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Nombre del Inmueble
San Juan Bautista
Clave del estudio monográfico
MX-SC-DGSMPC-EM-000154
Estado, Municipio, Localidad
Estudio Monográfico
Clave del estudio monográfico
MX-SC-DGSMPC-EM-000154
Contenidos
1.-ANTECEDENTES
Exploraciones e investigaciones realizadas en diversas épocas han demostrado que una gran cantidad de sitios del actual estado de Morelos fueron sedes de grupos humanos que se desarrollaron aprovechando las propicias condiciones geográficas y climáticas de aquellas tierras. Los antiguos pobladores de la región, especialmente durante el periodo formativo, ocuparon un área muy extensa desde la cual sostuvieron intercambios con otras culturas entre las que debe mencionarse, en primer lugar, a la olmeca, que, como en otros muchos sitios, contribuyó con sus influencias a definir una etapa muy importante en la historia antigua de México.
Los estudios a los que se deben la mayor parte de las hipótesis sobre la vida de las primitivas comunidades morelenses, se han basado en el análisis de restos cerámicos, de figurillas, y de otros objetos; todo parece indicar que al término de la época de nomadismo, la alimentación de aquella gente pudo completarse con los productos de cultivo incipientes logrados sobre terrenos próximos a las orillas de los lagos y en otros lugares con algún abastecimiento de agua (1). Las habitaciones en aquellos primeros asentamientos permanentes deben haber sido construidas empleando materiales perecederos, como barro y paja; no se conservan evidencias que ilustren como fueron esos agrupamientos y lo que se presume sobre la morfología de las viviendas se ha apoyado en la observación de algunas soluciones vernáculas actuales en las que se advierten supervivencias formales y constructivas hondamente vinculadas con el medio local.
Entre los siglos IX y X, durante la fase que se conoce como período Xochicalco, muchos de los antiguos pueblos de Morelos alcanzaron un cierto grado de madurez que los llevó a ser conjuntos con una intensa vida urbana. Se construyeron entonces varias ciudades que incluían previsiones para la defensa y que alojaba a importantes recintos de carácter religioso además de otras instalaciones propias para el comercio y para la gran variedad de actividades que desarrollaban los distintos estratos de la población. Por aquellos años se hicieron más evidentes los contactos de las sociedades morelenses con habitantes de otras regiones, como lo demuestran varios de los rasgos más notables de Xochicalco, de seguro el conjunto más destacado de aquel tiempo: en efecto, las formas arquitectónicas de los basamentos, y los relieves que decoran los edificios son pruebas de las relaciones que tuvo el área con la cultura maya y con los zapotecas de Monte Albán. (2)
Tlayacapan ha sido objeto de unas cuantas exploraciones, de manera que es muy poco lo que se sabe del lugar durante la etapa anterior a la caída del imperio tolteca-chichimeca. Los datos históricos que se han recopilado sobre Tlayacapan coinciden en afirmar que la primera organización urbana se debe a los xochimilcas que llegaron a Morelos después de cruzar el valle de México; esa tribu nahuatlaca, junto con la de los chalmecas, se estableció en la zona norte del Estado antes de que hicieran su aparición los tlahuicas, a quienes se identifica por sus ubicaciones en las tierras bajas que rodeaban a la antigua Cuauhnáhuac. Los xochimilcas, sin embargo, no llegaron simplemente a tomar posesión sino que tuvieron que conquistar y sojuzgar a quienes ya vivían en varios pueblos; entre los más importantes que pasaron a su poder se cuentan: Tetela, Hueyapan, Tlalmimilulpan, Oaxtepec, Cocoyoc, Tepoztlán y otros además de Tlayacapan (3). Hasta los últimos decenios del siglo XIV la región estuvo dominada por los xochimilcas, quienes, aún teniendo enfrentamientos esporádicos con otros pueblos, habían precisado un sistema de jerarquías mediante el cual algunas poblaciones eran cabeceras de ciertos sectores en los que se producían alimentos y otros productos de importancia.
