Nombre del Inmueble
San Miguel Arcángel y Capilla de San Rafael
Clave del estudio monográfico
MX-SC-DGSMPC-EM-000047
Estado, Municipio, Localidad
Guanajuato > San Miguel de Allende > San Miguel de Allende (110030001)
Estudio Monográfico
Clave del estudio monográfico
MX-SC-DGSMPC-EM-000047
Contenidos
1.-EMPLAZAMIENTO
La ciudad de San Miguel de Allende es un asentamiento estratégicamente ubicado entre suaves lomas y mesetas, lo que le da a su topografía bastante relieve, sin llegar al paisaje accidentado de ciudades mineras, como Guanajuato o Taxco. Por esa razón, la traza del casco histórico es ortogonal, aunque con algunos quiebres dictados por las ondulaciones del terreno. La irregularidad en la traza se acentúa más bien en los barrios modernos: la Colonia Guadalupe al norte, la Colonia Arcos de San Miguel al oriente, las Colonias Allende y San Antonio al sur, y la Colonia San Rafael Insurgentes al poniente. Todas estas partes nuevas de la ciudad están claramente delimitadas por arroyos o cañadas de modo que el visitante percibe claramente su ingreso al centro histórico.
Otra característica de la traza de San Miguel es que, no obstante su relativa ortogonalidad, es discontinua. Muchas de las calles que corren de norte a sur interrumpen su trayecto justo al llegar a la serie de manzanas alargadas en sentido oriente-poniente que constituyen una especie de espina vertebral de la ciudad. Es precisamente este eje, flanqueado por las Calles Conde de La Canal-San Francisco y Umarán-Correo-Santo Domingo, el que, al pasar por el centro del poblado deja el espacio abierto del Jardín Allende, donde se concentra la vida social, cívica turística y comercial de esta localidad.
Al sur de esta plaza se encuentra el recinto de la parroquia de San Miguel Arcángel, con su atrio y capilla de San Rafael, también conocida como Santa Escuela. La capilla colinda con el antiguo portal de un mercado público de principios de siglo, que ahora ocupan la Oficina de Turismo y un restaurante. El portal en cuestión es lo más parecido que puede encontrarse en México a una stoa griega, no solamente por su estilo neoclásico, sino por las funciones que ha cumplido cerca de la plaza principal. Cierto es que el peristilo está formado por columnas toscanas y que el intercolumnio dista mucho de apegarse a las proporciones de la arquitectura civil de la Grecia clásica. No obstante, el simple hecho de que se trate de un portal con entablamento en lugar de arcadas, le da un acento clásico.
En la esquina que forman las calles de Umarán y La Cuna de Allende, a un lado de la parroquia, se encuentra la casa del insurgente don Ignacio Allende. Es una noble construcción de cantera, color arena, en dos niveles, con una portada labrada sobre la fachada que ve hacia el atrio de la parroquia.
Pronto se cae en cuenta de que los principales personajes de la insurgencia pertenecían a las familias más importantes de la villa. No sólo la casa de Ignacio Allende está sobre la plaza principal: placas alusivas indican la de su hermano Domingo, en la esquina de Reloj y De la Canal, donde se hacían las reuniones de los conspiradores; y la de la familia Lanzagorta, que también apoyaba el movimiento, a la que se ingresa por la calle de Correo.
La plaza misma es de planta rectangular, alargada de oriente a poniente. En ambas direcciones hay edificios con portales, pero el del lado oeste es, sin duda, el más elegante. Se trata de la Casa del Conde la Canal, cuya portada de ingreso, por la calle del mismo nombre, es una de las más bellas de la arquitectura civil novohispana.
Como la mayoría de las plazas del Bajío, el Jardín Allende está sembrado por laureles cuyas frondas están podadas geométricamente. Bajo su sombra, los visitantes pueden descansar en las bancas de hierro colado, hacer el circui to de circunvalación a la plaza, o bien escuchar la música del pintoresco kiosko al centro, que ocupa el mismo lugar en que existió -todavía en 1870- una fuente conmemorativa de la que emergía una columna.
2.-HISTORIA DEL EDIFICIO
Se supone que fue fray Juan de San Miguel, fundador del pueblo, quien trazó en 1542 la primera iglesia, que tenía techo de troncos. A su sucesor, el francés fray Bernardo de Cossin, se deben mejoras en el primer templo. En 1575 dió inicio la construcción de una iglesia de piedra que en 1578 aún no se terminaba. Esa fue la primera sede del cura que nombró don Vasco de Quiroga. Posteriormente la ciudad cambió de sitio al lugar en el que actualmente se emplaza. Debido a la bonanza de la villa, a mediados del siglo XVII ya era insuficiente la iglesia de San Antonio que luego sería la de la tercera Orden del convento franciscano. Las obras de la iglesia parroquial se iniciaron en 1683, bajo la dirección del maestro Marco Antonio Sobrarías. Lo primero en construirse fue la Cruz Latina con capillas laterales, portada central y una torre de dos cuerpos. Posteriormente se le agregó otra torre, de tres cuerpos.
