"Jesús corriendo a los mercaderes del templo". En la parte central de la obra se puede ver a Jesús de pie, dentro del templo, vistiendo túnica y manto azul, con el brazo derecho levantado y con la mano sosteniendo un látigo. A su izquierda se encuentra un personaje hincado en actitud temerosa. Frente a Jesús, sobre un tapete, se puede ver a un hombre sentado con mercancías; del lado izquierdo, varios personajes en actitud de salir del templo, mientras que del lado derecho otros tantos personajes contemplan la escena, en actitud de asombro. Después de la entrada de Cristo a Jerusalén, le sucede este tema. Cuando Jesús entra en el templo, se irrita contra los comerciantes y cambistas que profanaban el Santuario. Sus caballetes atestaban el recinto sagrado. Había mesas instaladas para el cambio de moneda. Se vendían palomas para las ofrendas de los pobres, corderos y bueyes para los sacrificios de los ricos. En suma era una especie de bazar o feria, como las que suelen instalarse en todo lugar de peregrinación. Jesús interpeló coléricamente a los profanadores que transformaban la casa de oración (domus orationis), de la que habla Isaías (56:7), en cueva de ladrones (spelunca latronum). Con la rudeza que contrasta con la muchedumbre que le atribuye cierta literatura de bota, más tranquilizadora que edificante, empuña un látigo de cuerdas, vuelca las mesas de los cambistas y los mostradores de los comerciantes, quienes emprenden la retirada de inmediato, y se dispersan como una bandada de cuervos.