Tlayacapan fue una especie de capital regional por su situación geográfica pues era uno de los pasos obligados hacia el valle de México. El interés de los xochimilcas en el pueblo quedó de manifiesto con la traza de que fue objeto previendo la ubicación de casas en grupos que luego se convirtieron en barrios; aquella división del espacio desempeñó un papel de gran relevancia habida cuenta de que los aztecas lo conservaron por lo menos parcialmente cuando hacia mediados del siglo XV sometieron al poblado y a un gran número de otros asentamientos del mismo linaje que se encontraban en sus alrededores: en la población se aplicaron, según afirman algunas fuentes, las ordenanzas que había dictado Moctezuma I para pueblos a los que se concedia suficiente importancia relativa, como fue el caso de Tlayacapan, pues aunque se le hizo depender del cacicazgo de Oaxtepec, se le concedieron otros valores de carácter militar y comercial. Los primeros se debieron a la guarnición que protegió los manantiales y los baños que el propio Moctezuma desarrolló en Oaxtepec, así como a las previsiones para defensa que ya los xochimilcas habían construído en lo alto de varios cerros aprovechando las espléndidas condiciones estratégicas del medio; durante mucho tiempo, además, sirvió Tlayacapan a los mexica que pasaban por el sitio en rutas que unían a la ciudad de Tenochtitlan con las regiones del sur que hoy integran las jurisdicciones de Puebla, Oaxaca y Acapulco, entre otros lugares relevantes. Esa condición de estación de paso a diversas vías también modificó sus antiguas estructuras sociales: en varios sectores del poblado se acopiaban algunos de los tributos que eran conducidos hasta el valle de México, de manera que el gran movimiento de personas que frecuentemente se observaba hizo propicio un mercado de dimensiones muy considerables en el que no sólo se expendían los objetos de alfarería que se producían localmente, sino también otros muchos que eran llevados desde pueblos muy distantes.
Tlayacapan debe a la etapa de ocupación mexica buena parte de su importancia, el nombre con el que todavía se le conoce -que procede de las voces del náhuatl tlalli, tierra, yácatl, nariz, y pan, sobre, y que se interpreta como sobre la nariz de la tierra (4)-, y una de las obras de ingeniería de mayores dimensiones que se hayan ejecutado en tiempos prehispánicos: la desviación de los ríos de Amecameca, que, según señalan las conclusiones de varios investigadores, fueron reencauzados para hacerlos pasar por una zona situada entre los campos de cultivo de Tlayacapan y los de Atlatlahucan (5). Aquellos trabajos mejoraron sensiblemente la producción agrícola del sitio, con lo que se reforzó aún más la relevancia que ya para entonces había adquirido para la economía y los sistemas de vida alentados desde Tenochtitlan.
Los habitantes de éste y de otros pueblos de Morelos que se encontraban en poder de los mexica se distinguieron por la bravura con que se defendieron cuando, en 1521, aparecieron los conquistadores españoles buscando reducir las posibles defensas que los aztecas hubieran podido disponer en los alrededores del valle de México.
2.-EMPLAZAMIENTO
El conjunto que forman el templo y el convento de San Juan Bautista ocupa un lugar de singular importancia en Tlayacapan pues no sólo es el elemento arquitectónico más destacado del centro de la población sino el origen de la mayor parte de los ejes urbanísticos y visuales que dan cohesión al asentamiento: la localización del edificio es producto de las decisiones de quienes ordenaron la traza a la manera española, pero puede afirmarse que la ubicación de la construcción de mayor jerarquía en el pueblo coincidió con el sistema de referencias y de distribución de espacios que habían consagrado tanto los xochimilcas como los mexica. En efecto, cuando se comenzaron a establecer los primeros colonos españoles en Tlayacapan, los encargados de la nueva organización del sitio -que fueron los alarifes y los arquitectos agustinos- analizaron el antiguo caserío y descubrieron una notable serie de similitudes entre los métodos de urbanización utilizados por los indígenas y las normas españolas de diseño de pueblos y ciudades, que se apoyaban en los mensajes contenidos en la Biblia y en algunos de los secretos que habían conservado las logicas de los templarios, grupos que, entre otras cosas, pasaron a la historia como creadores de la arquitectura gótica medieval. (6)
Las investigaciones que se han realizado sobre los recursos geométricos empleados por los constructores del altiplano mexicano en la época prehispánica, señalan la existencia de una unidad de medida, a la que se llamaba maitl y que alcanzaba los 162 cm., que, en cuadrados, se usaba como principio rector de muchos trazos; ese patrón coincidió con el doble del que llevaron los españoles, pues la vara castellana con la que se modulaban las composiciones era de aproximadamente 81 cm., la suma de cuatro cuartas; el principio geométrico europeo partía también de un cuadrado y, lo mismo, de un rectángulo proporcional y armónico al que se llama aúreo, o de oro desde la época de la antigüedad clásica griega. Las líneas que definen a un rectángulo aúreo inscribe al triángulo divino que, en opinión de varios estudios, corresponde al que estudió Pitágoras, de 33° 1/3, y que en este caso fue de una gran utilidad pues es la base del trazo de Tlayacapan. (7)
La coincidencia entre los sistemas geométricos indígenas y españoles, o mejor dicho, su relativa correspondencia, facilitó el trazo del nuevo pueblo y la determinación de los ejes, ortogonales y diagonales, a partir de los cuales se ubicaron los centros de los distintos barrios y sus respectivas capillas, unas desde los primeros tiempos de colonización y otras en el transcurso de los años. El sentido casi mágico que se confirió a las relaciones entre el medio natural y las construcciones de Tlayacapan se expresó, de alguna manera, en el dimensionamiento de los bloques que forman las manzanas: se trata de sectores, también armónicos, de 96 x 144 varas (8) con los que se definieron las zonas de habitación y los entornos de los barrios.