Para 1706, el maestro mayor de la obra era Antonio de Guzmán. Ya se estaba poniendo en esa época la veleta de la torre, mientras que las demás se estaban construyendo, lo mismo que las escaleras. 60
El altar mayor del templo era una reproducción en menor tamaño del altar del Sagrario Metropolitano y contaba con esculturas de Mariano Arce y Mariano Perusquía, así como pinturas de Miguel Cabrera (del siglo XVIII) y de Juan Rodríguez Juárez.
En 1786 se construyó, detrás del presbiterio, una cripta y encima de ella, un camarín, que el historiador De la Maza y el Párroco José Mercadillo y Miranda atribuyeron al arquitecto Eduardo Tresguerras. 61 Si se puede comprobar que éstas y los retablos de mampostería le pertenecen, serían sus primeras obras, realizadas a la edad de 27 años, pues la primera de la que se tiene noticia cierta actualmente, es el monumento a Carlos IV de 1791. Es muy probable que ello sea cierto en el caso de los retablos, pues hay uno muy similar en El Carmen, de Celaya. Otros ejemplos de arquitectura de Tresguerras se encuentran en Morelia, Guanajuato y Querétaro. Por otra parte, es significativo que en su obra, Ocios Literarios, mencione haber hecho arquitectura en San Miguel de Allende.
El camarín, según un documento que consta en el archivo notarial, fue construido debido a que la devoción al Señor de Ecce Homo había decrecido donde se le adoraba anteriormente, en el Oratorio de San Felipe Neri.
Una fotografía de la década de 1870 muestra la fachada del templo, así como la torre que por entonces tenía la iglesia vecina de la Santa Escuela o de San Rafael. En el atrio se observan algunos árboles, y al centro de la plaza, que no tiene árboles, una fuente en cuyo centro hay una columna corintia conmemorativa.
Hasta 1870, la iglesia de San Rafael, o de la Santa Escuela, todavía tenía una torre con sillarejo dentado en las esquinas del primer cuerpo, ventanas con arcos y columnas adosadas en el campanario propiamente dicho, así como un techo cónico similar al de la parroquia. El nombre de Santa Escuela se debe a que allí fundó Luis Felipe de Alfaro esa asociación, a mediados del siglo XVIII.
Ya entrado el siglo XIX el cura José Alejandro Quesada renovó la iglesia e hizo los retablos de piedra. Aunque el estilo neoclásico de estos haya sido muy criticado, no se comprueba aún que antes hayan ocupado sus sitios retablos barrocos de madera dorada.
Continuando con la renovación, la fachada y torre actuales fueron construidas cuando eran curas Maximino Moncada, Vicente J. Campa y Juan V. Villaseñor. El primer o de ellos recibió dinero del pecunio personal de don José María de Diez de Sollano, obispo de la Diócesis de León, dentro de la cual se encontraba entonces San Miguel, con el objeto de hacer la fachada.
La primera piedra se colocó en 1880. El autor de la obra fue el maestro Zeferino Gutiérrez Muñoz, al mismo que se le atribuyen la iglesia de la Saleta, en Dolores Hidalgo (1875-1896), y la cúpula de la iglesia de la Concepción, en el mismo San Miguel. El historiador Silvester Baxter conoció a Zeferino y lo describe como un albañil indígena pobre y casi analfabeto, que interpretaba por sí mismo el estilo gótico, a través de ilustraciones que llegaban a su alcance. Al parecer, la obra fue terminada antes de 1901.
El poco ortodoxo estilo gótico de Gutiérrez Muñoz ha sido muy criticado, por no atenerse a las normas y por no tratar de armonizar las líneas de la fachada de la parroquia con el resto del conjunto de la Plaza de San Miguel. Sin embargo, para crear alguna unidad estilística, también los pilares de la reja frontal del atrio se hicieron en estilo gótico. La torre del templo de San Rafael fue demolida para construir en su lugar otra de estilo similar, también diseñada por don Zeferino.
