se repiten los efectos de las pilastras adosadas y las formas de las ventanas del cubo. Los vanos para las ventanas en el primer cuerpo presentan los trazos de arcos ligeramente rebajados y el vano principal, del segundo cuerpo fue preparado para recibir el reloj que ha de verse como una de las tradiciones de la arquitectura comunitaria de principios del siglo XX.
En el remate de la torre del campanario se advierte la influencia de los objetos similares que terminan la composición de las fachadas de la Catedral de Guadalajara, lo que desde luego evidencia la importancia que se concedió a la sede episcopal tapatía especialmente en el curso de la segunda mitad del siglo XIX.