El pueblo se extiende sobre un pequeño valle al que limitan las últimas eminencias de la cadena del Tepozteco; el paisaje está formado, al poniente, por cerros y grandes paramentos de piedra basáltica en los que crecen apenas unas cuantas especies vegetales, mientras al oriente y al sur se abren las partes altas de las grandes planicies que forman el valle de Cuautla. Los regímenes de lluvias en la zona de Tlayacapan contribuyen de manera definitiva a modificar periódicamente la imagen del sitio, pues los verdes que acompañan al poblado y a la arquitectura religiosa de mayo a octubre, se convierten en dorados de diciembre a marzo y en violetas alrededor de abril gracias a las aportaciones de las jacarandas; el volumen del antiguo monasterio sostiene notables relaciones no sólo con los barrios y con las capillas de la localidad, sino con el medio geográfico y con los árboles y los cultivos que, por fortuna, todavía ocupan un área de dimensiones muy considerables en la traza y en los alrededores de los caseríos.
3.-HISTORIA
Una de las tradiciones históricas más conocidas de Tlayacapan señala que Hernán Cortés, acompañado por el fraile franciscano Pedro Melgarejo, recibió la rendición de los señoríos de la región a la sombra del famoso árbol de Pochote (9) que todavía se conserva en el extremo norte de la plaza, frente al edificio de la alcaldía. Cerca de un año después, es decir, en 1522, la denominación española abarcaba todo lo que hoy es el estado de Morelos y comenzaban a consolidarse las actividades que impusieron e impulsaron los colonizadores, como las siembras de trigo, caña de azúcar y moreras, así como la cría de caballos y de otras especies; por aquella época el padre Melgarejo no sólo fue el primero sino el único que misionó por el rumbo de Tlayacapan. (10)
Los datos sobre los primeros años del pueblo, que empezaba a organizarse a la usanza europea, son un tanto vagos y dispersos quizá porque la colonización no fue seguida inmediatamente por el establecimiento de un conjunto religioso. Se ha especulado sobre una posible sujeción de Tlayacapan a Totolapan debido a que ésta última localidad fue entregada en encomienda a Diego de Holguín hacia 1526, al parecer aprovechando la ausencia de México de Hernán Cortés; en 1529, los dos pueblos y otros 21 asentamientos pasaron a formar parte del marquesado del valle de Oaxaca, pero en 1532 la Segunda Audiencia decidió que un grupo de comunidades encabezadas por Totolapan pasaran a depender directamente de la Corona.
Tlayacapan fue visita de la casa que los agustinos fundaron en Totolapan y tal vez desde 1534 (11) fue objeto de atención por parte de fray Jorge de Avila; aunque no hay evidencia suficiente, se ha presumido que, ya trazado el complejo urbano, y definido del todo el predio que ocuparía la iglesia, se iniciaron algunas obras de carácter provisional en las que se celebraban los servicios religiosos. Los indígenas asistían a aquellas funciones, pero permanecían en el atrio, circunstancia que parece haber conducido a que la fábrica del convento se comenzara justamente por la capilla abierta.