En el lado poniente de la nave, y ya en nuestro siglo, el cura Enrique Larrea construyó la capilla de Nuestra Señora del Carmen, comunicándola con la de Nuestra Señora de los Dolores. De esta manera quedó formada una nave completa. En 1964 se hizo otro tanto del lado oriente: la nueva capilla de Nuestra Señora del Rosario se comunicó con la del Señor de la Conquista, y se integró así el templo de tres naves.
En 1930-1932 se erigió en el lado oriente del atrio un monumento al Obispo de León, José María de Jesús Diez de Sollano y Dávalos, que financió la discutida fachada neo-gótica.
En 1942 se inauguró el monumento a fray Juan de San Miguel en la esquina noroeste del atrio de la iglesia. El diseño se debió a Nicolás Mariscal Barroso y la escultura fue obra de Fidias Elizondo. La exedra levantada entonces recuerda la balaustrada que tenía el atrio a principios del siglo XIX.
3.-DESCRIPCIÓN ARQUITECTÓNICA
El conjunto que forman la Parroquia de San Miguel Arcángel y la Capilla de San Rafael ocupa una parte de la manzana situada frente a la plaza principal de la ciudad, donde se encuentran las calles de Correo e Hidalgo. Su atrio en forma de escuadra está algo remetido respecto al paramento de la calle de Correo, y lo delimita en parte una reja atrial con pilares neogóticos. Al llegar a la esquina, la reja atrial se interrumpe para dejar paso a una balaustrada que recorta un espacio en forma de cuarto de círculo donde se da cabida al monumento dedicado a Fray Juan de San Miguel, fundador de la ciudad. En el interior del recinto atrial, frente a la capilla de San Rafael, hay una fuente circular de la que surgen un plinto y una columna de capitel corintio, sobre la que a su vez se apoya una estatua del obispo José María de Jesús Diez de Sollano.
La fuente y la columna se asemejan mucho a las que aparecen en el centro de la plaza en la fotografía del siglo pasado que se reproduce aquí mismo.
La parroquia, orientada de norte a sur, se distingue por el insólito cuerpo pseudogótico de la torre central, que es al mismo tiempo su fachada principal, y que se eleva por encima del contexto de una de las más típicas ciudades coloniales del Bajío. Esta peculiaridad es y ha sido motivo de orgullo para los habitantes de San Miguel de Allende desde fines de siglo pasado. Los antecesores de los actuales pobladores -comerciantes, artesanos y terratenientes- y sus conductores espirituales, fueron quienes comisionaron a don Zeferino Gutiérrez esta obra que pretende imitar a las orgullosas catedrales medievales que elevan sus enhiestas torres, agujas y pináculos por encima de las ciudades y la campiña europeas.
Desde principios de este siglo, muchos han advertido que en las torres, agujas y pináculos de la parroquia de San Miguel resulta difícil reconocer al gótico: sus proporciones y detalles concuerdan poco con los modelos europeos. El hecho de que la parroquia de San Miguel se haya erigido dentro de este estilo, obedece a que durante la segunda mitad del siglo XIX, cuando fue construida esta obra, en muchos lugares se levantaron templos neogóticos, como una alternativa a la excesiva rigidez del academismo neoclásico. México no escapó a esa corriente, y el propio Gutiérrez fue autor de otros intentos neogóticos, como el templo de La Zaleta en Dolores.
En la parroquia de San Miguel, Gutiérrez sólo adosó a la antigua portada del siglo XVII un conjunto de tres torres, una central con nártex porticado en su base y dos laterales más pequeñas. Con esto no hacía sino seguir algunas tradiciones que ya se habían arraigado en el Bajío: el nártex porticado aparece desde el siglo XVII en iglesias carmelitas en la Nueva España, como el Carmen Alto, en Oaxaca, o el Carmen, en San Angel. En las postrimerías del período virreinal y al inicio de la vida independiente de México, surgieron en Guanajuato templos con una sola torre central con nártex porticado en su base. La iglesia de El Carmen, en Celaya, de Francisco Eduardo Tresguerras, es un ejemplo famoso. Ya avanzado el siglo XIX comenzaron a construirse templos con tres cuerpos en la fachada, como es el caso del Santuario de Guadalupe en León, que tiene un volumen central con nártex y cúpula, y dos torres laterales.
En San Miguel la torre principal es central, adelantada y de planta rectangular. Las torres laterales, estrechamente adosadas a la primera, son cuadradas en su desplante, y sólo tienen tres cue rpos y remate. Ambas están montadas literalmente sobre las bases de los campanarios con que contaba el templo antiguamente.