Varias informaciones coinciden en señalar que el convento fue fundado en 1554, pero es muy probable que las obras se hayan iniciado algún tiempo antes toda vez que ese mismo año recibió la categoría de vicariato. Los trabajos previos a la fundación formal del establecimiento incluyeron a la capilla abierta ya mencionada, a los aljibes en los que se almacenaba el agua, y tal vez hasta a las más primitivas capillas posas que se levantaron a las cuatro esquinas del atrio. Los agustinos que se instalaron en Tlayacapan fueron alentados por fray Jorge de Avila, personaje que influyó de manera decisiva en la construcción de los conventos de Ocuituco y Totolapan y a quien se ha supuesto una importante participación en el diseño y hasta en el trazo del monasterio de San Juan Bautista. La obra se completó en cerca de 20 años, de manera que la dirección de los trabajos debió haberse dividido entre varios de los frailes que habitaron el conjunto desde su primera época. El convento propiamente dicho se concluyó en una fecha imprecisa pero de seguro antes de que se iniciaran los trabajos de erección del templo, pues según se cree, cuando se le ascendió a priorato, en 1566 (12), todavía no se comenzaba la obra de la iglesia. Diego Angulo (13), George Kubler (14), y otros autores, suponen que la edificación tanto de la casa como de la nave abarcó un único período: investigaciones más recientes sugieren que el templo se comenzó en 1569 y se terminó en 1572 (15). La portada de la iglesia de Tlayacapan forma parte del grupo que, en Morelos, se caracteriza por el empleo de un frontón triangular un tanto peraltado a modo de remate: es probable, dadas las formas refinadas de este templo, que su autor haya reinterpretado el diseño de Francisco Becerra para el acceso lateral de la iglesia del convento franciscano de Nuestra Señora de la Asunción de Cuernavaca, que fue fundado en 1539 (16) y que hoy se utiliza como catedral.
Hacia los últimos años del siglo XVI, el conjunto religioso de Tlayacapan era ya uno de los más importantes de la provincia tanto por su población -que al decir de algunas informaciones llegaba a 20 frailes-, como por la influencia que ejercía sobre una vasta región y hasta por los objetos de arte que habían podido reunirse en sus interiores. No se sabe, desafortunadamente, cómo fueron los arreglos básicos del interior de la nave y cómo fue, si lo tuvo, el retablo principal: los datos relativos a la vida del edificio son un tanto inconexos y aunque ya durante el siglo XVI se le consideró terminado en su totalidad se ha podido establecer que diversas labores lo acondicionaron en los decenios siguientes. La hospedería, que es uno de los anexos de mayores dimensiones, se levanto en el siglo XVII unos cuantos años antes de que se modificaran varias rutas comerciales y el pueblo, que para entonces ya no dependía de Totolapan, cayera en un estado casi de abandono. Las noticias relativas a la parroquia señalan para el siglo XVIII un único acontecimiento que, a la larga, dió lugar a una importante serie de modificaciones en el edificio: el curato fue secularizado el 14 de noviembre de 1754 (17), unos años después de que los agustinos intentaron contribuir a la reactivación de la vida de la región mediante la organización y puesta en funcionamiento de un colegio en el convento.
No podría afirmarse que el antiguo monasterio cayó en desuso a partir del momento en que lo dejaron los frailes, pero es evidente que la mayor parte de los deterioros que ha sufrido ese establecimiento se han presentado desde los últimos decenios del siglo XIX. El interior de la nave, por ejemplo, se transformó al grado de que el altar mayor hoy se encuentra respaldado por un retablo de origen formal neoclásico muy probablemente originario de los primeros años de este siglo y muchas de las dependencias originales, entre las cuales se destacan la portería y la capilla abierta, han perdido buena parte de los elementos que les fueron propios durante un largo período de la vida del edificio. Las condiciones actuales de la población, que sigue dedicada a la agricultura aunque también intenta mejorar la calidad de su vida por medio de la alfarería y el turismo, quizá contribuyan a reanimar una vez más a su convento.
4.-DESCRIPCION ARQUITECTONICA
El conjunto monástico de San Juan Bautista es de una importancia notable respecto del sector del pueblo en que se asienta, que es fácil imaginar algunos de los pormenores que dieron origen a los elementos de su partido arquitectónico: algunos investigadores, entre quienes se cuenta Claude Favier, opinan que la construcción de la capilla abierta y de la portería se iniciaron cuando ya los planos de proyecto habían sido terminados y cuando ya se había trazado una de las secciones más importantes del conjunto: el atrio. El orden en el que se siguieron agregando los componentes del volumen, según los juicios de los mismos estudiosos, fue fijado de acuerdo a las consideraciones constructivas que hay en toda obra, pero, también, con la intención de subrayar en manos de quienes estaba entonces el poder. El espacio atrial de Tlayacapan comparte una importante serie de nexos y similitudes con áreas religiosas similares en varias zonas del país, de manera que sería un tanto aventurado insistir en que se trata, desde ese punto de vista, de un trabajo excepcional. Tampoco lo son, por desgracia, los objetos o los rasgos de los que se hizo valer a la arquitectura para transmitir los mensajes que requería la evangelización y que, más tarde, se fueron depurando y siendo útiles en el mantenimiento de la fe de la comunidad.