El primer cuerpo de la torre central muestra al frente el vano de acceso, de perfil ojival, con jamba sobre las que se colocaron nichos con los cuatro evangelistas, y la arquivolta. Entre esta última y el borde triangular del frontón se forma un tímpano decorado con lazos y motivos vegetales de poco relieve. En las esquinas exteriores de la torre hay robustos contrafuertes cilíndricos, sobre lo que se ubicaron siete esbeltas pilastrillas semicilíndricas, que acentúan la verticalidad del volumen. Sobre los lados están los accesos laterales al nártex, donde también hay jambas con nichos y figuras, arquivoltas y tímpanos con decoración vegetal. En las torres secundarias se repiten los contrafuertes semicilíndricos, aunque en proporciones más esbeltas.
En el segundo cuerpo hacia el frente, se aprecia otro frontón de trazo triangular equilátero, que se eleva por encima de los tres tramos con arcos mixtilíneos. Dos de ellos son ventanas del coro, y el central lleva un nicho con la imagen del Arcángel San Miguel. El tímpano muestra relieves con pináculos que prolongan el ascenso de los haces de pilastras a ambos lados del nicho, y otras bandas ondulantes. En los contrafuertes cilíndricos de las esquinas hay pilastrillas esbeltas que se levantan por encima de hojas de acanto hasta los minúsculos arcos ojivales que a su vez soportan un entramado de arcos mixtilíneos. Más arriba surgen capiteles que soportan cornisas circulares. En las fachadas laterales de la torre, a la altura de este mismo cuerpo, se aprecian deformaciones en el trazo del frontón, como si Gutiérrez hubiese querido dar paso al vano central del campanario que está en el siguiente cuerpo. El tercer cuerpo introduce al frente un pilar central cilíndrico, que se asemeja a los contrafuertes y divide en dos calles el espacio. Sobre cada una hay arcos de medio punto con piñones triangulares y tímpanos que envuelven sendos pares de vanos ojivales formando el campanario. Los contrafuertes cilíndricos disminuyen su diámetro y forman nichos que a su vez alojan pináculos en relieve. Sobre la fachada lateral se aprecian algunas de las limitaciones del método pragmático con que don Zeferino daba forma a su arquitectura: los arcos y los frontones llegan de cualquier manera a los contrafuertes cilíndricos, y deforman notablemente su trazo. Por su parte, las cornisas de dichos contrafuertes se interrumpen de pronto, sin solución lógica.
El cuarto cuerpo de la torre principal lleva cuatro vanos al frente y tres a los lados. Los contrafuertes cilíndricos en la esquina disminuyen notablemente de sección y se prolongan en pináculos. La flecha, de planta octagonal y con óculos alternados con medallones, muestra relieves en las aristas que en algo recuerdan las crestas de las fechas góticas.
La planta del templo parroquial adopta, en lo esencial, la forma de una cruz latina. El nártex bajo la portada neogótica deja ver, en el ingreso al interior del templo, restos de la sencilla portada original del siglo XVII. Este espacio da acceso a la nave principal, dividida en cuatro tramos. El primero corresponde al coro y al sotocoro. La bóveda del coro es de arista, al igual que las de los dos tramos siguientes. La del sotocoro es del mismo tipo pero con perfil escarzano. Si se exceptúa la bóveda del coro alto, todas las demás y los arcos fajones que las subdividen muestran su factura, pues están despojadas de los aplanados originales.
En el crucero, el espacio se eleva más aún a partir de los arcos torales y las pechinas situadas entre éstos. Una cornisa octagonal con barandilla de madera marca la transición hacia el tambor, donde Don Zeferino Gutiérrez intentó con éxito una variante estructural a un patrón que se repite cientos de veces en la arquitectura colonial. Así, en lugar de localizar nervaduras en los vértices del tambor octagonal, del que parten los ocho gajos de una cúpula gallonada, situó ocho pares de pilastras cercanos a los vértices, que además funcionan como jambas de otras tantas ventanas. Cada pilastra es semicilíndrica, de fuste liso, y lleva capitel pseudo-corintio. Por consiguiente son dieciséis nervaduras las que parten de las pilastras y se reúnen en forma equidistante en el óculo octagonal del que surge la linternilla de la cúpula.
Al optar por esta solución poco convencional, Zeferino Gutiérrez dejó una vez más constancia de que su experiencia como constructor lo llevaba a apartarse de los caminos trillados. Por esa misma razón sus cúpulas para el templo de La Concepción (también en San Miguel) y para el de la Zaleta (en Dolores), son de plata poliédrica, de doce y dieciséis lados respectivamente.
Los brazos del transepto, al igual que la prolongación de la nave principal sobre el presbiterio, son bóvedas de cañón con lunetos. Sin embargo, la claridad de los espacios centrales se diluye debido a las transformaciones y adiciones en las capillas laterales que con el tiempo han venido a convertirse en seudonaves laterales. El espacio resultante no llega a constituir una basílica: porque las naves laterales cubiertas con cañones y lunetos acompañan a la central sólo en dos de sus tramos, y también porque los claros que forman son desiguales, no coinciden con los brazos del transepto en los que desembocan.
Además, los retablos de las capillas que, originalmente estaban separadas entre sí, son lo suficientemente importantes como para establecer direcciones perpendiculares a la de la nave principal. El de el Señor de la Conquista, por ejemplo, tiene un receso cubierto por un tramo corto de cañón corrido, y como consecuencia, la distancia que separa a esta capilla de la de Los Dolores es mayor que la que existe entre los extremos del transepto.
Todo ello crea una ambigüedad direccional en los espacios interiores, muy alejada del sentido del espacio basilical. Se trata, sin lugar a dudas, de un eclecticismo espacial que corresponde precisamente al imperante en las épocas en las que ocurrieron las últimas transformaciones del templo.
Además de los espacios que forman propiamente el interior del recinto parroquial, hay otros locales auxiliares que cumplen también una función litúrgica. Son numerosos, y tienen una importancia arquitectónica que tal vez hubiese sido excesiva en los siglos XVI y XVII. En cambio, en las postrimerías del XVII era comprensible ese tratamiento. Tal es el caso de la sucesión de espacios abovedados con cañón y lunetos que se inicia con el bautisterio, a mano izquierda del sotocoro. La capilla de Cristo Rey, detrás del brazo izquierdo del transepto, es otro ejemplo: se encuentra cubierta con una bóveda de arista, que los alarifes quisieron adornar con más nervaduras de las estrictamente necesarias. La antesacristía, inmediata a la capilla, consta también de dos tramos con bóvedas de arista, y da acceso a la sacristía propiamente dicha, abovedada co n tres segmentos de cañón corrido y lunetos. Del otro lado del presbiterio hay otro espacio interesante; se trata de un simple pasadizo entre el brazo derecho del transepto y la Capilla del Señor de Ecce Homo, pero está cubierto por curiosas bóvedas troncopiramidales.
La sorpresa arquitectónica para el visitante es, sin lugar a dudas, la Capilla de Ecce Homo, ubicada detrás del presbiterio, y su cripta. No solamente porque se atribuye a Tresguerras, sino porque tiene cualidades propias dignas de señalarse.
La cripta es de planta cuadrada. Tiene una estructura de grandes volúmenes, acorde con el considerable peso que soporta. Cuatro arcos escarzanos parten de otros tantos machones ubicados en las esquinas, y sostienen una bóveda de arista de peralte muy rebajado, casi plano. Todos estos elementos están desprovistos de aplanado, de modo que es fácil apreciar el excelente trabajo de cantería estructural.
La cripta ha funcionado como panteón y como pequeña capilla para oficios de difuntos. Hay sepulcros bajo el piso, señalados por placas, y gran cantidad de nichos con restos sobre las paredes, así como tres tumbas de presbíteros muertos entre 1828 y 1840. Se llega a la capilla desde dos escaleras que parten del crucero y se reúnen en un tramo final, bajo el presbiterio, que desciende al pasadizo de acceso.
En el nivel superior, el camarín adopta una disposición octagonal, donde cuatro de los lados son más largos, y coinciden con las direcciones ortogonales del edificio. Tres de los lados largos, llevan recesos con arcos de medio punto y retablos de cantera labrada, mientras que el cuarto sirve de paso al presbiterio y al camarín del altar mayor. Por su parte, los cuatro lados cortos del octágono llevan nichos con las figuras de los evangelistas. Bajo las peanas que las soportan hay puertas que comunican a la sacristía o al pasadizo que viene desde el brazo derecho del transepto. Por encima de los muros y recesos del camarín pasa un entablamento decorado, rematado por una cornisa que se proyecta más sobre los lados cortos, y permite de esta manera regularizar la planta del octágono. En la resolución de esta ingeniosa transición se emplearon cuatro pares de lo que podrían ser ménsulas para soportar los tramos anchos de la cornisa. Pero sus masivas proporciones indican que se trata en realidad de impostas, de las que parten ocho de las dieciséis verdaderas ménsulas que soportan el tambor de la cúpula. La cornisa en la base del tambor se proyecta bastante y forma un pasadizo con barandal de madera.