El convento de San Juan Bautista se completó después de muchos años de trabajo y, de seguro, en condiciones que permitieron que la vida de la iglesia se desarrollara sin mayores sobresaltos o interrupciones: entre lo que ha desaparecido, y que vale la pena mencionar, se trata de uno de los arreglos del atrio, destaca el camino procesional que unió a las capillas posas y que dividió las zonas de circulación, de las áreas en las que se llevaron a cabo las actividades que dirigía la instalación religiosa. El atrio, como ocurrió en otros sitios, fue luego utilizado de muy diversas maneras hasta que a mediados del siglo XIX se impuso la prohibición de que se siguiera empleando como cementerio; a partir de entonces fueron otros sus usos, en especial los que se relacionaron con las fiestas anuales de la comunidad. La imagen actual de ese gran espacio que es el atrio es el de un terreno cuya utilidad consiste en servir de atajo a quienes cruzan el pueblo en el sentido que sugiere la colocación de los accesos, el principal, y el lateral, que se abre sobre la barda sur; los caminos han desaparecido para dejar su lugar a veredas y aunque el andador central conserva por lo menos una parte de su enlosado, y de que se encuentra bordeado por varios árboles de considerables dimensiones, la verdad es que se vive un clima de cierta melancolía causado por la apariencia ruinosa de sectores completos del edificio.
El interés del volumen se debe a circunstancia muy diversas, pero particularmente a los detalles arquitectónicos y compositivos a los que recurrieron los constructores dejando constancia no sólo de las posibilidades expresivas de un inmueble de esta naturaleza, sino de la gran cultura arquitectónica e histórica que se había acumulado para entonces; en prácticamente la totalidad de los elementos que forman el edificio se hizo participar a los sistemas de trazo armónico que habían sido formulados desde la antigüedad clásica y que, con algunas variantes que los enriquecieron durante períodos definidos de la historia del arte, eran conocidos por grupos vinculados con la creación de objetos y de espacios con los cuales era necesario manejar y proporcionar interpretaciones religiosas y simbólicas sin las cuales no habría sido posible la edificación de grandes construcciones dedicadas al estudio y a alojar ritos del culto católico.
El complejo arquitectónico de San Juan Bautista cuenta, entre sus singularidades, con la ubicación del convento hacia el lado norte de la nave del templo; la fachada general que se forma desde la portería, o portal de peregrinos, hasta el volumen de la capilla lateral de la tercera orden, según indican las conclusiones de estudios entre los que se hallan los de Michael Wolfgang Drewes, podría sugerir una jerarquización distinta de la que en realidad se dió al conjunto; en efecto, el enorme volumen del templo parece ser lo más importante cuando es el convento el componente que da sentido a la composición y a la relación entre muros, vanos, alturas y circulaciones. La capilla abierta, que prestó sus servicios desde la primera época del inmueble, pasó a formar parte del acceso al convento cuando se le agregó, hacia el frente, el área del portal de peregrinos: la primera está limitada por una pequeña arquería de tres vanos mientras la portería está contenida por cinco arcos, todos de medio punto e iguales, a excepción del segundo desde el norte, que es un tanto mayor en claro y en altura.
La fachada del templo es, ahora, lo más interesante desde un punto de vista funcional habida cuenta de que es la sede de la parroquia y tanto el párroco como la habitación que ocupa no son tan relevantes como lo fueron los frailes y el convento en la época histórica del establecimiento. La fachada es una obra del mayor interés tanto por la portada, que como se dijo pertenece al grupo de las que se inspiraron en las proposiciones del maestro Becerra, como por la espadaña que la remata y que sigue los trazos simplificados de un frontón. La primera consta de dos cuerpos definidos por la puerta de acceso y la ventana de coro, respectivamente; los trabajos de cantería de ese componente son de delicada calidad, lo mismo que las pilastras y el frontón triangular que la envuelve y corona a manera de alfiz.
La fachada lateral sur está compuesta por los volúmenes de los enomes contrafuertes que resisten el empuje de la cubierta y que protegen, por lo menos visualmente, la masa de la capilla de la tercera orden. Los aplanados y la piedra, que fue cuidadosamente trabajada, se concentran en la fachada de acceso al templo pues el resto de los paramentos se muestran ya despojados de los recubrimientos que muy probablemente tuvieron durante toda su vida.