Toda esta solución es realmente atrevida, y denota la presencia de un profesional que sabía manejar conceptos estructurales avanzados para su época. Así por ejemplo, las ocho ménsulas principales sobre impostas coinciden con los muros del camerín donde no hay arcos, mientras que las otras ocho sobre los altares son más cortas, lo que evita descargar su paso directamente sobre los vanos de medio punto. Esta sutil diferencia se subrayó decorativamente, ya que entre las ménsulas principales, Tresguerras colocó elegantes medallones enmarcados por molduras y festones labrados en cantera de caprichoso diseño, mientras que entre las ménsulas secundarias hay motivos moldurados más sencillos.
La cúpula del camarín se eleva sobre el tambor con óculos, siguiendo el perímetro octogonal de éste. Está inspirada en el intrincado diseño de la cúpula encasetonada de San Carlo alle Quatro Fontane, que construyó Barromini en Roma entre 1638 y 1641. Si n embargo, la cúpula de San Carlo es de planta elíptica, mientras que la del Camarín de Ecce Homo en San Miguel es octagonal, gallonada. Debido a ello, su autor introdujo nervaduras entre los gajos que rompen la continuidad de la trama del encasetonado.
Por lo que hace a la Capilla de San Rafael -conocida también con el nombre de Santa Escuela- se puede decir que su disposición interior se sintetiza en un espacio de una sola nave, en seis tramos: el primero es corto, con bóveda de cañón y lunetos, y en él se encuentran el coro y el sotocoro; del segundo al sexto tramo hay bóvedas de arista regulares, aunque la que está sobre el tercer tramo es más corta; el sexto y último tramo lleva el presbiterio, y está mejor iluminado que los demás, pues cuenta con ventanas laterales.
La pequeña capilla octagonal anexa a mano izquierda es interesante por tratarse de un divertimento de Don Zeferino Gutiérrez, que logró acomodar en un espacio mínimo una cúpula con linternilla sobre cuatro arcos apoyados en otros tantos pilares. De cada pilar salen otros dos arcos minúsculos que salvan el claro hasta la pared.
La fachada de San Rafael interesa porque sugiere dos cosas significativas. La primera, que los restos de su austera portada del siglo XVII corresponden seguramente a la fisonomía que tuvo la propia iglesia parroquial, según se desprende de la foto anterior a 1884 que se incluye en este trabajo. Y la segunda, que Don Zeferino Gutiérrez, al seguir sus modelos góticos, los adaptaba al material disponible. Así, en el decorado de relieves ojivales que aplicó a la torre, empleó ingeniosamente ladrillos expuestos, dejando cantera labrada sólo en el último cuerpo, donde va el campanario.
4.-OBRAS DE ARTE
Es difícil encontrar una iglesia en México cuyo patrimonio conste de obras tan variadas cronológicamente. En los interiores de la Parroquia y de la Capilla anexa de San Rafael se pueden encontrar desde imágenes del siglo XVI hasta murales contemporáneos, pasando por óleos de Juan Rodríguez Juárez y José Ibarra, y retablos de Francisco Eduardo Tresguerras. En total son 96 objetos, de los que da cuenta en detalle el catálogo anexo a esta publicación.
En el bautisterio hay una pila de cantera rosa del siglo XVIII, de notable factura, donde fueron bautizados Ignacio Allende y los hermanos Aldama. La cubierta de ebanistería data de 1935.
En el nártex, además de las dos antiguas pilas bautismales que ahora se usan como pilas de agua bendita, hay dos retablos neoclásicos. A la derecha está el de San Antonio de Padua y frente a él, el de San Roque. Ambas figuras se levantan sobre bancos de piedra dentro de un suave nicho flanqueado por dos pares de columnas de fuste estriado de cantera oscura y capitel dorado. Los entablamentos decorados siguen la curva interior de los nichos y de ellos surgen arcos de remate, también decorados.
Las capillas dedicadas a la Virgen del Carmen y Nuestra Sra. de los Dolores, situadas a la derecha de la nave, ostentan retablos de canteras grises y rosadas. El segundo se atribuye a Tresguerras, mientras que el primero fue diseñado en el presente siglo con el mismo estilo. En ambos casos las imágenes titulares al centro aparecen flanqueadas por sendas columnas, esbeltas y estriadas, de piedra oscura, y luego por otros dos pares, más robustas, con capitel corintio. Dos nichos laterales y otras dos columnas exentas completan la composición. Arriba pasa un entablamento, con vigorosos resaltos y cornisas muy pronunciadas, del que parte un frontón quebrado de perfil curvo. En ambos retablos se deja un espacio al centro para los óculos.
En el muro norte de la Capilla del Carmen se puede admirar un cuadro del siglo XVIII que representa la Asunción de la Virgen, de Juan Rodríguez Juárez. Se trata de una de sus obras más importantes, y supera incluso la que pintó con el mismo tema para el Retablo de los Reyes en la catedral de México. Está flanqueado por dos cuadros que representan al Bautismo de Cristo y su Resurrección, retocados en 1836 por un artista apellidado Gómez.
En la Capilla de los Dolores además de la imagen titular, debida a Perusquía, hay una buena pintura de la Inmaculada Concepción, del siglo XVIII, con influencias de Villapando, Correa y Rodríguez Juárez. Junto a ella se encuentra una cruz labrada de la misma época, ante la cual, según la leyenda, lloraron los jesuitas al ser expulsados de Nueva España.
En la primera capilla de la nave, a mano izquierda, está el retablo de la Virgen del rosario, de factura reciente, y que pretende imitar a los otros retablos neoclásicos que se encuentran en el sotocoro. A un lado, muy deteriorado, hay un gran óleo del siglo XVIII que presenta a la Virgen María acompañada de santos, sobre las ánimas del purgatorio. Este tipo de representación pertenece a lo que se conoció en la pintura colonial como cuadros de ánimas. Los abajeños fueron, por lo visto, muy aficionados a esta modalidad,, pues se pueden encontrar otros muy similares en San Francisco de la Tercera Orden, de San Miguel Allende, en la parroquia de Dolores Hidalgo, y en la iglesia de Comonfort.
La capilla del Señor de la Conquista, contigua a la anterior, cuenta con un retablo neoclásico de med iados del siglo XIX. Aunque es más sencillo que el atribuido a Tresguerras en el lado opuesto de la nave, no carece de calidad. En realidad la pieza más digna de verse en el Cristo de pasta de caña de maíz, de estupenda manufactura indígena, que fue elaborado en el siglo XVI en Pátzcuaro. Es muy grande el valor histórico de esta pieza, relacionada con la legendaria muerte, a manos de los chichimecas, de los padres Doncel y Burgos. A ambos lados del retablo hay dos murales de seis metros de altura pintados a mediados del presente siglo por Federico Cantú, con representaciones de la última Cena, y el Gólgota. Estos murales fueron cubiertos durante algún tiempo por considerarse irreverentes, y sólo gracias a la intervención del obispo Valverde Telles se descubrieron en fecha reciente. Junto al lado derecho hay también una Crucifixión del siglo XVIII bastante deteriorada.
En el crucero del templo, las cuatro pechinas de la cúpula llevan lienzos triangulares al óleo, y muestran a los Doctores de la Iglesia (Santo Tomás, San Jerónimo, San Agustín y San Buenaventura) cada uno asistido por alguno de los Evangelistas (San Juan, San Lucas, San Marcos y San Mateo).
En los brazos del transepto, los retablos son más importantes. Del lado oriente está el de la Virgen de Guadalupe, donde la imagen titular, un lienzo al óleo, tiene indicios de haber sido retocada en 1747 por Juan Baltazar Gómez, por lo que su realización debe ser anterior a esa época, quizá a principios del siglo XVIII. El retablo mismo tiene tres calles: la central, que contiene a la imagen principal, está flanqueada por dos columnas corintias, y la remata un entablamento con frontón sobre el que se alza un medallón; las calles laterales llevan nichos y sus entablamentos, apoyados en impostas, son independientes, lo mismo que los remates de jarrones situados sobre ellos. La composición queda enmarcada por un par de pilastrones de los que sale un arco moldurado de cantera labrada. Las enjutas entre el arco y la cornisa que recorre todo el transepto también dejan un paramento de cantera labrada. Contiguo a este retablo, sobre el muro sur, está el del Señor San José. El nicho central ya no aloja a la imagen original del santo, elaborada por De Arce y colocada ahí a mediados del siglo pasado por el cura José Alejandro Quezada, a cuya iniciativa se deben éste y muchos otros retablos neoclásicos en el templo parroquial.
El mencionado nicho lleva un marco con arco de medio punto y enjutas con festones. Está flanqueado por sendos pares de columnas de capitel corintio y fuste liso que dejan entrecalles para otros dos nichos. Un entablamento con resaltos solamente sobre el par de columnas centrales liga los tres espacios, y sirve de base al segundo cuerpo. En él se aprecia un espacio central con medallón e inscripciones, flanqueado por dos pares de columnas de capitel compuesto y, a los lados, grandes roleos estilizados geomátricamente sobre los que surgen medios jarrones de remate. Arriba hay otro entablamento, éste con resalto sobre las columnas en los extremos y un frontón quebrado del que apenas surge el arranque de su trazo curvo.