La nave es un espacio de la mayor importancia tanto por sus dimensiones como por el sistema constructivo que la hizo posible; se trata de una gran bóveda de cañón de medio punto corrido dividida sutilmente en cinco tramos apenas perceptibles gracias a los arcos formeros que contribuyen a soportarla y que se apoyan en elementos verticales de sostén que se resolvieron como medias columnas y como pilastras de sección cuadrangular. En el primer tramo se aloja al coro, que es de grandes dimensiones y que se comunica con la zona de feligresía por medio de un arco muy rebajado que, a su vez, forma parte del sistema de la bóveda que cubre el sotocoro. El ábside del templo es del tipo poligonal aunque el tratamiento de su techumbre corresponde a una bóveda casi en cuarto de esfera. Los objetos que pueblan el interior del recinto son relativamente recientes a excepción de un pequeño altar lateral: el retablo, de origen formal neoclásico, corresponde a una de las intervenciones que muy probablemente se llevaron a cabo durante los últimos años del siglo XIX o los primeros del presente; el mobiliario, y en general los objetos e instrumentos que completan la decoración son piezas que carecen de interés artístico e histórico.
El convento, que como ya se anotó se encuentra sobre la fachada lateral norte del conjunto, es una estructura de excepcional calidad organizada en torno de un patio central por medio de claustros cuyos andadores, en ambas plantas, presenta soluciones estructurales distintas; los bajos están cubiertos por nervaduras góticas que alcanzan un importante grado de complejidad en las esquinas mientras los altos llevan bóvedas de cañón de medio punto. El convento conserva la mayor parte de los locales que lo integraron, de manera que todavía pueden apreciarse la intención compositiva que animó el trazo de elementos tan importantes como el patrio, verdadero resumen del conocimiento de relaciones espaciales que se apoyan tanto en las esquinas como en los puntos que ocupan los vértices en que terminan los pilares hacia sus lados exteriores; un interesante trazo a partir de esos puntos revela, a juicio de muchas investigaciones, que la ubicación de vanos y de otros componentes del conjunto se decidió de acuerdo a las proporciones matemáticas que se desarrollaron desde el centro del patio, corazón mismo de las actividades de los frailes.
6.-NOTAS Y BIBLIOGRAFIA
(1)Enciclopedia de México.- Tomo 9, segunda edición,. México, 1977
(2)Enciclopedia de Méxio.- Tomo 9, op. cit. pág. 206 y 207
(3)ESTRADA Cajigal, Adriana. Tlayacapan. Notas históricas. DIF. Cuernavaca, Mor. 1984. p.7
(4)ESTRADA Cajigal, Adriana.- Op. cit. p.5.
(5)ESTRADA Cajigal, Adriana.- Op. cit. p.8.
(6)Enciclopedia de la Iglesia Católica en México.- Tomo 2, en prensa.
(7)Enciclopedia de la Iglesia Católica en México.- Tomo 2, en prensa.
(8)Enciclopedia de la Iglesia Católica en México.- Tomo 2, en prensa.
(9)ESTRADA Cajigal, Adriana.- Op. cit. p.9.
(10)VERA, Fortino Hipólito.- Itinerario Parroquial del Arzobispado de México y reseña histórica, geográfica y estadística de las parroquias del mismo Arzobispado; edición facsimilar de las de 1880, 1881 y 1889.- Biblioteca Enciclopédica del Estado de México.- Tomo XCIX, México, 1981. p.75
(11)ESTRADA Cajigal, Adriana.- Op. cit. p.17.
(12)ESTRADA Cajigal, Adriana.- Op. cit. p.17.
(13)ANGULO Iñiguez, Diego.- Historia del Arte Hispanoamericano.- Salvat Editores, S.A.- Barcelona, 1945, tomo 1, p.285.
(14)RUBLER, George.- Arquitectura Mexicana del siglo XVI.- Fondo de Cultura Económica.- México, 1983. p.285.
(15)Enciclopedia de la Iglesia Católica en México.- Tomo 2, en prensa.
(16)VARGAS Lugo, Elisa.- Las Portadas Religiosas de México.- UNAM.- México, 1969. P.175.
(17)VERA, Fortino Hipólito.- Op. cit. p.154.
TOUSSAINT, Manuel.- Arte Colonial en México.- UNAM.- Tercera edición.- México, 1974.
Elaborado por: Jaime Haro
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San Juan Bautista