Los retablos en el otro extremo del transepto, del lado sur, son prácticamente idénticos a los anteriormente descritos, sólo cambia su advocación: en el principal se venera a la Virgen de la Luz, representada magistralmente en un óleo de José de Ibarra, mientras que el contiguo, sobre el muro sur, enmarca a la imagen de la Inmaculada Concepción atribu ida a Perusquía.
En el presbiterio, el retablo mayor también es neoclásico. El camarín central de arco escarzano está flanqueado por sendas columnas, nichos con arcos de medio punto y entablamento con resaltos sobre el primer cuerpo. Del segundo solamente emerge la caja central, también flanqueada por columnas, donde se encuentra una imagen del arcángel San Miguel del siglo XVIII.
En los muros laterales del presbiterio hay pinturas interesantes y de muy buena calidad: una Adoración de los Pastores del lado izquierdo, y enfrente, una Purificación, ambas de Rodríguez Juárez. En lo alto al oriente y al poniente los vanos con arcos de medio punto, llevan vitrales de principios de siglo con figuras de arcángeles.
Por otra parte, en el coro alto se encuentra un órgano de tubos, muchos de cuyos componentes fueron importados de Alemania y armados en México por el maestro Alfredo Wolburg.
Ya se ha mencionado la importancia de los tres retablos atribuidos a Tresguerras en el interior del Camarín del Ecce Homo. Son pequeños y sencillos, pero de buenas proporciones y con finos detalles. El principal cuenta con caja central, enmarcada por finas pilastrillas estriadas, y un frontón de trazo curvo. Un par de columnas exentas de capitel corintio y fuste liso, y sendas pilastras del mismo orden, robustas y estriadas, contrastan con el motivo central. Todo va rematado por un entablamento con resaltos del que todavía surge un cuerpo central.
En la antesacristía hay siete pinturas con escenas de la vida de la virgen, todas del siglo XVIII, entre los que destaca una Presentación de la Virgen al Templo, de autor anónimo, pero con rasgos de la escuela de Villalpando.
En la sacristía y uno de sus locales anexos, también hay varios óleos notables, entre los que sobresalen otra Presentación de la Virgen en el templo, una Visitación y uno más con San José y la Virgen pidiendo posada, los tres de Juan Rodríguez Juárez. También puede admirarse una Piedad de un pintor de la escuela queretana de principios del siglo XIX, una Pasión de Cristo y una Conversión de San Bruno, todas de autor anónimo.
No obstante el gran valor individual de estas obras, el conjunto del proyecto iconográfico original de la iglesia parroquial se encuentra hoy irreconocible. Sólo conservan alguna coherencia entre sí las escenas de la vida de la Virgen que se hallan en la antesacristía.
En la iglesia de San Rafael, existen obras de arte popular que tienen un interés extraordinario. Particularmente digno de mención es el gran cuadro del lado izquierdo de la nave que representa un retablo estípite dedicado a La Santísima Trinidad, donde aparecen los siete arcángeles encabezados por San Miguel. Este tipo de pintura fue común en la Nueva España, y es posible que haya sido usado anteriormente como retablo para la iglesia, a falta de uno de madera. Encargado por una cofradía, muestra al arcángel San Miguel en uno de sus imaginarios nichos, con la interesante particularidad de que sostiene un estandarte de la Virgen de Guadalupe. No hace falta imaginar demasiado para ver la posible significación política de una deidad guerrera que porta a la Guadalupana, especialmente en las postrimerías del siglo XVIII. También es interesante el cuadro de siervos de María, que unen sus manos y miran con devoción a la Virgen, situado del lado izquierdo del presbiterio. En esa misma zona puede apreciarse uno de los raros ejemplos de Trinidad herética tolerados por las instituciones eclesiás ticas novohispanas. Se trata del cuadro de la Virgen con Niño, San José y Evangelistas, donde la imagen de María aparece coronada por tres figuras humanas, que representan a la Santísima Trinidad en una forma prohibida por la Inquisición.
En general, todas las obras dignas de mención de esta capilla son de factura popular, como es el caso del relicario que también se encuentra en el presbiterio; o las pinturas de la Trinidad, la Virgen de Balvanera y la Virgen del Pilar, localizadas en la entrada.
Elaboró: Arq. González Lazo
1985
Inmueble de pertenencia
Nombre del Inmueble
San Miguel Arcángel y Capilla de San Rafael